Truthout
Traducido del inglés para Rebelión por Javier Sarquis |
El 8 de noviembre de
2016, Donald Trump logró la mayor sorpresa en la historia política de
EE. UU. aprovechándose con éxito del enojo de los votantes blancos y
recurriendo a las inclinaciones más bajas de la gente de una manera que
probablemente hubiera impresionado al mismísimo propagandista nazi
Joseph Goebbels.
Pero ¿qué significa exactamente la victoria de
Trump? ¿Qué podemos esperar de este megalómano cuando tome las riendas
del poder el 20 de enero de 2017? ¿Cuál es —si es que acaso tuviera— la
ideología política de Trump? ¿El «trumpismo» es un movimiento? ¿La
política exterior del gobierno de Trump será diferente?
Años
atrás el intelectual Noam Chomsky advirtió que el clima político en EE.
UU. estaba propiciando el ascenso de una figura autoritaria. Ahora
comparte sus reflexiones sobre las consecuencias de esta elección, el
estado agónico del sistema político estadounidense y sobre por qué Trump
constituye una amenaza real para el mundo y para el planeta en general.
C.J. Polychroniou para Truthout: Noam, ha sucedido lo
impensable. Desafiando todos los pronósticos, Donald Trump consiguió una
victoria decisiva sobre Hillary Clinton y el hombre que Michael Moore
describió como un «miserable, ignorante, peligroso payaso a tiempo
parcial y sociópata a tiempo completo» será el próximo presidente de
Estados Unidos. Según su mirada, ¿cuáles fueron los factores decisivos
que llevaron a los votantes estadounidenses a causar la mayor sorpresa
en la historia política del país?
Noam Chomsky :
Antes de referirme a esta cuestión, creo que es importante dedicar un
momento a pensar qué pasó el 8 de noviembre, una fecha que quizás se
convierta en una de las más trascendentes de la historia humana,
dependiendo de cuál sea nuestra reacción.
No es una exageración.
La noticia más importante del 8 de noviembre pasó casi inadvertida, un hecho en sí mismo significativo.
Ese día la Organización Meteorológica Mundial (OMM) presentó un informe
en la conferencia internacional sobre cambio climático de Marruecos
(COP22), que fue solicitado para hacer avanzar el acuerdo de París de la
COP21. La OMM informó que los últimos cinco años fueron los más cálidos
de los que se tenga registro. Detalló el aumento del nivel del mar, que
pronto crecerá como consecuencia de la inesperada rapidez del
derretimiento de la capa de hielo polar, principalmente de los enormes
glaciares antárticos. Ya en estos momentos el hielo del océano Ártico de
los últimos cinco años es un 28 % inferior al promedio de los 29 años
anteriores, lo que no solo eleva el nivel del mar, sino que también
reduce el efecto de enfriamiento que produce el reflejo en el casquete
polar de los rayos solares, lo que acelera los efectos nefastos del
calentamiento global. La OMM señaló además que las temperaturas se
acercan peligrosamente a la meta establecida por la COP21, junto con
otros informes y pronósticos alarmantes.
Otro suceso ocurrió el
8 de noviembre, que también puede llegar a tener una inusitada
importancia histórica por razones que, otra vez, pasaron casi
inadvertidas.
El 8 de noviembre en el país más poderoso de la
historia hubo una elección que dejará su marca en el futuro. El
resultado otorgó el control total del gobierno —el Ejecutivo, el
Congreso y la Corte Suprema— a manos del Partido Republicano, que se ha
convertido en la organización más peligrosa de la historia mundial.
Dejando a un lado la última parte, el resto no está en discusión. Esa
última parte puede resultar disparatada, hasta escandalosa. Pero ¿en
verdad lo es? Los hechos sugieren lo contrario. El partido está dedicado
a apresurar tan rápido como sea posible la destrucción de la vida
humana organizada. No existen precedentes históricos para esa postura.
¿Es una exageración? Tengamos en cuenta lo que hemos presenciado.
