Mujeres apuñaladas en Chile en
plena vía pública por exigir el respeto de sus derechos reproductivos;
mujeres agredidas en Argentina, en medio de su exigencia por el derecho
al aborto; mujeres lapidadas en los países musulmanes por demandar la
libertad individual que les ha sido negada por mandato religioso;
mujeres en Centro América asesinadas por protestar contra la destrucción
de su hábitat, contra la corrupción gubernamental, contra el abuso de
los dueños del capital; monjas de distintas congregaciones denunciando
violaciones sexuales perpetradas por jerarcas de la iglesia católica.
Mujeres, todas ellas, enfrentadas a un inmenso poder patriarcal cuya
fuerza sanciona cada uno de sus pasos y se apodera de sus derechos para
someterlas a una esclavitud naturalizada por las sociedades a las cuales
pertenecen.
La ola feminista se erige como una
demanda universal por la recuperación de la dignidad y la independencia
de la mitad de la población mundial. A estas alturas de la historia, es
imperativo comprender sus alcances y su lógica, abandonando los
estereotipos tendentes a descalificar sus métodos y objetivos. Algunos
escasos focos de equidad en países desarrollados o en comunidades
incontaminadas por las ideologías externas representan un ejemplo de
cómo las naciones se fortalecen cuando todos sus integrantes alcanzan un
estatus similar en cuanto a derechos y respeto por su integridad. Sin
embargo, lo prevalente –como comportamiento humano- es la represión de
las libertades para el sector femenino, transformada en un mecanismo de
defensa y una manifestación de temor del sector masculino ante la
posibilidad de verse obligado a compartir cuotas de poder en todos los
ámbitos de la vida ciudadana.
Esta lucha –cuyos alcances
políticos, económicos y sociales constituyen una verdadera revolución-
se ha intensificado de manera rotunda en los últimos años, rompiendo
diques y dejando clara la voluntad de las mujeres de no dejarse
avasallar; de romper los mecanismos de sometimiento; de batallar contra
las injusticias de jueces y magistrados en casos probados de abuso
sexual y crímenes en su contra; en fin, de poner un coto definitivo a un
sistema que las ha doblegado durante siglos. El momento actual se
define con mayor claridad: los asesinatos de mujeres y los ataques
contra sus manifestaciones públicas de rechazo al sistema expresan, más
que odio, un temor profundo de quienes detentan el poder. Al enfrentar
la posibilidad de ser relegados a una posición de igualdad a la cual no
están acostumbrados y consideran ofensiva hacia su posición de
superioridad en todos los órdenes de la vida, rechazan de manera
enfática y con lujo de violencia cualquier intento de cambio.
Los derechos de las mujeres,
consignados en las cartas fundamentales de las naciones y en
innumerables documentos firmados y ratificados por la mayoría de países,
comenzarán a dejar de ser letra muerta para convertirse paulatinamente
en realidades concretas. Las nuevas generaciones de hombres y mujeres
tienen mucho más claro el panorama y eso representa uno de los grandes
avances de la lucha feminista. Su concepto de la igualdad de derechos y
obligaciones, la perspectiva de género en sus diversas manifestaciones y
el rechazo a la imposición de un sexo por sobre el otro ya forman parte
de una perspectiva distinta de las relaciones humanas. Solo falta el
salto generacional de sistemas jurídicos de orden patriarcal y de
quienes los administran, para que el paso hacia una justicia con enfoque
de género se imponga y derrote los estereotipos imperantes en las
cortes, despachos oficiales y millones de hogares.
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