En una batalla sin
cuartel para ocupar el lugar del lamebotas mayor del imperio un grupo de
gobiernos latinoamericanos ha resuelto desconocer la legitimidad del
proceso electoral que consagró la reelección de Nicolás Maduro como
presidente de la República Bolivariana de Venezuela y fijar sanciones
contra sus ministros y altos funcionarios. Los autoproclamados
integrantes del Grupo de Lima, cuyo nombre más apropiado debido a la
fuerte presencia del narco en casi todos esos gobiernos sería el “Cartel
de Lima”, compiten para lograr la anhelada presea otorgada por la Casa
Blanca. Un supuesto que une a estos obsecuentes es que cuanto más servil
sea un gobierno ante Washington tanto mayor será la recompensa
(económica, financiera, diplomática, etcétera) que recibirá a cambio.
Craso error: como todo imperio, el norteamericano respeta el dictum
clásico según el cual “Roma no paga a traidores”. De éstos está
repleta la historia latinoamericana pese a lo cual nuestros pueblos
siguen sumidos en la pobreza, la desigualdad y la ignorancia. Los
traidores que se pusieron al servicio del emperador no lograron otra
cosa que enriquecerse. Sus pueblos, nada.
Algunos de
los escribas del Cartel dicen que las elecciones en Venezuela fueron
fraudulentas. Desoyen a sabiendas la sentencia de James Carter cuando
aseguró que: “de las 92 elecciones que hemos monitoreado, yo diría que
el proceso electoral en Venezuela es el mejor del mundo", superior, por
supuesto, al de EEUU. Mienten cuando hablan de la escasa
representatividad del nuevo gobierno debido a la elevada abstención
registrada en esa elección: 54 %, en medio de una infernal guerra
económica, sabotaje a los transportes y todo tipo de inconvenientes para
concurrir a votar. Sin embargo, la abstención del 53.4 % que hubo en
Chile meses antes y que consagró la re-elección de Sebastián Piñera no
generó inquietud alguna ni en la Casa Blanca ni entre sus sumisos
lacayos. Se pliegan con entusiasmo a tan infame campaña el actual
gobierno brasileño, remate final del “golpe blando” que destituyó a
Dilma Rousseff y surgido de un fraudulento proceso en donde el
candidato que encabezaba las encuestas fue encarcelado e impedido de
postularse en las elecciones. La estafa mereció las felicitaciones de
eminentes demócratas como Donald Trump y Benjamin Netanyahu. También
participa del Cartel el corrupto e inepto gobierno de Mauricio Macri,
cuyo incumplimiento de todas y cada una de sus promesas de campaña ya
figura en los libros de ciencia política como uno de los fraudes
post-electorales más escandalosos de la historia. O el presidente Juan
O. Hernández, de Honduras, surgido de un comicio tan corrupto y viciado
que fue objetado por la mismísima OEA y que el Departamento de Estado
demoró casi un mes en reconocer. Pese a ello Hernández no se arredra y
se erige como un campeón de la democracia latinoamericana. Como Iván
Duque, peón de brega de Álvaro Uribe, asesino serial de líderes
políticos y sociales en Colombia, lúgubre coleccionista de fosas comunes
y siniestro creador de los “falsos positivos” que exterminaron a miles
de jóvenes campesinos inocentes en todo el país para demostrar la
supuesta eficacia de su criminal política de “seguridad democrática.”
En
suma, estos malos gobernantes han montado un espectáculo que sería
cómico si no fuera por la tragedia que ocasionan día a día a nuestra
gente. Con sus errores y sufriendo toda clase de arteros ataques, desde
dentro y fuera del país, la Revolución Bolivariana acabó con el
analfabetismo, entregó a su pueblo más de dos millones y medio de
viviendas y se emancipó del yugo colonial al que están deshonrosamente
sometidos sus críticos, que nada hicieron por sus pueblos salvo
mentirles y oprimirlos. Impertérrita, la patria de Bolívar y Chávez
sigue su curso. “Ladran Sancho, señal que cabalgamos” dicen que dijo el
Quijote. Más allá del debate actual sobre si lo dijo o no, flota en la
obra del gran Miguel de Cervantes Saavedra la idea de que “cambiar el
mundo, amigo Sancho … no es locura ni utopía, sino justicia.” Dejemos
que los paniaguados del imperio ladren y que la Revolución Bolivariana
continúe avanzando con más bríos que nunca, corrigiendo errores y
profundizando los aciertos.
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