Heriberto M. Galindo Quiñones
La Jornada
Miles hacen fila para ingresar al memorial José Martí en la Plaza de la
Revolución, en La Habana, para rendir honores al histórico líder de la
Revolución Cubana
Foto Afp
Escuché por primera vez al comandante
Fidel Castro Ruz cuando yo sintonizaba Radio Habana Cuba en un aparato
de onda corta, a la edad de 10 años, en Guamúchil, Sinaloa, mi pueblo
natal. Él estaba en Playa Girón, dirigiendo los combates exitosos contra
la invasión de Bahía de Cochinos, que había patrocinado el gobierno de
Estados Unidos, con 2 mil jóvenes hijos de familias acomodadas que
habían salido de la isla a Estados Unidos con planes de regreso pronto a
su país. A partir de entonces, desde hace 55 años, sigo con atención el
proceso revolucionario de Cuba.
He visitado la isla muchas veces, antes y después de fungir de
embajador de México, y en varias ocasiones conversé con el legendario
líder cubano, con quien sostuve una buena relación, la cual me permitió
tener charlas a fondo, muy interesantes. Comentábamos, coincidíamos y
disentíamos, pero había convergencia; yo aprendía mientras el portentoso
maestro enseñaba y defendía sus tesis y sus estrategias, no siempre
coincidentes con los criterios mexicanos. Sin embargo, todo ocurría en
un plano de respeto, afecto y cordialidad. Llegué a sentir que éramos
amigos, y no puedo ocultar que lo aprecié, estimé y admiré. Además de
ser Fidel Castro Ruz un gran estadista y un extraordinario líder de
talla mundial que imponía, era un fino amigo, un gran viejo, un sabio
brillante y escudriñador, que gozaba preguntando, indagando y enseñando.
Con la autorización expresa del presidente Ernesto Zedillo, mi esposa
y yo tuvimos el privilegio de viajar con él en el avión oficial cubano
de La Habana a la Ciudad de México, cuando acudió a la toma de posesión
de Vicente Fox. Entonces tuvimos la oportunidad de conversar largamente
sobre distintos tópicos, pero la última vez que hablamos, también
ampliamente, fue cuando en nombre del Estado cubano me hizo el honor de
condecorarme con la Medalla de la Amistad de los Pueblos, estando
presentes, además de infinidad de personalidades cubanas de distintas
áreas, los diplomáticos y servidores públicos mexicanos de excelencia
Manuel y Carlos Tello Macías, quienes me hicieron el honor de
acompañarme.
Considero que Fidel Castro fue una historia viviente, que hizo todo
lo que pudo por su pueblo, que tuvo aciertos y desaciertos, pero siempre
actuó de buena fe, con honradez, verticalidad y las mejores
intenciones.
Era un hombre grande, muy grande, no solamente por su estatura
física, sino por lo moral e intelectual y por sus dotes y dones
esenciales, al ser un hombre a carta cabal, de carácter fuerte y de
conducta incorruptible, de reciedumbre y de claras determinaciones, que
sabía llamar a las cosas por su nombre y era indomable para sus
adversarios y enemigos. Su lucha antimperialista lo caracterizó por
siempre. Fidel Castro y la Revolución Cubana nunca transaron y por ello
triunfaron. No lo hicieron con la parte estadunidense que los apoyó en
un principio, pero tampoco con los soviéticos, sus aliados forzosos
–porque no les quedó de otra–, de quienes el pueblo y el gobierno
cubanos recibieron respaldos a un precio muy alto, en momentos muy
difíciles desde el punto de vista económico y de seguridad nacional.
