¿Qué sigue siendo válido en el pensamiento de León Trotsky en 2018 cuando el capitalismo, el proletariado y el mundo todo son tan diferentes de los de la primera mitad del siglo pasado?
Antes que nada, su inquebrantable confianza en la capacidad de los trabajadores y su certidumbre científica de que el capitalismo –como todas las cosas- no es eterno y desaparecerá.
Después, su voluntad de organizar a los trabajadores y oprimidos para acelerar esa desaparición y hacer que ese fin se produzca del modo menos cruento y más veloz posible. También su seguridad de que, frente a la unificación del mundo por el capitalismo y a la coordinación internacional de los explotadores, el internacionalismo de los trabajadores terminará por vencer los egoísmos nacionalistas y la lucha por defender lo que queda de la democracia asumirá formas y tareas anticapitalistas, socialistas.
Sobre todo, su confianza en las mujeres, los pueblos colonizados y la juventud como motores de una nueva ola revolucionaria y como arietes poderosos para resquebrajar y destruir todas las viejas imposiciones culturales y las burocracias que se apoyan en ellas y en las desigualdades crecientes para frenar la lucha. Porque Trotsky, desde 1923, fue afinando su comprensión de la burocratización de los partidos y las revoluciones y sentó definitivamente las bases de su estudio y de su combate en 1936 con su libro “¿Dónde va la Unión Soviética?” horriblemente traducido como “La Revolución Traicionada”.
Ahora bien, con el desarrollo de la inteligencia artificial aumentará la separación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual y la separación de la inmensa mayoría de los trabajadores de la comprensión del proceso de producción y de la producción misma, acentuando así su carácter de proletarios desprovistos de todo.
La miseria creciente en un polo, los privilegios de todo tipo en el otro favorecen la creación de capas burocráticas de especialistas privilegiados y conservadores; el retroceso cultural, por su parte, dificulta el conocimiento y la comprensión de los complejos procesos mundiales y, por consiguiente, refuerza el nacionalismo y el localismo, que dan amplio margen de acción a los Caudillos y Demiurgos y a la irracionalidad religiosa y política.
Todo eso da aún mayor importancia a los análisis de Trotsky de las bases del stalinismo y sobre cómo es posible combatir la lepra burocrática del movimiento obrero y de la izquierda.
El siglo XX, de guerras y revoluciones no terminó el 31 de diciembre de 2017 sino que prosiguió, potenciado, en estas primeras décadas de 2018 cuando el capitalismo continúa las guerras que comenzó en el siglo pasado en Medio Oriente y prepara una nueva guerra mundial que pondrá en el orden del día nuevas revoluciones sociales, pero en condiciones de destrucción ambiental y de desastre económico-social jamás vistas.
La escasez de medios y de hombres y mujeres podría dar la base funcional para burocracias-tecnocracias que tenderán a afirmarse como casta privilegiada si el control de los trabajadores no impide que esos sectores pasen de la reorganización de las cosas a la dominación de las personas.
Trotsky, por consiguiente, tiene más validez que nunca. Pero a condición de que no se lo lea como los fieles leen los Evangelios, de que se lo estudie críticamente y a la luz de la realidad cambiante y de la práctica, en un continuo proceso de aprendizaje-corrección y de constante autocrítica. Trotsky no necesita fieles robados a las Iglesias, sino continuadores.
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