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domingo, 26 de marzo de 2017

La falsedad de la falsa conciencia

Immanuel Wallerstein
L
a gente no siempre se comporta del modo que nosotros pensamos que se debería comportar. Con frecuencia percibimos a otros conduciéndose en formas que pensamos que son contrarias a su propio interés. Lo que hacen nos parece loco o tonto. Entonces, acusamos a estas personas de falsa conciencia.
El término mismo fue acuñado por Friedrich Engels a finales del siglo XIX para explicar por qué los trabajadores (o al menos algunos de ellos) no apoyaban a los partidos obreros en las urnas o no apoyaban las huelgas que convocaba algún sindicato. La respuesta para Engels estaba en que por alguna razón los trabajadores percibían mal su propio interés, lo que los hacía sufrir de una falsa conciencia.
El remedio era doble: Aquellos que tenían el nivel aprobado de conciencia de clase debían intentar educar a aquellos cuya conciencia de clase era deficiente. Al mismo tiempo debían emprender, lo más posible, las acciones políticas dictadas por individuos y organizaciones que sí son conscientes de su clase.
Este modo de remedio tenía dos ventajas: primero, justificaba la legitimación de cualquier acción que persiguieran las organizaciones con conciencia de clase. Segundo, les permitía condescender con aquellos que fueran acusados de falsa conciencia.
El concepto de falsa conciencia (aunque el término no se use hoy) y el remedio que sugiere tienen un paralelo en el análisis que actualmente elaboran los profesionales bien educados acerca de las personas con menos educación. Grandes cantidades de trabajadores han estado respaldando a Donald Trump y a las llamadas organizaciones de extrema derecha (como lo han hecho grupos semejantes en otros países que respaldan a figuras semejantes a Trump). Muchos oponentes de Trump, bien educados, perciben este respaldo de las personas más pobres como su imposibilidad irracional de percibir que su respaldo a Trump no va en su propio interés.
El remedio es también paralelo: buscan educar a los equivocados simpatizantes de Trump. También continúan intentando imponer su propia solución a los problemas políticos contemporáneos, ignorando el débil nivel de respaldo de los niveles más bajos de la población. Su apenas velado desdén hacia estos equivocados estratos más pobres les conforta en sus propias acciones. Por lo menos ellos no tienen una falsa conciencia. Ellos sí entienden cuál es el verdadero programa de Trump y entienden que no es de interés para nadie, salvo para una pequeña minoría de la población, el uno por ciento. Paul Krugman expresa regularmente este punto de vista en su columna del New York Times. Esto es lo que Hillary Clinton quería decir cuando hizo esa torpe declaración acerca de que la mitad de los simpatizantes de Trump provenía de la canasta de los deplorables.
Cuando se analiza el mundo real, a nadie le ayuda suponer que los otros no actúan en su propio interés. Es mucho más útil intentar discernir cómo miran por sí mismos, su propio interés, esos otros. ¿Por qué los obreros votan por los partidos de derecha (aun de extrema derecha)? ¿Por qué aquellos cuyos estándares de vida han ido cayendo o quienes viven en las áreas rurales con infraestructura pobre respaldan a un hombre y un programa basado en bajarle los impuestos a los ricos y reducir las redes de seguridad para sí mismos?
Si uno lee las declaraciones que hacen en Internet o en las respuestas a preguntas de los reporteros de noticias, la respuesta parece clara aunque compleja. Saben que les ha ido mal en términos de ingresos y beneficios en los regímenes conducidos por los presidentes más tradicionalmente de establishment durante los pasados 20 años. Y aseveran que no ven razón alguna para asumir que continuando con las políticas previas mejorará su situación. Piensan que no carece de razón asumir que les puede ir mejor con un candidato que promete gobernar de modo totalmente diferente. ¿Es esto tan poco plausible?
Creen que las promesas escasamente redistributivas de los regímenes previos no les han ayudado. Cuando escuchan que estos mismos regímenes alardean (y exageran vastamente) del progreso social que han logrado ayudando a las minorías a mejor integrarse a los programas gubernamentales o a los derechos sociales es fácil entender que asocian redistribución y minorías, y concluyen que son los otros los que avanzan a costa de ellos. Desde mi punto de vista, y desde el punto de vista de la mayoría de los oponentes a Trump, tal conclusión es una muy incorrecta. ¿Pero acaso es mejor creer que el régimen de Hillary Clinton les habría servido más?
Por encima de todo, Trump los escuchó, o por lo menos pretendió que los escuchaba. Clinton los desdeñó. No estoy discutiendo aquí la clase de programa social que la izquierda debería ofrecer ahora, o que debería haber ofrecido durante las elecciones pasadas. Simplemente estoy sugiriendo que el lenguaje de la falsa conciencia es un modo de ocultarnos a nosotros mismos que todo mundo sigue su propio interés, incluidos los deplorables. No tenemos derecho a ser condescendientes. Necesitamos entender. Entender los motivos de los otros no significa que legitimemos sus motivos o aun negociemos con ellos. Significa que debemos buscar una transformación social realistamente, sin culpar a los otros por no respaldarnos argumentando que eso lo hacen porque cometen errores de juicio.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein

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