Durante las primarias republicanas todos los candidatos negaron que
esté pasando lo que está pasando, con la excepción de sensatos moderados
como Jeb Bush, que dijo que hay problemas, pero que no tenemos que
hacer nada porque estamos produciendo más gas natural, gracias al fracking
. O como John Kasich, que estuvo de acuerdo en que el calentamiento
global es una realidad, pero agregó que «vamos a quemar carbón en Ohio y
no vamos a pedir disculpas por ello».
El candidato ganador,
ahora presidente electo, ha llamado a aumentar rápidamente el uso de
combustibles fósiles, incluyendo el carbón; eliminar regulaciones,
retirar la ayuda a países en desarrollo que busquen generar energías
sostenibles y, en general, correr a toda prisa hacia el precipicio.
Trump ya ha tomado medidas para desmantelar la Agencia de Protección
Ambiental (EPA) al poner a cargo de la transición a un conspicuo (y
orgulloso) negacionista del cambio climático, Myron Ebell. El principal
asesor de Trump en energía, el multimillonario ejecutivo del petróleo
Harold Hamm, anunció sus predecibles expectativas: eliminación de
regulaciones, recortes fiscales para la industria (y para los ricos y el
sector empresario en general), mayor producción de hidrocarburos,
levantamiento del veto temporario de Obama al oleoducto de Dakota
Access. El mercado reaccionó con rapidez. Las acciones de las empresas
de energía se dispararon, incluyendo a la minera carbonífera más grande
del mundo, Peabody Energy, que se había declarado en quiebra, pero que
después de la victoria de Trump registró un alza del 50 %.
Las
consecuencias del negacionismo republicano ya se habían hecho sentir.
Había esperanzas de que el acuerdo de París de la COP21 condujera a un
tratado verificable, pero se abandonaron porque el Congreso republicano
no aceptaría ningún compromiso vinculante, por lo que solo surgió un
acuerdo voluntario, evidentemente mucho más débil.
Esas
consecuencias podrían empezar a vivirse con mayor intensidad muy pronto.
Solo en Bangladesh se espera que decenas de millones de personas se
vean forzadas a escapar de las tierras bajas en los próximos años debido
al ascenso del nivel del mar y a condiciones climáticas más graves, lo
que generará una crisis migratoria que hará palidecer a la actual. Con
bastante justicia el climatólogo más destacado de Bangladesh dice que
«estos migrantes deberían tener el derecho de mudarse a los países de
donde provienen las emisiones de gases de invernadero. Millones deberían
poder ir a los Estados Unidos». Y hacia las otras naciones que
aumentaron sus riquezas mientras originaban una nueva era geológica, el
Antropoceno, caracterizada por una transformación radical del medio
ambiente a manos del ser humano. Estas consecuencias catastróficas no
harán más que aumentar, no solo en Bangladesh, sino también en todo el
sur de Asia, a medida que las temperaturas, ya de por sí intolerables
para los pobres, crezcan inexorablemente y se derritan los glaciares
himalayos, lo que pondrá en peligro todas las reservas de agua. En estos
momentos en India unos 300 millones de personas carecen de acceso al
agua potable. Y las repercusiones tendrán un alcance mucho mayor.
Es difícil encontrar las palabras que den una dimensión exacta al hecho
de que los humanos están enfrentando la pregunta más importante en su
historia, que es si la vida humana organizada sobrevivirá como algo
parecido a lo que conocemos, cuando la respuesta es acelerar la carrera
al desastre.
Observaciones similares se pueden hacer de otros
de los grandes temas concernientes a la supervivencia humana: la amenaza
de la destrucción nuclear, que ha estado presente desde hace 70 años y
que ahora está en aumento.
No es menos difícil encontrar
palabras para explicar el hecho tan sorprendente de que en la enorme
cobertura informativa del gran espectáculo electoral nada de esto
recibió más que simples menciones. Al menos a mí me cuesta encontrar las
palabras adecuadas.
