¡No le crean a Gardel,
el Mudo Inmortal! Hoy, al cumplir 90, puedo afirmar por experiencia
propia y no sólo como historiador, que dos décadas pueden ser decisivas.
Los veinte años que van desde 1789 hasta 1809, desde la toma de la
Bastilla hasta la ocupación de toda Europa menos Inglaterra por el
Imperio napoleónico Imperio napoleónico destrozaron los cimientos de las
monarquías y crearon las condiciones para la Independencia en este
continente y para la consolidación de la de Estados Unidos. Ya en otro
siglo, los 23 años posteriores a la muerte de Lenin en 1923 fueron aún
más importantes pues en ellos fracasaron las revoluciones en Hungría,
Austria, Alemania y el Norte de Italia, la Unión Soviética (URSS) quedó
aislada, triunfó en la URSS la burocracia dirigida por Stalin que acabó
con el partido de Lenin y con las conquistas sociales de 1917, Stalin
llevó a los comunistas alemanes a la alianza con los nazis en la lucha
contra los socialistas dividiendo y debilitando a los obreros y
facilitando el triunfo de Hitler, no hizo efectivo el pacto de ayuda
militar mutua con Checoeslovaquia que le habría permitido aplastar al
nacer la potencia militar alemana, firmó el pacto Molotov-Ribentropp con
los nazis y, descabezando al ejército rojo y mediante el terror,
favoreció la agresión hitlerista, traicionó la Revolución española,
disolvió al Partido Comunista polaco acusándolo de trotskismo y
entregándolo a Hitler y, en 1942, acabó de un plumazo con la
Internacional Comunista para dar garantías a los imperialismos
occidentales mientras la guerra dejaba a la URSS vencedora desangrada y
destruida.
En esos 20 años Stalin enterró la revolución socialista
rusa, cambió el carácter de la URSS y de los partidos comunistas, que
dejaron de ser revolucionarios e independientes, convirtió al Kremlin en
una fuerza contrarrevolucionaria mundial que en Yalta y Postdam se
dividió el mundo con los imperialistas y que después buscó convivir
pacíficamente con ellos. El desastre político y cultural fue inmenso.
Burlando los esfuerzos y los sacrificios de millones de personas que
querían acabar con el capitalismo incluso al costo de sus vidas, los
grandes partidos comunistas de Occidente reconstruyeron el Estado
capitalista en alianza con la derecha y, siguiendo el ejemplo de Stalin,
educaron a sus seguidores en el nacionalismo y en la aceptación de los
valores burgueses y en la idea de que el capitalismo es reformable. La
población soviética salió de la guerra desmoralizada, despolitizada,
atomizada y odiando el seudomarxismo escolástico inventado por la casta
de los sacerdotes-burócratas.
Los que nacimos en 1928 y en la
adolescencia optamos por la lucha contra la opresión y la desigualdad
esperábamos por el contrario que la caída del nazifascismo abriría un
rápido y corto proceso de liberación mundial que despertaría las
energías revolucionarias de los oprimidos por el stalinismo. El
pensamiento es conservador al igual que la esperanza pues ambos
proyectan al futuro lo que conocimos, las mejores tendencias y
experiencias del pasado convertidas en deseos o previsiones. Aún
inmaduros, no comprendimos la complejidad del nuevo mundo surgido de la
guerra y de la descolonización ni contamos con que los plazos de la
historia son mucho mayores que los tiempos de nuestra vida.
El
resultado de las luchas revolucionarias contra el viejo mundo pronto fue
visible: los grandes partidos socialistas y comunistas se hicieron
socialdemócratas o social-liberales y desaparecieron o están moribundos.
El stalinismo se hundió junto con la Unión Soviética y queda sólo en
las mentes de burócratas y tecnócratas de la política. Por su parte, el
capitalismo, triunfante a escala mundial, vive una profunda crisis pero
produce dirigentes del nivel de Trump mientras que el único método de
interpretación de este proceso caótico sigue siendo el marxismo que
muchas veces substituimos por un superficial impresionismo o por el
pragmatismo de la actividad.
Hoy, ya en mis 90 sigo con la
voluntad intacta y tengo la misma seguridad de que el capitalismo, así
como nació hace 600 años morirá, como murieron todos los sistemas
sociales anteriores, pero lamento no haber dedicado más tiempo a
escribir porque los nuevos tiempos exigen más reflexión.
Esta
es una fase terrible de la historia. La catástrofe ecológica es
prácticamente irreversible, las especies muertas no renacerán y se
necesitarán muchos años para que una civilización superior pueda
regenerar el ambiente. Una guerra nuclear, cualquiera sea su resultado,
empeorará la situación del planeta y reducirá ulteriormente las
posibilidades de una rápida reconstrucción. El egoísmo llevó a una
concentración cada vez más aberrante de la riqueza y, por consiguiente, a
la creación de enormes masas de miserables que los opresores intentarán
reprimir y que, si logramos imponer un cambio social, deberán ser
organizadas con medios escasos y con un material humano deformado por el
hedonismo y los valores putrefactos del régimen apenas muerto en
comunas autogestionarias libremente asociadas.
Pese a todo
mantengo inalterable mi esperanza en la capacidad creativa de nuestra
especie y pienso que las terribles adversidades sacarán de ella lo más
noble, las tendencias a la solidaridad y al comportamiento colectivo.
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