Katu Arkonada
El 14 de agosto de
2018 Evo Morales cumplió 12 años, seis meses y 23 días en el cargo,
superando de esta manera a Víctor Paz Estenssoro, presidente tras la
revolución de 1952, quien había acumulado 12 años a la cabeza del
gobierno boliviano, aunque de manera discontinua (1952-1956, 1960-1964,
1985-1989). De esta manera, Evo se convierte en el mandatario más
longevo en la historia de la primera república y luego Estado
Plurinacional de Bolivia.
Este récord se sustenta en tres grandes victorias en las elecciones
presidenciales de 2005 (54 por ciento de votos), 2009 (64 por ciento) y
2014 (61 por ciento), así como en dos referendos: el revocatorio de 2008
(67 por ciento) y el constitucional de 2009 (61 por ciento).
Sin embargo, el 21 de febrero de 2016 se produjo un intento de
perforación hegemónica (en palabras de la analista cruceña Helena
Argirakis) con la derrota en referendo de la opción por la repostulación
de Evo Morales, opción que obtuvo 49 por ciento de votos frente a 51
por ciento que obtuvo el No a su repostulación, en medio de la guerra sucia contra la figura del presidente articulada en el llamado caso Zapata.
A pesar de la ampliación de la democracia lograda por el gobierno de
Morales durante 12 años, que se puede sintetizar en la palabra
inclusión, la mística del proceso de cambio se fue agotando y el cambio
ya no podía ser representado por quien llevaba una década transformando
Bolivia mediante una gestión de gobierno basada en la nacionalización de
los hidrocarburos, una nueva Constitución que otorgaba derechos a
quienes nunca tuvieron y estabilidad económica.
Ese sujeto político, sintetizado en lo que la CPE define como
movimiento indígena originario campesino, se transformó. Según Naciones
Unidas, casi 3 millones de personas, en un país cuyo censo no llega a 11
millones, han salido de la pobreza y se han incorporado a esa difusa clase media.
Álvaro García Linera define una triple clase media: la tradicional,
conformada por parientes pobres de las viejas élites económicas; la
clásica, que accede a privilegios a partir de inversión en educación y
empleo, y una nueva de extracción popular, con iguales o mayores
ingresos que las dos anteriores, fruto del proceso de cambio.
Sin embargo, a pesar de ser el país de Sudamérica cuya economía más
ha crecido en los últimos años, se pasó en menos de año y medio de ganar
con 61 por ciento a perder un referendo con 49 por ciento. Pero de
manera paradójica no hay oposición política, siendo los medios de
comunicación hoy el principal partido de oposición. La oposición no ha
podido construir un liderazgo y se encuentra fragmentada y sin un
proyecto político alternativo. Su único discurso es el eslogan Bolivia
dijo no, que parece ser suficiente para poner en dificultades al
gobierno de forma temporal, pero no para ganar una elección. Su única
alternativa real es Carlos Mesa, ex vicepresidente de Gonzalo Sánchez de
Lozada, tan buen historiador como mal político, y probablemente el
presidente más timorato en la historia boliviana.
Por eso el partido mediático utiliza todos los dispositivos a su
alcance para negar la ampliación de la democracia y construir un
imaginario en torno a dictadura y corrupción, generando un sentimiento
de rechazo en una parte de la población, clase media urbana y jóvenes
que no conocieron el neoliberalismo.
En definitiva, en Bolivia no hay dos proyectos de país enfrentados.
Hay un proyecto de transformación política, social y económica, aun con
limitaciones y errores tras 12 años, y enfrente el vacío y los intereses
de ciertos sectores políticos y económicos que se esconden detrás de
los medios y las mal llamadas plataformas ciudadanas. La disyuntiva es
la Bolivia de Evo frente al retroceso social que implicaría un modelo
como el de la Argentina de Macri o el Brasil de Temer.
Por eso se puede prever un 2019 de alta conflictividad social (que
obligue al gobierno a estar respondiendo a la coyuntura política) y
plataformas ciudadanas articuladas como oposición desde la sociedad
civil, manejadas y financiadas por los viejos partidos. Es por ello que
es necesaria la defensa del proceso de cambio más allá del bloque
nacional-popular que representa el MAS. Finalmente, las conquistas
fueron de y para todo un pueblo.
Los ingredientes para la victoria en 2019 están: un liderazgo que da
unidad y cohesión, y un movimiento que si se engrasa bien se convierte
en una maquinaria electoral eficiente. Sin embargo, falta afinar el
proyecto, que ya no puede ser solamente el antineoliberal. Necesita
recuperar la mística y, reteniendo el núcleo duro (Evo podría ser
presidente con 40 por ciento de votos si saca al menos 10 puntos de
ventaja sobre su inmediato competidor), atraer hacia sí esa nueva clase
media de origen popular. Es necesario volver a irradiar la potencia
plebeya que puso en marcha el proceso de cambio sobre todo hacia los
jóvenes que no conocieron el neoliberalismo. Es preciso construir no
sólo una alternativa económica al neoliberalismo, sino también cultural.
En 2025 se cumplen 200 años de la fundación, por parte de Simón
Bolívar, de la República de Bolivia. Es necesario terminar lo que se
comenzó en 1995 con la fundación del Instrumento Político para la
Soberanía de los Pueblos y en 2005 con la victoria del MAS-IPSP.
Twitter: @katuarkonada
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