Regresando a la pregunta formulada, para
ser precisos al parecer Clinton obtuvo una leve mayoría de los votos. La
evidente y categórica victoria se relaciona con aspectos curiosos de la
política estadounidense: entre otros factores, el Colegio Electoral, un
remanente de la fundación del país como alianza entre distintos
estados; el sistema «todo para el ganador» en cada estado; la
manipulación de los distritos electorales para dar mayor peso a los
votos rurales (en elecciones anteriores y quizás también en esta, los
demócratas habían logrado una ventaja cómoda en el voto popular para la
Cámara de Representantes, pero una minoría de escaños); la tasa elevada
de abstencionismo (por lo general cercana a la mitad en elecciones
presidenciales, incluida esta). Tiene cierta importancia para el futuro
que en el rango de 18 a 25 años Clinton ganó con facilidad y que Sanders
tuvo incluso un nivel mayor de apoyo. De cuánto interese todo esto
dependerá el futuro que la humanidad enfrente.
Según la
información disponible, Trump batió todos los récords en apoyo recibido
de votantes blancos, clase trabajadora y clase media baja, en particular
en el rango de ingresos de 50.000 a 90.000 dólares, rural y suburbano,
sobre todo de aquellos sin educación universitaria. Estos grupos
comparten el enojo que circula en todo Occidente contra la clase
dominante, como revela el voto imprevisto por el brexit y el
colapso de los partidos de centro en la Europa continental. Muchos de
los enojados y resentidos son víctimas de las políticas neoliberales de
la anterior generación, políticas descritas en testimonio ante el
Congreso por el presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan, o «San
Alan», como lo llamaban con reverencia economistas y otros admiradores,
hasta que la economía milagrosa que él supervisaba se estrelló en
2007-2008 amenazando con derrumbar a la economía mundial con ella. Tal
como explicara Greenspan durante sus días de gloria, el éxito en el
manejo de la economía estaba basado esencialmente en la «inseguridad
creciente de los trabajadores». Los trabajadores atemorizados no
pedirían aumentos salariales, beneficios o seguridad, sino que estarían
satisfechos con sueldos estancados y menores beneficios que son pautas
necesarias para una economía sana de acuerdo a los estándares
neoliberales.
Los trabajadores, sujetos de estos experimentos
de teoría económica, no están demasiado contentos con el resultado. Por
ejemplo, no están llenos de alegría por el hecho de que en 2007, en el
mejor momento del milagro neoliberal, el salario real de los obreros era
más bajo que en años anteriores o que el salario real de los
trabajadores varones esté a niveles de 1960, mientras las ganancias
espectaculares han ido a los bolsillos de unos pocos en la cima, una
fracción del 1 %. No como resultado de las leyes del mercado, de logros o
merecimientos, sino a raíz de decisiones políticas concretas, asunto
estudiado en detalle por el economista Dean Baker en un trabajo de reciente publicación .
La suerte del salario mínimo pone de manifiesto lo que ha estado
pasando. Durante el período de crecimiento alto e igualitario de los
años cincuenta y sesenta, el salario mínimo —que establece un piso para
los demás salarios— acompañó a la productividad. Eso terminó con la
llegada de la doctrina neoliberal. Desde entonces, el salario mínimo se
ha estancado (en valores reales). Si hubiera continuado como antes,
ahora estaría cerca de unos 20 dólares la hora. Hoy se considera una
revolución política que se eleve a 15 dólares.
Con todo lo que
se habla sobre el casi pleno empleo actual, la participación de la
fuerza laboral se encuentra por debajo de lo que era la norma. Y para
los trabajadores existe una gran diferencia entre un trabajo estable en
la industria con salarios fijados por sindicato más beneficios, como era
en años anteriores, y un trabajo temporario con escasa seguridad
laboral en el sector de servicios. Además de los salarios, beneficios y
seguridad hay una pérdida de dignidad, de esperanza en el futuro, de un
sentido de pertenencia al mundo y en el que uno desempeña un rol
valioso.
El impacto está bien capturado en el trabajo de Arlie Hochshild
, un retrato sensible y esclarecedor de un reducto de Trump en
Luisiana, donde vivió y trabajó durante muchos años. Ella utiliza la
imagen de una fila en la que las personas están paradas, esperando
avanzar a paso firme mientras trabajan con empeño y se atienen a todos
los valores tradicionales. Pero su posición en la fila se ha detenido.
