Carolina Escobar Sarti
De lapidarias calificaría yo varias respuestas dadas por el capo brasileño Marcos Camacho (alias Marcola), en la entrevista que el canal El Globo le hiciera recientemente en la cárcel donde se encuentra. En el contexto de un debate sobre la posible legalización de la droga en nuestro país y nuestra región, leo con cuidado sus palabras. La primera pregunta que le hicieron como dirigente de una organización criminal de Sao Paulo fue: “¿Usted es del Primer Comando de la Capital (PCC)?”.
A ello, respondió: “Más que eso, yo soy una señal de estos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes nunca me miraron durante décadas y antiguamente era fácil resolver el problema de la miseria. El diagnóstico era obvio: migración rural, desnivel de renta, pocas villas, miseria, discretas periferias; la solución nunca aparecía… ¿Qué hicieron? Nada. ¿El Gobierno Federal alguna vez reservó algún presupuesto para nosotros? Nosotros solo éramos noticia en los derrumbes de las villas en las montañas o en la música romántica sobre ‘la belleza de esas montañas al amanecer’, esas cosas… Ahora estamos ricos con la multinacional de la droga. Y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de vuestra conciencia social”.
El Globo repregunta: “Pero la solución sería…”. Marcola interrumpe: “¿Solución? No hay solución, hermano. La propia idea de ‘solución’ ya es un error. ¿Ya vio el tamaño de las 560 villas miseria de Río? ¿Ya anduvo en helicóptero por sobre la periferia de Sao Paulo? ¿Solución, cómo? Solo la habría con muchos millones de dólares gastados organizadamente, con un gobernante de alto nivel, una inmensa voluntad política, crecimiento económico, revolución en la educación, urbanización general y todo tendría que ser bajo la batuta casi de una ‘tiranía esclarecida’ que saltase por sobre la parálisis burocrática secular, que pasase por encima del Legislativo cómplice. Y del Judicial que impide puniciones. Tendría que haber una reforma radical del proceso penal de país, tendría que haber comunicaciones e inteligencia entre policías municipales, provinciales y federales (nosotros hacemos hasta “conference calls” entre presidiarios…). Y todo eso costaría billones de dólares e implicaría una mudanza psicosocial profunda en la estructura política del país. O sea: es imposible. No hay solución”.
El Globo va más allá: “¿Usted no tiene miedo de morir?”. Marcola responde: “Ustedes son los que tienen miedo de morir, yo no. (….) Nosotros somos hombres-bombas. En las villas miseria hay cien mil hombres-bombas. Estamos en el centro de lo insoluble mismo. Ustedes en el bien y el mal y, en medio, la frontera de la muerte, la única frontera. Ya somos una nueva ‘especie’, ya somos otros bichos, diferentes a ustedes. La muerte para ustedes es un drama cristiano en una cama, por un ataque al corazón. La muerte para nosotros es la comida diaria, tirados en una fosa común. ¿Ustedes intelectuales no hablan de lucha de clases, de ser marginal, ser héroe? Entonces ¡llegamos nosotros! ¡Ja, ja, ja…! Yo leo mucho; leí tres mil libros y leo a Dante, pero mis soldados son extrañas anomalías del desarrollo torcido de este país”. Continuaremos con esta entrevista, el sábado próximo, ahora que parece que Marcola tiene millones de ojos encima.
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