Foto: Detalle de cuadro del pintor cubano Luis Alberto Ruiz Saavedra. |
En nuestros días la imagen de la muralla ha sido ganada por el cerco xenófobo “made in TRUMP”,
que recorta horizontes reponiendo historias construidas con los
ladrillos de narrativas separatistas, discriminadoras y racistas, y que
estaban siendo trabajosamente superadas a partir de la caída del muro de
Berlín.
El inocultable
espíritu anti latino y anti musulmán expresado con vehemencia en la
campaña electoral, por la que votaron nutridamente grupos de electores
republicanos, y por la que ahora cantan demandando su cumplimiento niños
blancos de las escuelas multiculturales, ha servido de trampolín para
la reposición de los cucuruchos del Ku Kux Klan que se ponen en
escena saliendo de las sombras para sembrar más incertidumbre, temor y
resistencias inéditas en las calles estadounidenses, con movilizaciones
que –dicen- se parecen en su ímpetu a las que paralizan los mediodías de
nuestras ciudades latinoamericanas y caribeñas.
El
muro, que se pretende sea construido por manos y recursos mexicanos
(léase latinoamericanos) –¡vaya ocurrencia!-, toca a los denominados
migrantes “ilegales” supuestamente involucrados en casos de
delincuencia. Tal formulación, que pareciera discriminar positivamente a
los migrantes en buenos y malos, o en legales e ilegales, tiene que
analizarse con pinzas porque hay razones jurídicas y doctrinarias más
que suficientes para dudar de la pretendida benevolencia de la medida, y
asumir como sus justificativos reales las nociones de la migración
internacional que a partir del 11-S se tejen en concepciones de seguridad coercitiva y represiva asociadas al terrorismo.
El
espíritu justiciero en el que quisieran ampararse los superhéroes de
este tipo de historias, no es nuevo; es más bien recurrente desde la
quema de brujas en las plazas hediondas del oscurantismo, hasta aquella
acción macabra de un grupo de exterminio de niños de la calle a título
de que su existencia carecería de sentido porque, dada su miseria, no
podrían desarrollar un proyecto de vida más allá de la delincuencia.
A
esta historia me recuerda el muro, cuyos gestores se autoafirman en la
idea de que hacen justicia, ignorando el carácter universal de la
Convención Internacional sobre los Derechos de los Trabajadores
Migrantes y sus Familiares, aprobada el año 1990 por las Naciones
Unidas, y que reconoce a los migrantes internacionales, sean o no
documentados, en condiciones donde todos, independientemente de su
nacionalidad, raza, credo o color, tienen derecho a un trato decente y
humano. Este principio de no discriminación se complementa con derechos
específicos para los migrantes no documentados, como por ejemplo su
derecho a la libertad y a la seguridad, por lo que no pueden ser
arbitrariamente detenidos o arrestados salvo por motivos ajustados a la
ley (art. 16); la prohibición de las expulsiones colectivas (art. 22);
el trato igual al de los nacionales en temas de justicia (art. 18),
remuneraciones (art. 25), atención médica (art. 28) y educación (art.
30)
Pero, como sabemos,
las políticas de los países son selectivas y operan clasificando grupos
de migrantes regulares autorizados y los migrantes irregulares o no
documentados. También es sabido que este sistema, más que en los flujos
de la migración, se explica en la estructuración de los aparatos
productivos y regímenes laborales precarizados que no sólo que admiten,
sino que requieren, mano de obra barata, de reducida capacidad
reivindicativa, sin goce de beneficios sociales, anclados en la economía
informal, desarrollando las tareas más pesadas con discriminación
laboral propiciada por las prácticas empresariales que imponen a los
inmigrantes extensas jornadas de trabajo que no aceptaría un nacional,
la falta de contrato, horas extras no remuneradas ni vacaciones y bajos
salarios.
Se podría decir
que las trabas documentarias y las resistencias a la legalización, son
funcionales a las características de una organización económica
precarizada y precarizadora que se dinamiza con el funcionamiento de
redes internacionales de traficantes de mano de obra extranjera, a las
que se mira de reojo, para que accedan los pasos de frontera por las
puertas de emergencia. En cambio, las poblaciones que arriesgan su paso
por cuenta propia son objeto de fuertes restricciones, represiones
violentas, cacería, maltrato, tortura física y psicológica y
desaparición. Estas medidas provocan una relativa contención y un
creativo perfeccionamiento de estrategias de elusión de los controles
por aire, mar, tierra y subsuelo, moviéndose en los bordes riesgosos de
la muerte.
Lo cierto es
que mientras la indocumentación siga siendo un pretexto para incumplir
los derechos y mientras no se sancionen las redes de traficantes y de
trata así como los contratantes de la economía tercerizada, subsistirá
el problema con el apelativo fácil del migrante “ilegal” con el que se
criminaliza y deshumaniza a grupos sociales tildados de “antisociales”
infractores de la ley, cuando en realidad son “refugiados económicos”
amparados por la informalidad.