Adelante de ellos ven que hay gente que avanza, pero eso no los aflige
demasiado porque ese es el modo en que el «estilo estadounidense»
recompensa el (supuesto) mérito. Lo que les causa una angustia verdadera
es lo que sucede detrás de ellos. Creen que la «gente indigna» que no
«cumple las reglas» se adelanta a ellos gracias a los programas del
gobierno federal que equivocadamente ven diseñados para beneficiar a los
afroamericanos, inmigrantes y otros que rechazan con desprecio. Todo
esto se ve exacerbado por las ficciones racistas de Reagan sobre las
«aprovechadoras de la asistencia social» que le roban a la gente blanca
el dinero que tanto les costó conseguir y otras fantasías.
A
veces la falta de explicaciones, una forma de desprecio en sí misma,
juega un papel en fomentar el odio al gobierno. Una vez conocí a un
pintor de casas en Boston, que se había vuelto un opositor feroz del
«diabólico» gobierno después de que un burócrata de Washington que no
sabía nada sobre pintura organizara una reunión de pintores contratistas
para informarles que no podrían usar más pintura con plomo —«la única
que funciona»— como ellos lo hacían, pero el tipo de traje no lo
entendió. Eso destruyó su pequeña empresa, forzándolo a pintar casas por
su cuenta con elementos de mala calidad que le impusieron las élites
gubernamentales.
En ocasiones existen algunas razones reales
para estas actitudes contra las burocracias estatales. Hochschild
describe a un hombre cuya familia y amigos sufren amargamente los
efectos letales de la contaminación química pero que desprecia al
gobierno y a las «élites liberales» porque para él la EPA es un tipo
ignorante que le dice que no puede pescar, pero no hace nada contra las
plantas químicas.
Estas son solo muestras de las vidas reales
de los seguidores de Trump, a quienes les hicieron creer que Trump hará
algo para remediar su difícil situación, aunque una simple mirada a sus
propuestas fiscales y de otro tipo demuestran lo contrario y plantean
una tarea para aquellos activistas que aspiran a rechazar lo peor y a
avanzar hacia cambios que se necesitan con desesperación. Encuestas a
pie de urna revelan que el apoyo apasionado a Trump estaba inspirado
ante todo en la creencia de que él representaba el cambio, mientras que
Clinton era percibida como la candidata que perpetuaría su desamparo. El
«cambio» que Trump probablemente traiga será perjudicial o peor, pero
es comprensible que las consecuencias no estén claras para personas
aisladas en una sociedad atomizada que carece del tipo de asociaciones
(como los sindicatos) que puedan educarla y organizarla. Esa es una
diferencia crucial entre la desesperación actual y las actitudes en
general optimistas de muchos trabajadores ante penurias económicas mucho
peores durante la Gran Depresión de los años treinta.
Existen
otras razones para el éxito de Trump. Estudios comparativos muestran que
la doctrina de la supremacía blanca ha calado más hondo en la cultura
estadounidense que en la sudafricana y no es ningún secreto que la
población blanca está en declive. En una o dos décadas se proyecta que
los blancos serán minoría dentro de la fuerza laboral y no mucho más
tarde una minoría de la población. La cultura conservadora tradicional
es también percibida bajo ataque a causa del triunfo de las políticas
identitarias, considerada algo secundario por élites que solo sienten
desprecio por los «estadounidenses trabajadores, patriotas, religiosos y
con verdaderos valores familiares» que ven como el país que conocen se
desvanece frente a sus ojos.
Una de las dificultades de
aumentar la sensibilidad pública ante las amenazas graves del
calentamiento global es que el 40 % de la población en EE. UU. no
entiende que eso sea un problema, ya que Jesucristo regresará dentro de
unas pocas décadas. Un porcentaje similar cree que el mundo se creó hace
unos miles de años. Si la ciencia entra en conflicto con la Biblia,
tanto peor para la ciencia. Sería difícil encontrar algo comparable en
otras sociedades.
