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jueves, 24 de noviembre de 2016

De la histeria colectiva a la depresión de Hillary


Marcos Roitman Rosenmann

Llama la atención la manera de analizar el triunfo del candidato republicano Donald Trump, cuando aún no ha comenzado su mandato. Parece ser que los analistas han perdido de vista cómo juzgar los acontecimientos políticos. Han derivado el debate hacia aspectos histriónicos del personaje, sus salidas de tono, las provocaciones, la ostentación de su riqueza, el peinado, etcétera. Sus declaraciones se han considerado apocalípticas y sin precedente en el orden político internacional. ¡Una auténtica barbaridad! Similar a conceder el Premio Nobel de la Paz a Barack Obama por ganar unas elecciones. Tras sus administraciones, heredamos su apoyo a los golpes de Estado en Honduras y Paraguay; desestabilizar Venezuela, Ecuador y Bolivia, sin olvidar su papel de gendarme en Medio Oriente, Asia Central, y desplegar la cortina nuclear en el Mediterráneo sur. Todo un defensor de la paz.
Pero volviendo a Donald Trump y la pérdida de memoria de los sesudos analistas a toro pasado. ¿Acaso olvidamos el muro de la vergüenza levantado por el Estado de Israel contra la población palestina? ¿Los centros de confinamiento, verdaderas cárceles, para extranjeros indocumentados en Francia, España o Grecia? ¿Las deportaciones de miles de ciudadanos africanos practicadas por los democráticos gobiernos europeos? ¿Las alambradas en Ceuta y Melilla para desalentar el sueño de llegar a la civilizada Europa? ¿O los cadáveres en las aguas del Mediterráneo de cientos de hombres, mujeres y niños, víctimas del hambre y el expolio a sus países causados por guerras espurias y las trasnacionales?
Por otro lado, ¿es diferente el acoso sexual de Trump al realizado por senadores, diputados europeos y hasta un ex presidente del Banco Mundial? ¿Olvidamos la pérdida de derechos sindicales, políticos y la criminalización del pensamiento, llevados a cabo por castos líderes socialdemócratas, liberales, cristianos, católicos, protestantes de la Europa occidental? ¿Obviamos las leyes de la Unión Europea tendientes a favorecer las expulsiones de ciudadanos extracomunitarios? La lista podría continuar, pero se invisibiliza para mostrar a Trump como un depredador fuera de control y un peligro para el orden mundial.
Debemos recordar que Trump fue elegido para representar al Partido Republicano, enfrentarse a Hillary Clinton y ganar las elecciones. Y quienes lo apoyaron, a pesar de sus deméritos, las acusaciones de fraude fiscal y acoso sexual, tuvieron razón. Sus conciudadanos lo han reconocido como presidente. En tanto republicano, su ideario no se diferencia de Ronald Reagan y la saga Bush. Si somos rigurosos, sus discursos responden a los mismos valores.
El desencanto de los partidarios de Hillary Clinton saliendo a las calles, protestando y manifestando su desacuerdo con la elección de Trump, permítaseme subrayarlo, y no ser una opinión políticamente correcta, es emocional, aunque se les apoye ideológicamente. Por su parte, Hillary Clinton, deprimida, declara que hay días que no quiere salir a la calle. Debería ser consecuente y recordar que su nominación se hizo desbancando con malas artes a Bernard Sanders, seguramente mejor candidato demócrata, con más apoyos sociales y cuya trayectoria rompía el control oligárquico del aparato. Susan Sarandon, actriz y demócrata, apuntaló: No apoyo a Clinton porque no voto con mi vagina. Su candidato era Sanders. Hillary Clinton no era la abanderada idónea para disputar la Casa Blanca a Donald Trump y los demócratas lo sabían. Michael Moore, en el premonitorio artículo Cinco razones por las que Trump va a ganar las elecciones subrayaba: Si creéis que Hillary Clinton va a ganar a Trump con datos, inteligencia y lógica, es que no os habéis quedado con nada de las 56 primarias en las que los 16 candidatos republicanos probaron con todo, sacaron todos sus ases de la manga y no pudieron hacer nada para detener al gigante de Trump. A día de hoy, tal y como están las cosas, creo que va a ganar; y para lidiar con ello, necesito primero que lo reconozcáis y quizá después podamos encontrar una manera de salir de este embrollo en el que nos hemos metido. Así, más allá de los exabruptos, dimes y diretes, desafecciones y críticas, una no despreciable parte de la población votante no se dejó llevar y se cohesionó a Trump.
Igualmente, una Constitución, la estadunidense, que no reconoce la igualdad de género entre hombres y mujeres y no ratificó la resolución de Naciones Unidas sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, sumándose a Somalia, Sudán del Sur, Islas Tonga, Irán y el Vaticano, puede dar luz al escaso recorrido que pudieron tener las acusaciones de acoso sexual contra Trump. Hombres y mujeres que podían sentirse afectados en su dignidad al escuchar las frases soeces de Trump, pasaron de largo. Bien dijo el magnate, refiriéndose a su carisma, tras destaparse su conducta inmoral: podría matar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos.
Trump forma parte de la sociedad estadunidense, una sociedad convencida de cuál debe ser su lugar en el mundo, cuyo destino manifiesto consiste en preservar su democracia, proyectarla al universo y luchar contra sus enemigos. Si un día fueron los comunistas, hoy lo es el terrorismo internacional, los ilegales, el yihadismo, los musulmanes y latinos. Trump, como antes Reagan y los Bush, tocó la fibra sensible. Estados Unidos está en peligro, el enemigo nos ataca. No olvidemos que Barack Obama mostró su admiración por las dotes de Ronald Reagan como unificador de la conciencia y la dignidad del pueblo estadunidense tras la derrota de Vietnam.
En conclusión, debemos esperar que la administración Trump se ponga en funcionamiento. En este sentido, a mi entender, poco se diferenciará de los anteriores gobiernos republicanos. Por tanto, aducir la distancia que separa lo enunciado en campaña con la acción de gobierno es una obviedad. No caigamos en ello.

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