La manipulación mediática de la realidad china
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo |
Introducción
Desde sus lúgubres pantanos, los académicos y editorialistas de
revistas financieras estadounidenses, los “expertos en Asia” de los
medios de comunicación de masas y los políticos conservadores y
progresistas occidentales croan al unísono el inminente colapso
medioambiental chino. Sucesivamente, han proclamado que (1) la economía
china está en declive; (2) su deuda es arrolladora y está a punto de
estallar su burbuja inmobiliaria; (3) el país está plagado de corrupción
y envenenado por la contaminación; y (4) los trabajadores chinos están
organizando huelgas paralizadoras y protestas en medio de una creciente
represión, como resultado de la explotación y la pronunciada desigualdad
de clases. Las ranas financieras croan que China representa una amenaza
militar inminente para la seguridad de Estados Unidos y de sus socios
asiáticos. Otras ranas saltan de indignación: ¡Los chinos amenazan ahora
a todo el universo!
Los “agoreros chinos” que ven la paja en
el ojo ajeno pero no la viga en el propio han distorsionado
sistemáticamente la realidad y fabricado cuentos extravagantes que en
realidad reflejan sus propias sociedades.
A medida que sus
falsas afirmaciones son refutadas, las ranas modifican sus cantos:
cuando las predicciones de un colapso inminente no se materializaron,
retrasaron los pronósticos de su bola de cristal un año o incluso una
década. Cuando sus avisos de tendencias sociales, económicas y
estructurales negativas resultaron falsos y las cifras seguían siendo
positivas, sus ágiles dedos recalibraron la amplitud y profundidad de la
crisis, citando “revelaciones” anecdóticas sacadas de una conversación
con algún taxista o escuchadas en cualquier aldea.
Como los
fracasos anunciados durante mucho tiempo no terminan de materializarse,
los expertos “remodelan la información” y se cuestionan la fiabilidad de
las estadísticas oficiales chinas.
Y lo peor de todo es que
los académicos y los “expertos” occidentales sobre Asia intentan un
“intercambio de roles”: Mientras las bases y los navíos de guerra
estadounidenses rodean progresivamente a China, los chinos se convierten
en agresores y los belicosos imperialistas de EE.UU. se presentan a sí
mismos como víctimas gimoteantes.
Este artículo pretende
desmontar estas fábulas y esbozar un relato alternativo y más objetivo
de la actual realidad política y socioeconómica de China.
China: ficción y realidad
Una y otra vez leemos acerca de la economía de salarios bajos de China y
la brutal explotación de su mano de obra esclavizada por parte de
oligarcas multimillonarios y autoridades políticas corruptas. En
realidad, el salario medio del sector manufacturero chino se ha
triplicado en los últimos diez años. Los trabajadores chinos perciben
salarios muy superiores a los de los países latinoamericanos con una
eventual excepción. Los salarios de los operarios de las fábricas chinas
se aproximan actualmente a los de los países de movilidad descendente
de la Unión Europea (UE). En ese mismo periodo, los regímenes
neoliberales, presionados por la UE y EE.UU., han cortado a la mitad los
salarios en Grecia y reducido significativamente los ingresos de los
trabajadores en Brasil, México y Portugal. Los salarios de los
trabajadores en China superan actualmente a los de Argentina, Colombia y
Tailandia. Aunque no son altos para los niveles de la UE o EE.UU, en
2015 los salarios chinos se movían en torno a los 3,60 euros la hora, lo
que ha mejorado el nivel de vida de cientos de millones de
trabajadores. Durante el periodo en que China triplicó el salario de sus
trabajadores, los de sus homólogos indios se estancaron a 0,70 € la
hora y los de los sudafricanos bajaron de 4,30 € a 3,60 €/hora.