El Partido Demócrata abandonó cualquier
preocupación real por los trabajadores en los años setenta y, por lo
tanto, fueron arrastrados a las filas de sus más acérrimos enemigos de
clase, que al menos simulan hablar su mismo idioma: el estilo campechano
de Reagan haciendo bromas y comiendo dulces; la imagen cuidadosamente
cultivada de George W. Bush como un tipo común que uno se puede cruzar
en un bar, al que le encantaba cortar la maleza de su rancho con 40° de
calor y sus más que probables fingidos errores de pronunciación (es
inverosímil que haya hablado así en Yale); y ahora Trump, que hace de
portavoz de gente con quejas legítimas, que no solo perdieron sus
trabajos, sino también un sentido de autoestima personal, y que
denuncian a un gobierno que perciben ha socavado sus vidas (no sin
razón).
Uno de los grandes logros del discurso hegemónico ha
sido desviar el enojo desde la clase empresarial hacia el gobierno que
implementa los programas que los empresarios planifican, como los
acuerdos de protección de los derechos de inversores y empresas que de
manera constante y errónea son llamados «acuerdos de libre comercio» por
los medios y comentaristas. Con todas sus fallas, el gobierno está en
cierta medida bajo el control e influencia del pueblo, a diferencia del
sector empresarial. Es muy ventajoso para el mundo de los negocios
fomentar el odio hacia los burócratas pedantes del gobierno y quitar de
la mente de la gente la idea subversiva de que el gobierno podría
convertirse en un instrumento de la voluntad popular, un gobierno de,
por y para el pueblo.
¿Trump es el representante de un nuevo
movimiento en la política estadounidense o esta elección fue el
resultado del rechazo hacia Hillary Clinton de unos votantes que odian a
los Clinton y está hartos de la «política de siempre»?
De
ninguna manera es algo nuevo. Ambos partidos políticos se corrieron a la
derecha durante el período neoliberal. Los Nuevos Demócratas de hoy son
bastante parecidos a lo que solía llamarse «republicanos moderados». La
«revolución política» que exigió con justa razón Bernie Sanders no
hubiese sorprendido demasiado a Dwight Eisenhower. Los republicanos se
han dedicado tanto a los ricos y al sector empresarial que no pueden
esperar conseguir votos basados en su programa verdadero, y han optado
por movilizar sectores de la población que siempre estuvieron ahí
presentes, pero no como fuerzas políticas organizadas: evangelistas,
nacionalistas, racistas y las víctimas de las formas de globalización
diseñadas para hacer competir a los trabajadores en todo el mundo entre
sí, al mismo tiempo que protegen a los privilegiados y debilitan las
medidas legales y de otro tipo que brindaban a los trabajadores algún
tipo de protección, y con los medios para influir en la toma de
decisiones en los sectores públicos y privados de estrecha relación,
especialmente en relación a unos sindicatos de trabajadores eficaces.
Las consecuencias fueron evidentes en las recientes primarias
republicanas. Cada candidatura surgida de las bases —como [Michele]
Bachmann, [Herman] Cain o [Rick] Santorum— había sido tan extremista que
el establishment republicano tuvo que utilizar sus vastos recursos para derrotarlos. La diferencia en 2016 es que el establishment falló, muy a su pesar, como hemos visto.
Merecidamente o no Clinton representaba unas políticas temidas y
odiadas, mientras que Trump era visto como el símbolo del «cambio»,
aunque la naturaleza de ese cambio requiere un estudio cuidadoso de sus
propuestas reales, algo que en gran parte faltó en lo que llegó al
público. La campaña en sí misma fue notable en cómo esquivó ciertos
temas y los medios fueron condescendientes ateniéndose al concepto de
que la verdadera «objetividad» significa informar fielmente lo que
sucede dentro de «los círculos de poder», pero sin ir más allá.
