Guillermo Almeyra
En esta fase dominada por el gran capital financiero la tendencia general es la restricción de la democracia, el aumento de la represión, el auge del racismo y el odio de las clases dominantes y sus siervos a los dominados que, debido a las migraciones, se diferencian cada vez más de sus opresores por sus características étnicas o religiosas.
Entre los sectores dominantes también existen diferencias pero éstas son sobre todo políticas y socioeconómicas pues entre los capitalistas un mulato, mestizo o negro millonario es siempre un millonario. Pero la mayoría de los ricos son blancos y miembros de las iglesias dominadoras tradicionales (anglicanos, católicos, judíos) mientras en los sectores plebeyos hay blancos pobres pero la mayoría son indígenas, mestizos o negros que pertenecen a minorías religiosas o no creen en dioses. La lucha de clases aparece, por tanto, disfrazada de una oposición entre religiones y entre etnias y esa barrera ideológica, sobre todo en los países dependientes, puede aparecer ante todos como más importante que la división en clases.
Las clases dominantes están, además, bajo la férula del capital financiero y tienen objetivos comunes pero en ellas hay divisiones resultantes de la geografía, la historia y la cultura que son propias de cada país. En un país-continente de ocho millones de kilómetros cuadrados como Brasil, apenas superficialmente unificado hace 40 años por la dictadura y con una larga tradición de lucha entre las regiones dependientes de producciones diferentes y donde jamás ha habido una huelga general nacional o un poderoso movimiento obrero y campesino unificado, cuando las negociaciones entre los diversos sectores burgueses no bastan para resolver los conflictos interregionales o sociales queda como último recurso el único organismo nacional unido: las fuerzas armadas.
En la actualidad un vasto sector capitalista teme en Brasil la recesión y la corrupción crecientes y comprobó la peligrosa impopularidad de Temer y del sistema capitalista. La prensa más reaccionaria toma ya abiertamente distancias del gobierno y no cree en la continuidad de la línea dura y represiva de la derecha tradicional o de la ultraderecha evangelista-fascista del candidato Jair Bolsonaro. La Justicia también está dividida ante la monstruosidad del fallo que le quieren hacer adoptar, como lo demuestra el caso del magistrado que dejó en libertad a Lula y obligó a su superior a revocar in extremis esa medida durante sus vacaciones y desde el extranjero. Por el otro lado, crece la popularidad de Lula que tiene ya 41 por ciento de expectativa de voto y comienzan las protestas obreras organizadas.
Están aumentando así las condiciones necesarias para un golpe militar, dentro del golpe parlamentario de Temer, porque las diversas fracciones burguesas no pueden concretar un pacto y, en cambio, comienzan a temer un peligro de izquierda. Lo único que frena esta opción verde es la memoria de la incapacidad y las fracturas internas de la dictadura y el recuerdo de que, al caer ésta, Brasil tuvo por primera vez un partido obrero de masas, el recién nacido Partido de los Trabajadores (PT).
Otra opción posible para las diversas facciones de los capitalistas brasileños sería la repetición de la salida mexicana de la crisis política cooptando una fuerza popular y de masas (el PT) pero burguesa por su ideología, su programa y la composición de sus cuadros principales, pero con la garantía de que Lula mantenga una posición mucho más conservadora y limitada que la de López Obrador. en lo personal, y aunque no tengo ningún elemento que pruebe esta deducción política, creo que incluso un ala del Departamento de Estado y del Pentágono podrían estar sopesando esta posibilidad para evitar el crecimiento de una radicalización que se expresó ya en el entierro masivo de Marielle Franco, concejal de Río de Janeiro, favelada, lesbiana, mulata y trotskista.
La actual división de los capitalistas ayuda a ganar tiempo para la organización de la lucha democrática y anticapitalista que pasa, por supuesto, por la imposición de la libertad de Lula y de su derecho a ser candidato presidencial. Pero sin la independencia política frente a Lula y al PT no será posible agravar la división entre los dominantes y frenar la posibilidad de un golpe militar haciendo pesar movilizaciones de masas a escala nacional por la democracia y por las reivindicaciones populares y evitar un acuerdo podrido de último momento.
Defenderé, incluso, elegir a Lula: es una necesidad inmediata, pero el lulismo ciego es estúpido y criminal a medio plazo y no ayuda a los trabajadores y sectores populares a salir de esta crisis. La independencia de clase no excluye la flexibilidad táctica: ¡Lula libre pero controlado por los trabajadores!
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