Para Cuba el logro más importante de la era de Fidel Castro fue la
defensa de la dignidad consolidada de su pueblo, equivalente a la
grandeza de David frente a Goliat; después de ello destacan los logros
en educación, capacitación y salud pública, y los avances en
investigación científica, deporte, cultura y liderazgo. Existen rezagos,
retos y desafíos que están ubicados en las esferas económica y social,
pues es urgente seguir mejorando el nivel de vida de la mayoría de la
gente. Lo anterior podrá atenderse de manera más eficaz cuando se
elimine el bloqueo de Estados Unidos y luego que se aprueben leyes y
disposiciones que otorguen garantías para que fluyan capitales e
inversiones que impulsen el desarrollo, generando empleos y creando
riqueza y bienestar. Esperemos que la llegada de Donald Trump a la
presidencia de Estados Unidos no se traduzca en una reversa a la
política de apertura del presidente Barack Obama hacia Cuba.
En la esfera política el quehacer que se impone realizar no es
menor, pues se trata del otorgamiento de los derechos políticos,
sustentados en mayor libertad de expresión, de acción y de organización,
dentro de una convivencia pacífica, madura, civilizada y expresamente
legal, permitida y alentada, que enriquezca con espíritu democrático la
vida de los cubanos.
No debe haber nada que temer del Partido Comunista de Cuba (PCC),
pues las estructuras sociales y políticas son muy fuertes allá, y los
deseos de participación política se encuentran aún aislados en una
vocación restringida. Alentar la participación mediante la creación de
círculos y clubes políticos, en un principio, y de más partidos
políticos, en una segunda etapa, podrían ser los pasos graduales a
seguir, con respeto a los derechos humanos tan reclamados y con más
libertades, mismas que habrán de verse, con mayor claridad, en la
apertura de espacios para la expresión libre de las ideas, en todo
lugar, pero sobre todo en los medios de comunicación social existentes y
en los que habrán de establecerse, a la luz de los avances de la
tecnología, la innovación, la creatividad y la globalidad, para generar
una evolución social y política en todos los órdenes y niveles, que
mucho le hace falta a Cuba y merece su población, sin restricciones.
Tengo fe fundada en que con la apertura iniciada, tanto de Estados
Unidos como de Cuba, vendrán tiempos mucho mejores para los cubanos,
pues la sociedad civil mundial tiene esperanzas y propósitos muy sanos y
positivos para Cuba, razón por la cual no deben desaprovecharse las
coyunturas y las oportunidades que hoy se tienen y más aún las que se
tendrán. Qué mejor que hacerlo para reconstituir la unidad entre la
comunidad cubana que vive en el país con la que habita fuera, tanto en
Estados Unidos como en otras partes del mundo, y ahora con mayor
sentido, en la orfandad y en la madurez, en especial como un homenaje
póstumo al gran líder y estadista non que fue Fidel Castro Ruz.
Me quedo con el recuerdo de nutridas conversaciones y de
aleccionadoras anécdotas con el comandante en jefe de la Revolución
Cubana, con sus reflexiones sobre el porvenir de la humanidad, en
especial de América Latina y el Caribe, nuestro hábitat. Conservaré, por
siempre, la imagen del carácter firme, de la amabilidad y de las
atenciones que tuvo con México, conmigo y con mi familia.
No olvidaré los diálogos sostenidos, y ofrezco que algún día los haré públicos.
Con su partida, se va toda una época revolucionaria del mundo y de América.
Ha muerto un titán y un auténtico líder de escala mundial.
No pretendo polemizar con quienes lo llamen dictador y con quienes
señalen el lado oscuro de su vida en las épocas de la línea dura, las
carencias y la falta de libertades en medio de la época más difícil del
régimen. Prefiero reconocer y reflexionar sobre los avances y los logros
de Cuba, lo mismo que respecto de los relativos fracasos y sobre lo que
le falta por hacer a un proceso revolucionario digno de respeto,
reconocimiento y solidaridad, para que por decisión propia y soberana
redefina la hoja de ruta a seguir, hacia un destino ya trazado y
definido.
Descanse en paz Fidel Castro Ruz; hagamos votos para que su partida
sirva para reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro de ese
gran país.
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