Rosa Miriam Elizalde*
¿Cómo proyectamos una imagen de futuro de la izquierda en estas ciudadanías etéreas que produce el colonianismo 2.0, capaces de movilizarse por el maullido de un gato, pero anestesiadas frente a la muerte o el hambre de millones de seres humanos?
Desde la década de 1990, Herbert I. Schiller daba por sentada la existencia de un imperio norteamericano emergente, cuyos misioneros viven en Hollywood. Es un imperio con un mínimo de sustancia moral, pero Hollywood es sólo la zona más visible de ese imperio. Existe ya una amplia y activa coalición de intereses gubernamentales, militares y empresariales que abarcan las industrias informática, de la información y de medios de comunicación.
Nunca fue más imperial Estados Unidos (EU) que cuando se convirtió en zar de Internet y nos impuso un modelo de conectividad dependiente de las lógicas del mercado, que codifica las relaciones humanas, las transforma en datos y, por tanto, en mercancías que producen valor. Los datos aislados no dicen nada, pero la enorme masa de datos agregados en una plataforma adquiere un valor inusitado y controversial, en una sociedad que transita aceleradamente de la producción y comercio de bienes y servicios físicos hacia los servicios digitales.
La nueva e intensa concentración comunicativa y cultural es mucho más global que la de las industrias culturales trasnacionales o nacionales que conocíamos. Cuatro de las cinco aplicaciones más usadas en los celulares del mundo –Facebook, Instagram, WhatsApp y Messenger– pertenecen a la empresa fundada por Mark Zuckerberg y recaban datos monetizables permanentemente. En el primer trimestre de 2018 y a pesar de los escándalos de los últimos tiempos y los explotes en la bolsa de Wall Street, Facebook facturó 11 mil 790 millones de dólares. De ese total, cerca de 98.5 por ciento proviene de la publicidad.
Google, por su parte, realiza cerca de 92 por ciento de las búsquedas en Internet, un mercado valorado en más de 92 mil millones de dólares. Las 10 empresas más poderosas y ricas del mundo –cinco en el negocio de las telecomunicaciones– tienen ingresos conjuntos que equivalen a 4.5 por ciento del PIB mundial. En la actualidad hay pocas instituciones públicas a escalas nacional o global que puedan enfrentar estos monstruosos poderes trasnacionales, que han alterado dramáticamente la naturaleza de la comunicación pública. No existe Estado-nación que pueda remodelar la red por sí solo ni frenar el colonialismo 2.0.
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), nuestra región es la más dependiente de EU en términos del tráfico de Internet. Ochenta por ciento de la información electrónica de la región pasa por algún nodo administrado directa o indirectamente por EU, fundamentalmente por el llamado NAP de las Américas, en Miami, y se calcula que entre 80 y 70 por ciento de los datos que intercambian internamente los países latinoamericanos y caribeños, también van a ciudades estadunidenses, donde se ubican 10 de los 13 servidores raíces que conforman el código maestro de la Internet.
América Latina es la más atrasada en la producción de contenidos locales; sin embargo, es líder en presencia de internautas en las redes sociales. De los 100 sitios de Internet más populares en la región, sólo 21 corresponden a contenido local. Los expertos aseguran que uno de los aspectos más significativos de la cultura digital latinoamericana es el uso intensivo de las redes sociales. De hecho, algunos países de la región igualan e incluso superan el uso de redes sociales de países desarrollados. De los diez países con mayor tiempo utilizado en redes sociales, cinco de ellos fueron latinoamericanos.
Veintiocho por ciento de los latinoamericanos viven en situación de exclusión social en la región; sin embargo, la cantidad de usuarios de Internet se ha triplicado en esa franja poblacional con respecto a los cinco años precedentes. Nueve de cada 10 latinoamericanos posee un teléfono móvil. Según una investigación del Banco Interamericano de Desarrollo (2017), 57 por ciento de las personas que tienen dificultades para conseguir comida, son muy activas en Facebook y WhatsApp, lo que indica que poseen algún teléfono inteligente en sus hogares.
No es lo mismo brecha digital que brecha económica. Acceso a Internet no es lo mismo que capacidad para poner las llamadas nuevas tecnologías en función del desarrollo de un continente profundamente desigual. La falta de habilidades digitales y la imposibilidad de aprovechar el potencial de las nuevas tecnologías contribuye a perpetuar ese estado de vulnerabilidad.
Hablando muy tempranamente sobre estos temas, el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro alertaba que, de la mano de una tecnología revolucionaria, “hay una verdadera colonización en curso. Norteamérica está cumpliendo su papel con enorme eficacia en el sentido de buscar complementariedades que nos harán dependientes permanentemente de ellos…”
* Periodista cubana. Vicepresidenta de la Felap.
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