Ángel Guerra Cabrera/II
Algunos actos y
declaraciones de Trump tras su elección permiten atisbar lo que podría
llegar a ser su futuro gobierno. Siempre que se considere el alto grado
de incertidumbre e imprevisibilidad que generan este hombre, su
conflictivo entorno, los graves trastornos económicos, políticos,
sociales y culturales que cruzan a Estados Unidos y la pantanosa y
convulsa coyuntura internacional en que le toca actuar.
El magnate parece representar al sector de la élite estadunidense que
adversa, por la extrema derecha, la globalización neoliberal porque se
da cuenta que conduce a una crisis terminal de la acumulación
capitalista. Este sector también está dispuesto a admitir, a diferencia
de buena parte del establishment, que Estados Unidos no es ya
la única potencia hegemónica en el mundo y debe llegar a acuerdos con
Rusia y China en cuanto a un nuevo orden mundial tripolar, o asumir el
suicidio de una guerra nuclear.
Esto explicaría las cordiales y sustantivas pláticas telefónicas del
presidente electo con sus homólogos ruso y chino, Vladimir Putin y Xi
Jinping. La presencia del general Michael Flinn, ex jefe de la Agencia
de Inteligencia de Defensa en uno de los cinco cargos más importantes
del equipo de transición de Trump, corroboraría la probable
reconciliación con Rusia y un eventual arreglo político sobre Siria,
puesto que se conoce su criterio de llegar a acuerdos con Putin, aunque
también su tendencia a un trato más duro con Irán y a un enfoque más
agresivo no sólo sobre la lucha contra el Estado Islámico sino contra el
aviesamente llamado islam radical.
La ruptura con la globalización pretende recrear el sueño americano industrializado y consumista, más proteccionista aún y sólo para blancos no latinos, representado por el lema Hacer a América grande de nuevo. Allí sólo tendrían cabida las minorías en situación de apartheid, incluyendo
los negros y los latinos, sin derechos políticos y destinados a los
trabajos peor remunerados. Pero el proyecto trumpista antiglobalización
tendrá una fuerte oposición de los poderosos sectores de Wall Street más
beneficiados por la especulación financiera desenfrenada, así como de
numerosos legisladores republicanos y demócratas seducidos por el
librecomercio y resistidos a admitir que Estados Unidos ya no dispone de la influencia política y económica que tuvo durante el breve periodo de la unipolaridad.
De la misma manera, ya se aprecian los lamentos y planes de
resistencia sin futuro de los gobernantes neoliberales de América Latina
y la Unión Europea, así como de sus voceros mediáticos y académicos
que, formados después de Reagan y Thatcher, se horrorizan de que no se
acuerden el Tratado Transpacífico (TPP), el similar con Europa o el
TISA, pues no conciben ya otro mundo que la estupidez neoliberal, de la
cual han vivido a todo trapo.
El trumpismo instaurará una política, animada y exacerbada
fervorosamente por sus seguidores, de asegurar la persistencia de la
supremacía blanca y un largo reinado en Estados Unidos de las ideas más
reaccionarias de los blancos, anglosajones, protestantes, empobrecidos,
ignorantes y cargados de prejuicios raciales, odio y resentimiento.
Por lo pronto, ya el presidente electo declaró que deportará a entre 2
y 3 millones de indocumentados –en su mayoría mexicanos– que tengan
conductas
criminalesy que construirá el prometido muro de 3 mil 100 kilómetros de extensión a lo largo de la frontera común con México, aunque en
algunos tramospuede estar formado por vallas. Por su parte, alguien de su equipo afirmó que en ciertas zonas puede ser un muro virtual mediante el uso de drones. También ha dicho que renegociará el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, de modo que beneficie a Estados Unidos y que no firmará el TPP.
Trump ha hecho dos nombramientos. El de Reince Priebus como
secretario general de la Casa Blanca, hasta ahora jefe del Partido
Republicano, y el de Stephen Bannon, que fungirá de principal consejero y
estratega presidencial. Ambas designaciones buscan contentar, por un
lado, a la élite tradicional republicana con la que Priebus tiene buenas
relaciones; es muy cercano a Paul Ryan, reconfirmado líder del partido
en la Cámara de Representantes, vital para sacar adelante la agenda
legislativa. Por el otro, a la corriente conocida como alt-right, o
derecha alternativa, donde abundan los nativistas, supremacistas
blancos, xenófobos y racistas, soporte fundamental en la batalla de
Trump por la presidencia.
Twitter:@aguerraguerra
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