Este espectacular aumento salarial se atribuye en gran medida al
aumento de la productividad, fruto de mejoras constantes en la sanidad,
educación y formación técnica de los trabajadores, así como a la presión
sostenida y organizada de los obreros y de la lucha de clases. La
exitosa campaña del presidente Xi Jinping destinada a apartar de su
puesto y arrestar a decenas de miles de funcionarios y jefes de fábrica
corruptos y explotadores ha promovido el poder de la fuerza laboral. Los
obreros chinos están cerrando la brecha con el salario mínimo
estadounidense. Al índice de crecimiento actual, la brecha, que se ha
estrechado de una décima a una mitad del salario mínimo de EE.UU. en
diez años, desaparecerá en un futuro próximo.
China ha dejado
de ser exclusivamente una economía de salarios bajos, no especializada,
de trabajo intensivo, plantas de ensamblaje y orientada a la
exportación. Hoy día, 20.000 escuelas técnicas gradúan a millones de
trabajadores cualificados. Factorías de alta tecnología están
incorporando la robótica a gran escala para reemplazar a los
trabajadores no cualificados. El sector servicios está en pleno
crecimiento para absorber la demanda del mercado interno. Al tener que
hacer frente a un aumento de la hostilidad política y militar
estadounidense, China ha diversificado su mercado de exportación,
volviéndose hacia Rusia, la UE, Asia, América Latina y África.
A pesar de estos impresionantes progresos objetivos, el coro de “ranas deshonestas”1
sigue lanzando profusas predicciones año tras año sobre el deterioro y
declive de la economía china. Sus análisis no se ven alterados por el
6,7 % de crecimiento obtenido en PIB en 2016 sino que ¡se aventuran a
pronosticar para 2017 un “descenso” del crecimiento hasta el 6,6 % como
prueba del inminente colapso! Decididos a no verse disuadidos por la
realidad, ¡el coro de ranas de Wall Street celebra animadamente el
anuncio del incremento del PIB estadounidense del 1 % al 1,5 %!
China ha reconocido sus graves problemas medioambientales y está a la
cabeza de los países a la hora de dedicar recursos (miles de millones de
dólares, el 2 % de su PIB) para reducir los gases de efecto
invernadero. Sus esfuerzos exceden con creces los de EE.UU. y la UE.
China, como el resto de Asia y Estados Unidos, necesita aumentar
enormemente las inversiones destinadas a reconstruir sus
infraestructuras decadentes o inexistentes. El gobierno chino es la
única de las naciones que ajusta o incluso excede sus crecientes
necesidades de transporte, para lo cual destina 800.000 millones de
dólares anuales a la construcción de autopistas, líneas de ferrocarril,
puertos, aeropuertos, metros y puentes.
Mientras Estados Unidos
ha rechazado tratados comerciales y de inversiones multinacionales con
once países del Pacífico, China ha promovido y financiado tratados
similares con más de 50 estados de Asia y el Pacífico (salvo Japón y
EE.UU.), así como otros estados africanos y europeos.
El
gobierno chino, bajo la dirección de su presidente Xi Jinping, ha
lanzado una eficaz campaña a gran escala contra la corrupción que ha
llevado a la detención o destitución de más de 200.000 empresarios y
funcionarios, incluyendo algunos multimillonarios y altos cargos del
politburó del comité central del PCC. Como resultado de esta campaña de
ámbito nacional, la compra de artículos de lujo ha decaído
considerablemente. La práctica de la utilización de fondos públicos para
cenas exquisitas de doce platos y el ritual de entrega y aceptación de
regalos está en decadencia.
Mientras esto ocurre, a pesar de
que Trump proponía “drenar la ciénaga” en su campaña política y del
exitoso resultado en el referéndum del Brexit, ni en Estados Unidos ni
en Reino Unido se ha puesto en marcha nada que se parezca remotamente a
la campaña anticorrupción china, a pesar de los informes diarios sobre
estafas y fraude que implican a los cien principales bancos del mundo
anglo-estadounidense. La campaña anticorrupción china ha podido servir
para reducir desigualdades y se ha ganado indudablemente el respaldo de
los campesinos y trabajadores chinos.
