Luis Linares Zapata
Una nueva derecha
ha ganado las elecciones en Estados Unidos. Reforzará a la
latinoamericana, con bríos que se habrán de sentir por todo el
subcontinente. El atrincherado gobierno brasileño ha de estar de
plácemes. Igual sentimiento embargará a Macri y a sus seguidores en
Argentina. La desbocada muchedumbre venezolana, clasista y gritona,
exigirá renuncias instantáneas, para lo cual contará con mayores apoyos
en su feroz intentona de tirar a Maduro y reponer el anterior modelo
depredador sin límites. Los fieles a la retórica del clero no podrán
quejarse de la ayuda que, según ellos, les bajará desde los cielos y el
norte para esparcir sus personales creencias como verdades reveladas.
Los empeñados en lograr igualar derechos humanos básicos tendrán que
resistir el empuje de iluminadas minorías. Chile, Colombia, Perú y
México, la palanca neoliberal usada como contrafuerte de la corriente
progresista otrora dominante en el sur, ahora en problemas, se alinearán
sin recatos con el nuevo y dorado jefe de la banda.
Poco
importará que el espíritu que inunda Washington tenga mucho de pedestre
ignorancia, tintes fascistas y desprecio por los de diferente color y
posturas. Saben, los ganadores, que el electorado que los llevó a
triunfar es apenas un cuarto del total de la población. Saben también
que el sistema electoral que les otorga la presidencia se diseñó hace ya
más de siglo y medio: sin atender a las mayorías legitimadoras y
recayendo en los poderes locales. Para el caso mexicano, sin embargo,
habrá diferencias notables con la usanza anterior. En efecto, el modelo
en boga se verá reforzado, pero muchos de los entendidos subyacentes
quedarán afectados por múltiples, dañinos, ánimos y desplantes de
soberbia. Llegarán tiempos, personajes y modos con rostros, cuerpos y
motivos irreconocibles. Las molestias que ocasionarán entre los
mexicanos de a pie estas alteraciones se harán sentir como un vendaval
para el que no se está preparado ni se tiene defensas instaladas.
El
mayor afectado será el pueblo trabajador estadunidense, incluyendo la
parte que le dio su voto a los republicanos. Para esos que han quedado
olvidados por sus élites políticas y económicas, el desengaño posterior
será mayúsculo. Empezando por el sentido deterioro salarial y
continuando por la erosión de los apoyos sociales que, de muchas
maneras, ya se les escatiman. Trump no responderá al llamado del cambio
que entrevieron sus seguidores a ultranza. El contacto supuesto con él
como candidato, como supuesto salvador, se irá evaporando con el paso
del tiempo y, en su lugar, quedará un agujero visible, grotesco. La
frase del presidente Barack Obama afirmando que Trump no está capacitado
para ejercer el puesto de mando en la Casa Blanca les caerá encima como
onerosa sentencia. Trump encabeza una pandilla de neoliberales a
ultranza que chocarán con sus ciudadanos y después con varias regiones
del mundo. La propuesta de bajar impuestos (10% flat) suena ya
muy repetitiva, escandalosa, desigual y concentradora. Ha rondado en
ciertos círculos como amenaza extrema por varios años y su viabilidad es
altamente cuestionable por el endeudamiento que ocasionaría. Al
principio las clases medias y bajas sentirán alivio. Después vendrá el
estancamiento por la falta de inversión pública y privada. Las
propuestas de Trump para los primeros 100 días son, en conjunto, un
alegato que levantará mucho ruido, pero la sustancia se perderá con
rapidez. Para México y los mexicanos, sin embargo, el panorama es
sombrío y peligroso.
El gobierno de Enrique
Peña ha anunciado su intención de reunirse con el presidente recién
electo sin esperar a que esté en funciones. No es, bajo casi
consideración alguna, una jugada inteligente, precavida, ante los
imponderables que se antojan cruentos e inminentes. El ánimo no será, de
forma alguna, suave ni trotará sobre la rutina de periodos anteriores,
plagados de glamur y formalidades. Se corre el riesgo de revivir las
tonterías derivadas de la fallida visita de Trump a México en la
campaña, tan cara para todos y, en particular, para la misma
administración de Peña. El gobierno actual no tiene la capacidad para
enfrentar a un rival tan altanero y xenófobo, en particular contra los
mexicanos de aquí y de allá. Los consensos internos de soporte para
enfrentar a Trump y a secuaces están perdidos, difuminados, endebles. La
imaginación para diseñar alternativas coherentes, eficaces, no es una
cualidad de Los Pinos y tampoco de su gabinete. Son, estos últimos,
funcionarios y políticos formados en la suavidad, los acuerdos
disfrazados y la subordinación. Desconocen el terreno de los pleitos a
campo abierto y en callejón cerrado. La mínima prudencia debería
llevarlos primero a una crítica de sus actuales armas de defensa y
ataque ya muy tocadas por el desgaste de cuatro años. Segundo, no
portarán consigo la legitimidad indispensable para un seguro
enfrentamiento. Y, tercero, valorar con prudencia los mejores tiempos
para la necesaria reunión. A esta administración le queda, a lo sumo, un
año de operatividad antes de difuminarse en las tensiones del cambio
sexenal. Será el próximo gobierno el que lidiará con Trump y sus
muchachos pendencieros. Escoger el personaje adecuado será la principal
tarea de los mexicanos. Aquel que amase sólido apoyo popular será, sin
duda, la mejor alternativa.
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