Así como la historia
de la humanidad es la historia de la lucha de clases (tal como
postularon Marx y Engels), el desarrollo de la civilización ha sido
posible sólo gracias a una de las principales capacidades de la especie:
resolver problemas.
Esa capacidad, la de sortear las dificultades
permanentemente, desde concretas hasta abstractas, desde las más
sencillas hasta las más intrincadas de la ciencia y la tecnología, es lo
que finalmente diferenció al ser humano del resto del reino animal.
La
solución de un problema (objetivo), requiere del reconocimiento de la
existencia de la dificultad a resolver (observación), de una determinada
hipótesis (idea de “los efectos” que causa el problema), una tesis (desarrollo de “cómo resolver”: la estrategia) y los medios para lograr el objetivo aplicando la estrategia: las herramientas, las tácticas. Pero sobre todo, un despiadado espíritu crítico que implique reconocer errores para poder sortearlos. Prueba y error, que le dicen.
Lo que se acaba de describir en las líneas anteriores es, sencillamente, el método científico.
El
método científico es una de las bases fundamentales del marxismo. Sin
embargo, a ojos vista de la realidad de la izquierda marxista en el país
y en el mundo, está claro que, más allá de la utilización de ese método
en situaciones puntuales, brilla por su ausencia en lo esencial: todo
intento de resolver un problema en general, no puede lograrse observando sólo una parte de la realidad.
En
nuestro país la izquierda ha dado muestras de combatividad, de entrega,
hasta de heroísmo en el marco de la lucha de clases local. Pero esas
virtudes necesarias para encarar el camino hacia la revolución, no son suficientes: hay que lograr coherencia, inteligencia, arrojo y solidaridad para enamorar a las masas.
Es
por eso que la realidad nos muestra al movimiento revolucionario no
como algo coherente, inteligente y maduro, sino como cambalache
delirante, donde pequeñas “verdades” de cada uno de sus componentes se
contraponen las unas con las otras, contradiciéndose, dividiéndose,
enarbolando las banderas de la soberbia y la intolerancia, ni siquiera
para combatir al enemigo de clase, sino para mancillar al resto de las
corrientes que pugnan entre sí por los mismos objetivos: la Revolución,
el Socialismo y el Comunismo.
Es difícil de explicar cómo, en el
sector que aparenta más formación, información, fraternidad y humanismo
de la sociedad, puede materializarse semejante delirio infantil que la
lleva a ser constantemente funcional a los intereses que dice combatir.
Es
cierto que el movimiento revolucionario actual está compuesto por
sobrevivientes de una catástrofe: el derrumbe de la Unión Soviética.
Todo aquello que se construyó por 70 años constituía un norte para la
clase trabajadora del mundo, aún para los que tenían fuertes críticas y
cuestionamientos. La cuestión era mejorarlo, no destruirlo. Su debacle
dejó huérfana no sólo a la clase obrera, sino a toda la militancia
revolucionaria mundial, sin sustento ni credibilidad.
En nuestro
país, terminó de sepultar toda la impronta que ya había sido derrotada
por la última Dictadura Genocida una década antes.
La clase obrera
mundial pasó de pelear por el poder para modelar la sociedad
planetaria, a resignarse a luchar por modos menos inhumanos de
explotación.
Las izquierdas, salvo contadas excepciones, se
aggiornaron al nuevo orden mundial, pasando a ser “las izquierdas del
sistema”. El eurocomunismo fue el modelo a seguir.
En nuestro país pasó algo semejante:
-
El Partido Comunista, luego de la experiencia de Izquierda Unida junto
al MST troskista, decidió claudicar, correrse al centro del mapa
ideológico y se constituyó orgullosamente en furgón de cola del
kirchnerismo peronista.
- PO, PTS, IS conformaron el FIT (Frente
de Izquierda y los Trabajadores), que se instituyó en el pequeño “éxito”
del espectro marxista y aglutinó a grupos más pequeños a su alrededor,
para presentarse en cada lucha de los asalariados… tratando de
encauzarlos hacia el terreno electoral, bajo su hegemonía. Justamente
por eso, el FIT se conformó en uno de los más grandes obstáculos para la
unidad de las izquierdas, porque limitó sus expectativas al ámbito de
las urnas, se presentó como “la única” izquierda y cortó el
imprescindible debate acerca de las estrategias necesarias a seguir, de
raíz.
- El MST y el PCR, luego de su derrape en 2008 cuando
apoyaron la rebelión de la patronal agraria, pretendieron hegemonizar la
CTA liderada por Pablo Michelli, y cada uno por su lado intentaron
construir herramientas electorales. El MST junto con el MAS, el PCR con
sectores de la CTEP. Ellos también se constituyeron en trabas para la
unidad de los revolucionarios, porque más allá de la retórica unitaria y
de las denuncias contra el FIT por su autoproclamación y sectarismo,
reprodujeron y reproducen sus mismos vicios.