Trump
dijo después de la elección que él «representará a todos los
estadounidenses». ¿Cómo lo hará cuando el país está tan dividido y
habiendo ya expresado un odio profundo por tantos grupos de los Estados
Unidos, incluyendo mujeres y minorías? ¿Observa algún paralelo entre el brexit y la victoria de Donald Trump?
Existen similitudes claras con el brexit y también con el ascenso de partidos ultranacionalistas de extrema derecha en Europa, cuyos líderes se apresuraron en felicitar a Trump por su victoria
considerándolo uno de los suyos. [Nigel] Farage, [Marine] Le Pen,
[Viktor] Orban y otros como ellos. Y estos acontecimientos resultan muy
aterradores. Una mirada a las encuestas en Austria y Alemania — Austria y Alemania
— no hace sino traer a la memoria recuerdos desagradables para quienes
conocen lo que pasó en los años treinta, mucho más para quienes lo
vivieron, como yo de niño. Todavía tengo el recuerdo de escuchar los
discursos de Hitler, sin entender las palabras, aunque su tono y la
respuesta de su público daban bastante miedo. El primer artículo que
recuerdo haber escrito fue en febrero de 1939, luego de la caída de
Barcelona, y la aparentemente inexorable propagación de la plaga
fascista. Y por una extraña coincidencia fue desde Barcelona donde mi
esposa y yo vimos transcurrir los resultados de la elección presidencial
en EE. UU. de 2016.
Sobre cómo Trump manejará lo que ha
promovido —no creado, sino promovido— no podemos opinar. Quizás su
característica más notable sea su imprevisibilidad. Mucho dependerá de
las reacciones de aquellos horrorizados por su actuación y de las
visiones a futuro que ha proyectado, sean como fueren.
Trump
no cuenta con una ideología política reconocible que guíe sus
posiciones en asuntos económicos, sociales y políticos, aunque hay
tendencias autoritarias claras en su comportamiento. Por lo tanto, ¿cree
que tiene alguna validez la pretensión de que Trump podría representar
el surgimiento de un «fascismo de rostro amigable» en los Estados
Unidos?
Durante muchos años escribí y hablé sobre el
peligro del ascenso de un ideólogo carismático y honesto en los Estados
Unidos, alguien que pudiera aprovechar el miedo y el enojo que por mucho
tiempo ha estado anidándose en gran parte de la sociedad, y que podría
alejarla desde los verdaderos causantes de ese malestar hacia
destinatarios vulnerables. Eso, en efecto, podría llevar a lo que el
sociólogo Bertram Gross denominó «fascismo amistoso» en un análisis
revelador hace 35 años. Pero eso requiere un ideólogo sincero, del tipo
Hitler, no alguien cuya única ideología perceptible es Yo. El peligro,
sin embargo, ha sido auténtico durante muchos años, quizás aún más ahora
a la luz de las fuerzas que Trump ha desatado.
Con los
republicanos en la Casa Blanca, pero también controlando ambas Cámaras y
la configuración futura de la Corte Suprema, ¿cómo será EE. UU. en los
próximos (como mínimo) cuatro años?
Mucho depende de sus
nombramientos y de su círculo de asesores. Los primeros indicios son
poco atractivos, por no decir algo peor.
La Corte Suprema
estará en manos de reaccionarios por muchos años, con consecuencias
predecibles. Si Trump cumple con su programa fiscal al estilo Paul Ryan,
habrá beneficios enormes para los más ricos, calculados por el Tax
Policy Center (Centro de Política Fiscal) en una reducción de impuestos
de cerca del 14 % para el 0,1 % más rico, y una reducción sustancial
generalizada para el extremo superior de la escala de ingresos, pero con
casi ningún alivio impositivo para los demás, quienes además deberán
soportar nuevos y mayores gravámenes. El respetado corresponsal
económico del Financial Times , Martin Wolf, escribe que: «Las
propuestas impositivas harían derramar enormes beneficios para los ya de
por sí ricos estadounidenses como el Sr. Trump», mientras que dejaría a
los demás en aprietos, incluyendo, por supuesto, a sus electores. La
reacción inmediata del mundo empresario revela que las grandes
farmacéuticas, Wall Street, la industria militar, las industrias de la
energía y otras instituciones maravillosas de ese tipo esperan un futuro
muy brillante.