Por
esta paradoja Lélio Mármora afirma que pocos temas son tratados con
tanta hipocresía como la migración funcional a la informalidad de la
economía de mercado, por dos razones: 1) sería políticamente impopular
reconocer su existencia en los países ricos/receptores; y 2) devastaría
el sistema mundial diferencial de costos del trabajo, crucial para
maximizar los niveles mundiales de lucro.
Por
supuesto que los análisis oficiales, políticos, mediáticos y familiares
no giran en torno a esta realidad, sino a los imaginarios que sobre los
migrantes se tejen en las sociedades receptoras, legitimando un
espíritu discriminatorio que Immanuel Wallerstein describe así: se tiene
internalizado que los migrantes buscan mejorar su situación económica
raudamente y supuestamente reduciendo posibilidades laborales a los
nacionales; que se constituyen en un problema y en una carga con costos
indebidos en beneficios sociales y en infraestructura; que son propensos
a la criminalidad; y que preservan las costumbres y redes de relaciones
de sus países de origen sin asimilarse sino más bien alterando las
rutinas sociales, constituyendo así una amenaza para la integridad
nacional.
Lo que tampoco
se suele decir es que los inmigrantes indocumentados viven un mundo de
penuria, no solamente por el abandono de sus querencias y referencias
simbólicas y materiales, sino también por el cambio radical de hábitat
que los pone ajenos en realidades con otras culturas y lengua y que,
además, les es hostil por la discriminación, racismo y explotación
laboral a los que se los somete, colocándolos en situaciones de
dramática vulnerabilidad.
Y
tampoco se suele reconocer ni oficial ni públicamente, que aún en sus
condiciones críticas, la migración contribuye positivamente al
desarrollo tanto de los países de origen mediante el envío de remesas,
como a los de destino cumpliendo las tareas peor remuneradas sin
responsabilidades sociales ni compromisos por su calidad de vida.
Pero
claro que no se puede echar toda la tinta en la responsabilidad de los
países receptores, puesto que la migración es, en gran medida, producto
de factores de expulsión que la Conferencia Internacional sobre
Población y Desarrollo de El Cairo identificó en los desequilibrios
económicos internacionales, la pobreza, la degradación ambiental, la
inseguridad, la violencia y la violación sistemática de los derechos
humanos. Y si bien es cierto que la expulsión ha descendido en relación a
los efectos de las políticas de ajuste estructural que generaron las
fugas masivas de los “desplazados de la década perdida” por la crisis de
la deuda externa, sigue siendo un problema acuciante que tiene que ser
atendido con medidas de mayor desarrollo e inclusión en cada uno de
nuestros países.
Interactuando
con las razones de expulsión están las de atracción, como la apertura
de los mercados de bienes y laborales, las mayores facilidades de
desplazamiento, la mundialización comunicada que hace generar ilusiones
de ascenso social en “el sueño americano”, los lazos familiares y
amistosos con migrantes ya establecidos en otras fronteras y las
interdependencias cada vez más amplias en las relaciones entre países.
El
fenómeno es complejo, tiene múltiples aristas y responsabilidades
compartidas. Se necesitan soluciones basadas en la noción de una
“ciudadanía universal” en el sentido del cosmopolitismo kantiano. Para
ello la normativa existente es abundante y es menester conocerla para
ejercerla. Mencionemos algunos de los instrumentos internacionales
relevantes:
La Convención
Interamericana de Derechos Humanos (Arts. 1 y 2); el Protocolo Adicional
de Derechos Humanos en Materia de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales “Protocolo de San Salvador” (Art. 1); la Carta de las
Naciones Unidas (Art. 55º c); la Declaración Universal de los Derechos
Humanos (Preámbulo); el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos (Arts. 2.1 y 2.2); el Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales (Art. 2.2); la Convención Europea para
la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales
(Art. 1º.); la Carta Social Europea (Preámbulo); el Acuerdo de
Residencia del Mercosur; y la Carta Andina para la Promoción y
Protección de los Derechos Humanos, para citar algunos de los más
importantes.
Ante la
pretensión de levantar un muro separatista y retrógrado, deberíamos
ofrecer como respuesta la construcción de una muralla como la soñada por
el gran Nicolás Guillén, juntando todas las manos. Una muralla abierta
al corazón del amigo y a la rosa y el clavel, con reconocimiento de la
universalidad e indivisibilidad de los derechos, en convivencias
pacíficas a partir del principio mutuo de respeto al otro, y
fortaleciendo nuestros sistemas de integración. Una muralla que vaya
desde el monte hasta la playa y donde la migración no sea un problema
sino una oportunidad de alteridades, de encuentro entre diversos, de
desarrollo, de relación intercultural y de convivencia planetaria en
ciudadanías ampliadas.
Adalid Contreras Baspineiro
Sociólogo y comunicólogo boliviano. Ha sido Secretario General de la Comunidad Andina – CAN
Publicado por kafeinawebtv | Kafé cargado
http://www.alainet.org/es/articulo/181798
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