Brasil 24/7
Traducido del portugués para Rebelión por Alfredo Iglesias Diéguez |
Apenas
un año después de la destitución definitiva de la presidenta Dilma por
el Senado, Brasil está en un proceso acelerado de destrucción a todos
los niveles. Nunca se destruyó tanto en tan poco tiempo.
Las primeras víctimas fueron la democracia y el sistema de representación. El golpe continuado, que se inició poco después de las elecciones de 2014, tuvo como primer blanco el voto popular, base de cualquier democracia y fuente de legitimidad del sistema político de representación.
No era suficiente, quienes habían sido derrotados cuestionaron uno de los sistemas de votación más modernos y seguros del mundo, alegando, de forma irresponsable, “sólo para llenar la bolsa”, como afirmó Aécio Neves, la existencia de supuestos fraudes. Después, cuestionaron, sin ninguna evidencia empírica, las cuentas de la presidenta electa. Incluso hubo quién afirmó que habían perdido las elecciones frente una “organización criminal”.
Esta gran ofensiva contra el voto popular, sumada a los efectos deletéreos de la operación Lava Jato -de cuño estridente y partidarizado-, aunque tenía como objetivo principal el PT y las izquierdas, terminó dando de lleno en el corazón de la democracia brasileña, la actividad política como un todo y la legitimidad del sistema de representación.
En efecto, el golpe explícitamente pensado para “detener la sangría” e intentar proteger a la camarilla liderada por Temer, sumergió al país en la mayor crisis política de su historia. En la actualidad, las instituciones democráticas están sin ninguna credibilidad y legitimidad, empezando por la Presidencia, anclada en menos del 5% de aprobación popular. Hay una incredulidad gravísima y generalizada en la política, equiparada a una actividad criminal. Hay incluso quienes, en número cada vez mayor, pregonan la vuelta de las dictaduras como solución a los problemas vividos por el país.
El hecho concreto es que la democracia brasileña resultó debilitada por el golpe y hoy convive con un estado de excepción que reprime a estudiantes, trabajadores, profesores, campesinos y todos aquellos que se atreven a protestar contra la agenda ultraneoliberal que el gobierno ilegítimo, sin voto, somete a Brasil. En realidad, el sistema de toma de decisiones ya fue transferido de las instituciones basadas en el voto popular a un conglomerado formado por el poder judicial, los medios oligopolizados y los sectores hegemónicos del “mercado”, particularmente el sistema financiero nacional e internacional.
Esta fragilidad democrática y el secuestro de la política por el “mercado” permite la destrucción de todos los legados sociales de Brasil. En efecto, el golpe busca no sólo destruir el legado social específico del PT, sino también el legado social de la Constitución Ciudadana, que instituyó el Estado de Bienestar brasileño e incluso el legado social del trabajismo, consagrado en la protección de la CLT. La Enmienda Constitucional nº 95 impedirá las inversiones públicas en educación, salud y previsión, haciéndonos retroceder al siglo pasado, en términos de servicios públicos. Combinada con la cruel Reforma de la Seguridad Social y las Pensiones, que inviabilizará las jubilaciones y pensiones de los más pobres, tal Enmienda destruirá el Estado de Bienestar creado por la Constitución de 1988 y todo un conjunto de derechos sociales a él asociado. A su vez, la Reforma Laboral, al “flexibilizar” la protección laboral asegurada en la CLT, nos hace retroceder a los tiempos de la República Vieja, cuando la “cuestión social” era mero caso de policía.
Todos los programas sociales relevantes están siendo destruidos o fragilizados por el gobierno sin voto. Farmacia Popular, Mi Casa Mi Vida, Más Médicos, Ciencia sin Fronteras, Luz para Todos, Bolsa Familia, etc, no hay ninguno que escape de la tijera criminal del austericidio golpista.
El objetivo de la saña austericida son los derechos de la población y las políticas públicas que benefician a los más pobres. Para los ricos, sobran 'cariños' y oportunidades para grandes negociacios.
La destrucción de los legados sociales, principalmente en su vertiente laboral y previsional, pretende recomponer las tasas de ganancia, en un contexto de persistencia y agravamiento de la crisis económica. De hecho, el golpe también destruyó la economía de Brasil.
Lo que comenzó en 2014 como una ligera desaceleración y un pequeño déficit primario ocasionado por el agravamiento de la crisis mundial, el fin del ciclo de los commodities y el estrés hídrico, se transformó, gracias a la inestabilidad política e institucional creada por el golpismo y su política pro-cíclica austericida, en la mayor crisis económica de la historia del país. Una auténtica depresión, que obligó al “gigante” a acostarse en el lecho de una UCI. Le falta ahora el oxígeno del mercado interno de masa, propiciado por las políticas que llevaron a 40 millones de brasileños a la clase media y eliminaron la pobreza extrema en Brasil.