Un avance positivo podría ser el programa de
infraestructura que Trump ha prometido, aunque (junto con muchos
informes y comentarios) esconde el hecho de que se trata en lo esencial
del programa de estímulo de Obama, que hubiera traído grandes beneficios
a la economía y a la sociedad en general, pero que fuera eliminado por
el Congreso republicano con el pretexto de que haría estallar el
déficit. Si bien esa acusación era falsa en ese momento, dadas las tasas
de interés muy bajas, se aplica en gran medida para el programa de
Trump, ahora acompañado por reducciones impositivas extremas para los
ricos y el sector empresario, y el crecimiento del gasto en el
Pentágono.
Sin embargo, existe una salida, proporcionada por
Dick Cheney cuando le explicó a Paul O’Neill, Secretario del Tesoro de
Bush, que «Reagan demostró que el déficit no importa», refiriéndose al
déficit que los republicanos generan para conseguir apoyo popular,
dejándole a los demás, preferentemente a los demócratas, el trabajo de
arreglar el desastre. Esa técnica podría funcionar, al menos por un
tiempo.
Hay también muchas preguntas sobre las consecuencias en la política exterior, la mayoría sin contestar.
Existe
admiración mutua entre Trump y Putin. Por consiguiente, ¿qué
probabilidad hay de que podamos presenciar una nueva era en las
relaciones entre EE. UU. y Rusia?
Una
perspectiva esperanzadora es que podría haber una reducción en la
peligrosa tensión en la frontera rusa: digo bien «la frontera rusa», no
la frontera mexicana. Allí hay una historia en la que no nos podemos
extender ahora. Es posible también que Europa pueda distanciarse de los
Estados Unidos de Trump, como ya diera a entender la cancillera alemana
Merkel y otros líderes europeos, y por la voz británica del poder
estadounidense, después del brexit . Eso podría llevar
posiblemente a una iniciativa europea para mitigar las tensiones y
quizás incluso a algo parecido a la visión de Mijaíl Gorbachov de un
sistema integrado de seguridad en Eurasia sin alianzas militares,
rechazada por EE. UU. en favor de la OTAN, una visión revivida hace poco
por Putin, aunque no sabemos si de manera seria o no, dado que se
desestimó el gesto.
¿Es probable que la política exterior
del gobierno de Trump sea más o menos belicista que la que vimos en el
gobierno de Obama o incluso en el de George W. Bush?
No
creo que se pueda contestar con seguridad. Trump es muy impredecible.
Hay demasiadas preguntas abiertas. Lo que sí podemos decir es que el
activismo y la movilización popular, bien organizados y dirigidos,
pueden ser muy importantes.
Y deberíamos tener en mente que es mucho lo que está en juego.
C.J. Polychroniou es un economista político y politólogo que ha
enseñado y trabajado en universidades y centros de investigación en
Europa y Estados Unidos. Sus principales líneas de investigación son la
integración económica europea, la globalización, la política económica
de Estados Unidos y la deconstrucción del proyecto político-económico
del neoliberalismo. Es asiduo colaborador de Truthout y miembro de
Truthout's Public Intellectual Project. Ha publicado varios libros y sus
artículos aparecieron en una variedad de revistas, diarios y sitios de
noticias. Muchas de sus publicaciones se tradujeron a diversos idiomas,
incluyendo el croata, francés, griego, italiano, portugués, español y
turco.
Esta entrevista es parte del libro de próxima aparición: Noam Chomsky y C.J. Polychroniou, Optimism Over Despair: On Capitalism, Empire, and Social Change, Haymarket Books, https://www.haymarketbooks.org/books/997-optimism-over-despair
Copyright 2016 Noam Chomsky y C.J. Polychroniou, y Truthout Traducido con su permiso.
Enlace al artículo original: http://www.truth-out.org/opinion/item/38360-trump-in-the-white-house-an-interview-with-noam-chomsky
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