La Jornada
No es nada frecuente entre los gobernantes contemporáneos, e incluso podría decirse que es insólito, el señalamiento autocrítico formulado por el presidente venezolano, Nicolás Maduro, en el cuarto congreso de su partido, el Socialista Unido de Venezuela (PSUV), en el sentido de que los modelos productivos que hasta ahora hemos ensayado han fracasado, en lo que constituye una referencia inequívoca a la política económica de su presidencia.
Este crudo mea culpa del mandatario, que contrasta con el empecinamiento con el que otros gobernantes se aferran a recetas fallidas, incluso cuando resultan inocultables las evidencias de la catástrofe social, como ha ocurrido en México y, más recientemente, en el Brasil de Michel Temer y la Argentina de Mauricio Macri, tiene como telón de fondo una hiperinflación de un millón por ciento, una caída de 18 por ciento del producto interno bruto, un severo desabasto de productos básicos y una regresión en las conquistas sociales conseguidas en los primeros lustros del régimen bolivariano. Otros indicadores que contribuyen a hacer insostenible la política económica de Maduro es la depresión del sector agrícola –que pasó de abastecer 75 por ciento del consumo nacional a sólo 25 por ciento–, el colapso industrial –la planta instalada funciona a 30 por ciento de su capacidad– y el desplome de la producción petrolera, principal fuente de divisas del país, que cayó de 3.2 millones de barriles diarios en 2008 a 1.5 millones en el año en curso.
Si bien es cierto que Venezuela enfrenta una agresiva embestida económica, política y diplomática de Estados Unidos y de varios de sus aliados latinoamericanos, es inocultable que una parte central de la responsabilidad por la presente crisis tiene que ver con malas decisiones internas. De ahí el exhorto de Maduro a la militancia del PSUV a producir con agresión o sin agresión, con bloqueos y sin bloqueos.
El gobernante chavista delineó una perspectiva de recuperación y reactivación con objetivos tan ambiciosos como lograr que la población recupere su poder adquisitivo a partir del 20 de agosto y, a un plazo mayor, llevar la producción de crudo a 6 millones de barriles diarios para 2025 o antes y alcanzar “en dos años un alto nivel de estabilidad (…) sin abandonar un segundo la protección y seguridad social”. Para alcanzar tales metas propuso un cambio total y una nueva economía a fin de realizar una cura profunda.
Pero los malos resultados económicos tienen un impacto insoslayable en el desasosiego político por el que atraviesa la nación sudamericana, en el que confluyen además el cerco internacional y la intensa labor de zapa de las formaciones opositoras, por lo que cabe preguntarse si será posible que el régimen bolivariano remedie, en semanas y meses, los efectos catastróficos de años de decisiones equivocadas. Por el bien de los propios venezolanos y de la estabilidad en la región cabe esperar que sí.
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