Jorge Eduardo Navarrete/I
Las guerras
comerciales de 2018, que enfrentaron en diversos momentos a buen número
de contendientes –los otros socios del TLCAN, los miembros de la Unión
Europea y, desde luego, China– con el instigador de todas ellas, Estados
Unidos, se fueron aquietando a lo largo del año en alguna medida. En
estas notas catorcenales se analizó su evolución y desenlace,
provisional o definitvo. Recordemos, entre otras, dos notas de especial
relevancia para la de hoy:
Trump y Xi en Mar-a-lago, 20 de abril, y
GC: una tregua desmentida, 31 de mayo. En su encuentro de la primavera de 2018 ambos líderes constataron la profundidad y anchura de los abismos que los dividen, que van mucho más allá del intercambio comercial, y acordaron negociaciones a nivel ministerial que resultaron fallidas. Desde el verano, los ruidos intimidatorios y los anuncios de nuevas o más altas barreras arancelarias por parte de Estados Unidos, así como de acciones de represalia por parte de China, fueron más frecuentes que la búsqueda de oportunidades de diálogo y negociación. El encuentro de ambos líderes en el G-20 de Buenos Aires, en diciembre, abrió un nuevo periodo para la búsqueda de entendimientos, inicialmente arruinado por las invectivas de Trump.
La llegada de 2019 tornó imposible seguir ignorando la inminencia de un deadline,
que dista sólo siete semanas: a falta de acuerdo, el 2 de marzo se
elevarán, en forma autómatica, de 10 a 25 por ciento los aranceles que
gravan compras estadunidenses de mercancías de China con valor anual
estimado en 200 mil millones de dólares. Nadie duda que las
correspondientes acciones de retorsión de China serán también
automáticas.
Más que otra vuelta de tuerca, una presión adicional u otra acción
disuasoria, esta alza de aranceles punitivos y las inevitables
represalias inmediatas constituirían la declaración formal y la primera
gran batalla de la guerra comercial del Pacífico, entre las dos
principales potencias del planeta. Nadie quedaría a salvo de sus
repercusiones y consecuencias. Por ello, hay que pasar, ahora sí en
serio, de la guerra a la tregua y a la negociación.
Del 7 al 9 de enero se reunieron en Pekín delegaciones técnicas de
los dos países para intentar desbrozar el camino. Se espera que más
adelante se reúnan en Washington delegaciones ministeriales. La
estadunidense sería copresidida por el representante comercial Robert
Lighthizer y el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin. (Quizá el
secretario de Comercio, Wilbur Ross, y el asesor sobre Política
Comercial e Industrial, Peter Navarro, se sientan desplazados del frente
negociador con Pekín). China no ha informado quienes integrarán su
delegación, quizá en espera del resultado de las pláticas preparatorias
en Pekín. Se interpretó de manera positiva el hecho de que el viceprimer
ministro Liu He –principal negociador económico internacional de China,
con acceso directo al presidente Xi– acudiese personalmente al inicio
de las negociaciones técnicas.
La aproximación de Estados Unidos a esta negociación ha estado
dominada por una visión marcadamente optimista de su fortaleza
negociadora ante China, subrayada en todo momento por Trump y otros
funcionarios. Han dicho también que, en cambio, es muy precaria la
posición de China, sobre todo como resultado de las barreras comerciales
impuestas por Estados Unidos.
Los aranceles han afectado absolutamente a China, la han lastimado mucho, tuiteó Trump la víspera de la reunión de Pekín, según nota de TheWashington Post.
Entre las cuestiones que Washington desearía obtener de China para
proclamarse victorioso absoluto en esta guerra comercial –como Trump
desea– destacan una reducción sustancial de su défict comercial
bilateral, que alcanza a 375 mil millones de dólares; un compromiso
formal de China para cesar las prácticas de invasión cibernética que,
según acusaciones de Estados Unidos, le han permitido adueñarse de
secretos técnicos en industrias de avanzada; aceptar sin reservas las
medidas de protección de los derechos de propiedad intelectual de
titularidad estadunidense; y, abatir los subsidios a los exportadores
que según Washington significan ventajas excesivas e indebidas.
En los pasados meses, casi sin ruido, China anunció y conformó ahora
una serie de medidas que, de forma indirecta, parecen responder a esas
demandas: modificación de la ley de inversiones extranjeras para impedir
que se exijan transferencias de tecnología a los socios locales,
sujetándolas a negociación entre las partes; adopción del principio de
neutralidad competitiva, impulsado por la OCDE, que asegura que las empresas de propiedad estatal no gozarán de ventajas frente a sus competidoras privadas o extranjeras, y, entre otras acciones, reabrir las importaciones de automóviles, soya y otros productos estadunidenses, afectadas por represalias comerciales.
Con las pláticas de Pekín, parece despejado el camino para la reunión ministerial, que se examinará con oportunidad.
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