- El resto de la
izquierda vernácula, un sector variopinto donde los ex PRT son mayoría,
esos que se autoproclaman “guevaristas” pero donde también pueden
encontrarse grupos troskistas, maoístas o estalinistas, constituye el
sector que en teoría defiende las banderas de la insurrección, la
violencia popular como método para enfrentar a la violencia de arriba,
el camino directo hacia la Revolución que instaure el Socialismo en el
país. Pero este sector está plagado de incoherencias, infantilismos,
posturas delirantes, negación de la realidad, desconocimiento de la
relación de fuerzas para encarar tácticas y una estrategia acordes. Son
inflexibles con los electoralistas y constituyen el núcleo más duro del
sectarismo izquierdista.
- Otro sector al que algunos consideran
“izquierda” son las organizaciones sociales. Muchos de ellos son los
brazos “piqueteros” de organizaciones políticas (como el Polo Obrero del
PO). Pero hay algunos que se han desarrollado independientemente de los
partidos políticos, muchas veces en contraposición a ellos. Ninguno se
salva del crítico desbarranque: además de autoproclamados como el resto,
su discurso antisistema se contradice con la dependencia hacia los
planes sociales que pergeña el propio sistema para aplacar al pobrerío, y
su lucha en lo concreto se limita a la pelea callejera para conseguir
mejoras a esas dádivas del Estado Burgués, en lugar de luchar para
destruirlo.
- Todos, desde los grupos más grandes hasta los más
pequeños, han construido espacios aislados de los movimientos reales de
las masas y son absolutamente minoritarios en la clase trabajadora
organizada, por lo que, sumado ello a la soberbia y ceguera
autoproclamatoria, constituyen el obstáculo más grande para la
masificación de las ideas revolucionarias.
Es tan grande la
incomprensión de la realidad en cada uno de los grupos que conformamos
el espectro de la izquierda autoproclamada “revolucionaria”, que ni
siquiera un gobierno nefasto como el que asumió en el 2015, claramente
antiobrero, cipayo y de tendencias fascistas ha logrado que se produzca
un aglutinamiento, nada más que para enfrentarlo.
Es tan grande la
confusión y el retroceso ideológico, que llamados a la desobediencia
civil y a la rebelión son impensables y hasta vistos como “políticamente
incorrectos”.
¿Tan difícil es darse cuenta que para voltear a un gobierno de estas características, hay que construir una amplia unidad para esa lucha, con cualquiera que esté dispuesto a concretar ese objetivo?
Sólo
los creídos, infantiles o delirantes pueden pretender delimitarse del
resto para semejante tarea, por más diferencias que se tengan, aún en
los objetivos.
¿Tanto cuesta entender –por otra parte- que cuando
se ponen todas las fichas en los procesos electorales, lo táctico se
termina transformando en estratégico, y de esa forma se pone a las urnas
por encima de lo principal, que es la organización de la clase para la
lucha concreta, en las fábricas, en las empresas, en los gremios, en las
aulas, en las universidades, en las calles, en los barrios, en las
ciudades y en el campo, para destruir al sistema burgués?
¿Tan
complicado es ver que para organizar a la clase y al pueblo contra sus
explotadores, hay que hacerlo desde la coherencia de UNA SOLA
herramienta, que sintetice las inquietudes de todas las corrientes, más
allá de que las discusiones continúen en su seno?
A casi 30 años
de la caída del Bloque Soviético, ya es tiempo de darse cuenta de que la
división es funcional al poder burgués, y que por lo tanto la única
salida teniendo en cuenta la realidad concreta del movimiento
revolucionario en nuestro país, es generar UN espacio donde se discutan
los pasos a seguir, la estrategia y las tácticas, pero no desde la
concepción pequeñoburguesa que atraviesa a todas las corrientes que se
creen dueñas de la roja verdad, sino dejando de lado la soberbia, la
intolerancia hacia quien plantea matices pero tiene el mismo objetivo,
la autoproclamación y el sectarismo que lleva a la división permanente,
tan festejada por el enemigo de clase, la burguesía.
La
experiencia de décadas de militancia nos indica que esta posibilidad hoy
es prácticamente nula. Las dirigencias de cada uno de los grupos que
constituyen el movimiento revolucionario argentino son los diques de
contención que impiden la unidad de los revolucionarios.
La
solución pasará entonces por abrir los ojos por parte de la estoica
militancia izquierdista y conformar un nuevo movimiento que luche por la
unidad, no sólo del espectro ideológico sino de la clase y el pueblo,
bajo las viejas banderas del marxismo encarnada en sus tres maestros:
Marx, Engels y Lenin; y que deje atrás todos los vicios generados por
las corrientes surgidas de las luchas revolucionarias del siglo 20, que
ya han cumplido su misión en la lucha de clases y cuya existencia a lo
único que conlleva es al conflicto, la intriga y la división entre
camaradas.
El día en que las direcciones actuales reconozcan que
la división que provocan en el movimiento revolucionario hace imposible
el objetivo de la Revolución, o el día en que las bases pasen por arriba
de esas direcciones porque se dieron cuenta de ello, podrá convocarse a
un Congreso de la Izquierda donde cada militante tenga voz y voto para
la construcción de la imprescindible herramienta que hoy brilla por su
ausencia.
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