por Thierry Meyssan
Para Thierry Meyssan, el debate sobre la supuesta existencia de un programa nuclear iraní de carácter militar no es otra cosa que una cortina de humo. Las grandes potencias interrumpieron su transferencia de tecnología a Irán desde la caída del Sha y la Revolución Islámica condenó el principio de la bomba atómica. Las supuestas sospechas occidentales no son sino maniobras tendientes a aislar a un Estado que no acepta la dominación, militar y energética, de las potencias nucleares y el derecho de veto que esas mismas potencias ejercen en el Consejo de Seguridad de la ONU.
- Un aparte durante el voto de la resolución 1929, el 9 de junio de 2010. En el sentido de las agujas del reloj: los embajadores de Alemania, Gran Bretaña, China, Rusia, Francia y Estados Unidos.
- © UN Photo/Evan Schneider
La Casa Blanca divulgó un expediente de prensa que supuestamente explica a los periodistas qué es la resolución 1929 del Consejo de Seguridad de la ONU [1]. Como de costumbre, los grandes medios de la prensa occidental se han hecho eco del contenido de ese documento y de la gigantesca campaña de publicidad montada en torno a él, sin la menor reflexión crítica.
Según la prensa occidental –o sea, según la Casa Blanca, cuyos términos repite como una cotorra la prensa occidental– la resolución fue adoptada por «una base muy amplia» y constituye «una respuesta a la constante negativa de Irán a plegarse a sus obligaciones internacionales en lo tocante a su programa nuclear». Veamos cuál es la realidad.
De los 15 miembros del Consejo de Seguridad, 12 votaron a favor (incluyendo a los 5 miembros permanentes), 1 se abstuvo y 2 votaron en contra [2]. Tras esa «base muy amplia» se esconde en realidad la aparición de una nueva tendencia: por vez primera en la historia del Consejo de Seguridad de la ONU, un bloque de naciones emergentes (Brasil y Turquía, con el apoyo del conjunto de países no alineados) se enfrentó a los miembros permanentes (China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia) y a los vasallos de estos últimos. O sea, esa «unanimidad menos dos votos» expresa en realidad la existencia de una fractura entre el directorio de los Cinco Grandes y lo que nuevamente debemos llamar el Tercer Mundo (por analogía con el Tercer Estado [3]), que son aquellos países cuya opinión no se toma en cuenta.
Brasil desempeñó un papel protagónico en la elaboración del Tratado de Tlatelolco, documento que estipula que América Latina es una «zona desnuclearizada». Turquía se esfuerza por hacer del Medio Oriente otra «zona desnuclearizada». Nadie duda de la sinceridad de Brasil y Turquía en cuanto a su oposición a la proliferación de las armas nucleares. Nadie duda tampoco que Turquía, país que tiene una frontera común con Irán, se mantiene especialmente vigilante para impedir que Teherán obtenga la bomba atómica.
¿Cómo se explican entonces los votos de Brasil y Turquía contra la resolución 1929? Como veremos más adelante, la problemática que plantean las grandes potencias no es otra cosa que una cortina de humo tendiente a esconder el debate de fondo en el que Irán y los países no alineados cuestionan los privilegios de esas mismas potencias.
- El ayatola Rullah Khomeini (1902-1989) declaró las armas de destrucción masiva incompatibles con el Islam.
El mito de la bomba iraní
En tiempos del sha Reza Pahlevi, Estados Unidos y Francia instauraron un vasto programa tendiente a dotar a Teherán de la bomba atómica. Se admitía, debido a la historia misma de Irán, que no se trataba de un Estado expansionista y que las grandes potencias podían confiarle sin peligro ese tipo de tecnología.
A pesar de lo anterior, los occidentales interrumpieron el programa a principios de la Revolución Islámica, lo cual dio lugar a un largo litigio financiero alrededor de la empresa Eurodif. Las autoridades iraníes afirman que nunca se retomó aquel programa.
El ayatola Khomeini y sus sucesores condenaron la fabricación, almacenamiento y uso de armas nucleares, e incluso la amenaza de recurrir a ella, como actos contrarios a los valores religiosos de la fe islámica. Según ellos, el uso de armas de destrucción masiva que matan indistintamente a civiles y militares, a partidarios y adversarios de un gobierno, es moralmente inaceptable. Dicha prohibición adquirió fuerza de ley a través de la puesta en vigor del decreto emitido por el Guía Supremo de la Revolución, el ayatola Khamenei, el 9 de agosto de 2005.
No hay comentarios:
Publicar un comentario