Esta destrucción, masiva y persistente, se expresa, entre otros indicadores, en el hecho de que más un quinto de los hogares de Brasil (15,2 millones) no tiene ingresos procedentes del trabajo, formal o informal. Se manifiesta también en el ignominioso retorno de la pobreza y la desigualdad. Se expresa en el inadmisible retorno de Brasil al Mapa del Hambre.
Sin embargo, el daño económico mayor tuvo como objetivo los mecanismos de que disponíamos para aprovechar nuestro desarrollo. Así, Petrobras y su política de contenido local, que habían recuperado la industria naval y la construcción civil pesada, ahora son vendidas y desmontadas. Pozos del presal, del postsal, refinerías, gasoductos, etc., se venden a precios de ganga y las plataformas y embarcaciones que antes generaban empleos en Brasil ahora generan empleos en Holanda y Singapur. El crédito público, particularmente el del BNDES, que fue fundamental para superar la crisis de 2009, ahora es asfixiado por un gobierno que no logra contener sus déficits ocasionados por las constantes caídas en la recaudación y en la actividad económica.
Curiosamente, aunque la máquina pública está parando por falta de presupuesto, no falta dinero para la providencial compra de parlamentarios. Y las solicitudes de ampliación de déficits, que antes justificaban impeachments, ahora se han vuelto rutina consentida y banal.
Como la inversión y el crédito público están asfixiados y las empresas y las familias están endeudadas, no hay inversiones, no hay consumo y no hay crecimiento para hacer subir los ingresos y equilibrar las cuentas. En ese contexto, los obsesivos recortes de gastos sólo agravan la situación. Es trabajo de Sísifo.
Con el rechazo austericida a la reanudación de las inversiones públicas y con la imposibilidad del retorno de inversiones privadas nacionales, el golpe recurre a la venta predatoria del patrimonio público al capital internacional y a la destrucción de la soberanía como último recurso para mantenerse e intentar tapar temporalmente sus gigantescos desfalcos financieros, cebados por las más altas tasas de interés reales del mundo.
Así, el golpe puso a Brasil en venta. Y por precios de saldo. Además de la enajenación de Petrobras y del presal, están a la venta las tierras, la Amazonia y sus vastos recursos estratégicos, las riquezas minerales, puertos, aeropuertos, bancos públicos, la estratégica Eletrobrás, una de las mayores empresas de electricidad del mundo, e incluso la Casa de la Moneda, responsable de la fabricación de nuestro dinero. Se trata de un gigantesco “feria” destinado a vender nuestros recursos estratégicos a precios de “ganga” en el mercado mundial.
En el fondo, es el retorno a un Brasil colonial, que se integrará a las “cadenas productivas globales” como mero productor de commodities, sin ninguna agregación de valor y sin desarrollar ciencia y tecnología propias.
A ese proceso predatorio y miope de desnacionalización de nuestro patrimonio y de nuestra economía, se suma una política exterior que, a diferencia de la política exterior activa y altiva del gobierno anterior, se muestra desvergonzadamente omisa y sumisa. De país cortejado y de amplio protagonismo en todos los foros regionales y globales, con Lula habiendo llegado a ser un auténtico líder mundial, nos transmutamos en paria de las relaciones internacionales, con Temer siendo ignorado y despreciado por donde se atreve a aparecer. De país que afirmaba sus intereses propios en la integración regional, en la geopolítica Sur-Sur y en la articulación del BRICS, nos convertimos en mero satélite de los intereses de EEUU y aliados.
Nunca Brasil cayó tan bajo a los ojos del mundo. El golpe destruyó la imagen de Brasil en el planeta.
Por encima de todo, el golpe destruye un bien intangible: la esperanza en el futuro. De persistir en su intensa agenda predatoria y destructora, el golpe eliminará el futuro de Brasil, el futuro de nuestros hijos y de nuestros nietos. El sueño del país próspero, grande y justo será sustituido por la pesadilla del país pobre, pequeño y desigual.
Sin embargo, el golpe no destruyó, ni destruirá, el mayor activo de Brasil: el pueblo y su inmensa capacidad de lucha. En el caso de que Lula no sea impedido por los procesos injustos y partidistas a que está siendo sometido, suscitando la condena de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, el pueblo brasileño, en elecciones libres, podrá comenzar a reconstruir Brasil a partir del punto en que el golpe empezó su destrucción: en la restauración de la soberanía popular.
La restauración de la soberanía popular y de la democracia deberá revertir este annus horribilis de la historia de Brasil.
Con el regreso de la democracia, devolviendo al pueblo los destinos de Brasil, podremos tener, de nuevo, muchos annus mirabilis al frente.
Gleisi Hoffmann es senadora y presidenta nacional del Partido de los Trabajadores.