Los periodistas y
académicos que suelen repetir como loros los argumentos de los generales
estadounidenses y de la OTAN advierten de que el programa militar chino
es una amenaza directa a la seguridad de EE.UU., Asia y el resto del
mundo. La amnesia histórica emponzoña a estas ranas cantarinas. Olvidan
que, tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos invadió y destruyó
Corea e Indochina (Vietnam, Laos y Camboya), matando a más de 9 millones
de habitantes, tanto civiles como defensores. Estados Unidos invadió,
colonizó y neocolonizó Filipinas en los inicios del siglo XX, matando a
un millón de habitantes. En la actualidad, continúa expandiendo su red
de bases militares para rodear China. Recientemente trasladó potentes
misiles nucleares THADD, capaces de atacar ciudades chinas e incluso
rusas, a la frontera con Corea del Norte. Estados Unidos es el mayor
exportador de armas del mundo, y su producción de armas supera la
producción y venta conjunta de los cinco siguientes mayores mercaderes
de muerte.
Por el contrario, China no ha atacado, invadido u
ocupado unilateralmente ningún país en cientos de años. No ha colocado
misiles nucleares en la costa o las fronteras de EE.UU.; de hecho no
cuenta con una sola base militar en el extranjero. Sus propias bases
militares, en el mar meridional de China, tienen la función de proteger
sus principales rutas marítimas de los piratas y de la armada
estadounidense, cuyas provocaciones aumentan progresivamente. El
presupuesto militar chino, que tiene previsto un incremento del 7 % en
2017, sigue siendo inferior a una cuarta parte del estadounidense.
Por su parte, Estados Unidos promueve alianzas militares agresivas,
apunta sus radares y misiles guiados por satélite hacia China, Irán y
Rusia y amenaza con arrasar Corea del Norte. El programa militar chino
siempre ha sido, y continúa siendo, defensivo. Su aumento se basa en la
necesidad de responder a las provocaciones de EE.UU. El avance imperial
chino está basado en su estrategia de mercado global mientras que
Washington continúa implementando una estrategia imperial militarista,
diseñada para imponer la dominación global por la fuerza.
Conclusión
Las ranas de la intelligentsia
llevan tiempo croando con fuerza. Se pavonean y posan como si fueran
los mejores atrapamoscas del mundo, pero no producen nada creíble en
términos de análisis objetivos.
China tiene numerosos problemas
sociales, económicos y estructurales, pero se enfrenta a ellos
sistemáticamente. Los chinos están comprometidos con la mejora de su
sociedad, su economía y su sistema político en sus propios términos.
Intentan resolver problemas tremendamente complicados al tiempo que se
niegan a sacrificar la soberanía nacional y el bienestar de su pueblo.
La política oficial estadounidense para enfrentarse a China como
competidor capitalista mundial se basa en rodearla con bases militares y
amenazar con perturbar su economía. Como parte de esta estrategia, los
medios de comunicación y los supuestos “expertos” occidentales
magnifican los problemas de China y minimizan los suyos propios.
A diferencia de China, Estados Unidos se complace con obtener un
crecimiento anual inferior al 2 %. Los salarios llevan decenios
estancados; el salario real y el nivel de vida se reducen. Los costes de
la educación y la sanidad se disparan al tiempo que la calidad de esos
servicios vitales cae espectacularmente. Aumentan los costes, el
desempleo y el índice de suicidios y de mortalidad de la clase
trabajadora. Es absolutamente crucial que Occidente reconozca los
impresionantes avances de China si desea aprender, copiar y fomentar un
modelo similar de crecimiento y equidad. Es esencial que China y Estados
Unidos cooperen para promover la paz y la justicia en Asia.
Desgraciadamente, el anterior presidente, Obama, y el actual presidente,
Donald Trump, han escogido la vía de la confrontación y la agresión
militar. Los dos mandatos de Obama muestran un historial de guerras
fallidas, crisis financieras, aumento de la población penal y descenso
del nivel de vida nacional. Pero todo el ruido que crean esas ranas,
croando al unísono, no cambiará el mundo real.
Notas
1: El autor utiliza la expresión “crooked croakers” (croadores
deshonestos) para hacer un juego fonético imposible de recrear en
castellano.
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