Fuente: https://www.brasil247.com/pt/colunistas/gleisihoffmann/314767/Um-ano-sem-Dilma-sem-direitos-sem-soberania.htm
Las primeras víctimas fueron la democracia y el sistema de representación. El golpe continuado, que se inició poco después de las elecciones de 2014, tuvo como primer blanco el voto popular, base de cualquier democracia y fuente de legitimidad del sistema político de representación.
No era suficiente, quienes habían sido derrotados cuestionaron uno de los sistemas de votación más modernos y seguros del mundo, alegando, de forma irresponsable, “sólo para llenar la bolsa”, como afirmó Aécio Neves, la existencia de supuestos fraudes. Después, cuestionaron, sin ninguna evidencia empírica, las cuentas de la presidenta electa. Incluso hubo quién afirmó que habían perdido las elecciones frente una “organización criminal”.
Esta gran ofensiva contra el voto popular, sumada a los efectos deletéreos de la operación Lava Jato -de cuño estridente y partidarizado-, aunque tenía como objetivo principal el PT y las izquierdas, terminó dando de lleno en el corazón de la democracia brasileña, la actividad política como un todo y la legitimidad del sistema de representación.
En efecto, el golpe explícitamente pensado para “detener la sangría” e intentar proteger a la camarilla liderada por Temer, sumergió al país en la mayor crisis política de su historia. En la actualidad, las instituciones democráticas están sin ninguna credibilidad y legitimidad, empezando por la Presidencia, anclada en menos del 5% de aprobación popular. Hay una incredulidad gravísima y generalizada en la política, equiparada a una actividad criminal. Hay incluso quienes, en número cada vez mayor, pregonan la vuelta de las dictaduras como solución a los problemas vividos por el país.
El hecho concreto es que la democracia brasileña resultó debilitada por el golpe y hoy convive con un estado de excepción que reprime a estudiantes, trabajadores, profesores, campesinos y todos aquellos que se atreven a protestar contra la agenda ultraneoliberal que el gobierno ilegítimo, sin voto, somete a Brasil. En realidad, el sistema de toma de decisiones ya fue transferido de las instituciones basadas en el voto popular a un conglomerado formado por el poder judicial, los medios oligopolizados y los sectores hegemónicos del “mercado”, particularmente el sistema financiero nacional e internacional.
Esta fragilidad democrática y el secuestro de la política por el “mercado” permite la destrucción de todos los legados sociales de Brasil. En efecto, el golpe busca no sólo destruir el legado social específico del PT, sino también el legado social de la Constitución Ciudadana, que instituyó el Estado de Bienestar brasileño e incluso el legado social del trabajismo, consagrado en la protección de la CLT. La Enmienda Constitucional nº 95 impedirá las inversiones públicas en educación, salud y previsión, haciéndonos retroceder al siglo pasado, en términos de servicios públicos. Combinada con la cruel Reforma de la Seguridad Social y las Pensiones, que inviabilizará las jubilaciones y pensiones de los más pobres, tal Enmienda destruirá el Estado de Bienestar creado por la Constitución de 1988 y todo un conjunto de derechos sociales a él asociado. A su vez, la Reforma Laboral, al “flexibilizar” la protección laboral asegurada en la CLT, nos hace retroceder a los tiempos de la República Vieja, cuando la “cuestión social” era mero caso de policía.
Todos los programas sociales relevantes están siendo destruidos o fragilizados por el gobierno sin voto. Farmacia Popular, Mi Casa Mi Vida, Más Médicos, Ciencia sin Fronteras, Luz para Todos, Bolsa Familia, etc, no hay ninguno que escape de la tijera criminal del austericidio golpista.
El objetivo de la saña austericida son los derechos de la población y las políticas públicas que benefician a los más pobres. Para los ricos, sobran 'cariños' y oportunidades para grandes negociacios.
La destrucción de los legados sociales, principalmente en su vertiente laboral y previsional, pretende recomponer las tasas de ganancia, en un contexto de persistencia y agravamiento de la crisis económica. De hecho, el golpe también destruyó la economía de Brasil.
Lo que comenzó en 2014 como una ligera desaceleración y un pequeño déficit primario ocasionado por el agravamiento de la crisis mundial, el fin del ciclo de los commodities y el estrés hídrico, se transformó, gracias a la inestabilidad política e institucional creada por el golpismo y su política pro-cíclica austericida, en la mayor crisis económica de la historia del país. Una auténtica depresión, que obligó al “gigante” a acostarse en el lecho de una UCI. Le falta ahora el oxígeno del mercado interno de masa, propiciado por las políticas que llevaron a 40 millones de brasileños a la clase media y eliminaron la pobreza extrema en Brasil.
Esta destrucción, masiva y persistente, se expresa, entre otros indicadores, en el hecho de que más un quinto de los hogares de Brasil (15,2 millones) no tiene ingresos procedentes del trabajo, formal o informal. Se manifiesta también en el ignominioso retorno de la pobreza y la desigualdad. Se expresa en el inadmisible retorno de Brasil al Mapa del Hambre.
Sin embargo, el daño económico mayor tuvo como objetivo los mecanismos de que disponíamos para aprovechar nuestro desarrollo. Así, Petrobras y su política de contenido local, que habían recuperado la industria naval y la construcción civil pesada, ahora son vendidas y desmontadas. Pozos del presal, del postsal, refinerías, gasoductos, etc., se venden a precios de ganga y las plataformas y embarcaciones que antes generaban empleos en Brasil ahora generan empleos en Holanda y Singapur. El crédito público, particularmente el del BNDES, que fue fundamental para superar la crisis de 2009, ahora es asfixiado por un gobierno que no logra contener sus déficits ocasionados por las constantes caídas en la recaudación y en la actividad económica.
Curiosamente, aunque la máquina pública está parando por falta de presupuesto, no falta dinero para la providencial compra de parlamentarios. Y las solicitudes de ampliación de déficits, que antes justificaban impeachments, ahora se han vuelto rutina consentida y banal.
Como la inversión y el crédito público están asfixiados y las empresas y las familias están endeudadas, no hay inversiones, no hay consumo y no hay crecimiento para hacer subir los ingresos y equilibrar las cuentas. En ese contexto, los obsesivos recortes de gastos sólo agravan la situación. Es trabajo de Sísifo.
Con el rechazo austericida a la reanudación de las inversiones públicas y con la imposibilidad del retorno de inversiones privadas nacionales, el golpe recurre a la venta predatoria del patrimonio público al capital internacional y a la destrucción de la soberanía como último recurso para mantenerse e intentar tapar temporalmente sus gigantescos desfalcos financieros, cebados por las más altas tasas de interés reales del mundo.
Así, el golpe puso a Brasil en venta. Y por precios de saldo. Además de la enajenación de Petrobras y del presal, están a la venta las tierras, la Amazonia y sus vastos recursos estratégicos, las riquezas minerales, puertos, aeropuertos, bancos públicos, la estratégica Eletrobrás, una de las mayores empresas de electricidad del mundo, e incluso la Casa de la Moneda, responsable de la fabricación de nuestro dinero. Se trata de un gigantesco “feria” destinado a vender nuestros recursos estratégicos a precios de “ganga” en el mercado mundial.
En el fondo, es el retorno a un Brasil colonial, que se integrará a las “cadenas productivas globales” como mero productor de commodities, sin ninguna agregación de valor y sin desarrollar ciencia y tecnología propias.
A ese proceso predatorio y miope de desnacionalización de nuestro patrimonio y de nuestra economía, se suma una política exterior que, a diferencia de la política exterior activa y altiva del gobierno anterior, se muestra desvergonzadamente omisa y sumisa. De país cortejado y de amplio protagonismo en todos los foros regionales y globales, con Lula habiendo llegado a ser un auténtico líder mundial, nos transmutamos en paria de las relaciones internacionales, con Temer siendo ignorado y despreciado por donde se atreve a aparecer. De país que afirmaba sus intereses propios en la integración regional, en la geopolítica Sur-Sur y en la articulación del BRICS, nos convertimos en mero satélite de los intereses de EEUU y aliados.
Nunca Brasil cayó tan bajo a los ojos del mundo. El golpe destruyó la imagen de Brasil en el planeta.
Por encima de todo, el golpe destruye un bien intangible: la esperanza en el futuro. De persistir en su intensa agenda predatoria y destructora, el golpe eliminará el futuro de Brasil, el futuro de nuestros hijos y de nuestros nietos. El sueño del país próspero, grande y justo será sustituido por la pesadilla del país pobre, pequeño y desigual.
Sin embargo, el golpe no destruyó, ni destruirá, el mayor activo de Brasil: el pueblo y su inmensa capacidad de lucha. En el caso de que Lula no sea impedido por los procesos injustos y partidistas a que está siendo sometido, suscitando la condena de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, el pueblo brasileño, en elecciones libres, podrá comenzar a reconstruir Brasil a partir del punto en que el golpe empezó su destrucción: en la restauración de la soberanía popular.
La restauración de la soberanía popular y de la democracia deberá revertir este annus horribilis de la historia de Brasil.
Con el regreso de la democracia, devolviendo al pueblo los destinos de Brasil, podremos tener, de nuevo, muchos annus mirabilis al frente.
Gleisi Hoffmann es senadora y presidenta nacional del Partido de los Trabajadores.
Fuente: https://www.brasil247.com/pt/colunistas/gleisihoffmann/314767/Um-ano-sem-Dilma-sem-direitos-sem-soberania.htm
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de
respetar su integridad y mencionar la autoría, al traductor y Rebelión como
fuente de la traducción.
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