Arturo Balderas Rodríguez
Es común que en la política estadunidense se diga, en términos coloquiales, he kicked the can down the road,
cuando alguien pospone una decisión importante para evitar una
confrontación. Fue lo que el presidente Trump hizo cuando no fue capaz
de enfrentar la responsabilidad de prolongar o concluir el programa
conocido como DACA (Deferred Action for Childhood Arrivals),
orden ejecutiva mediante la que Barack Obama, frustrado por la
incapacidad del congreso para aprobar una reforma migratoria que diera
cobijo a millones de indocumentados, emitió garantizando a más de 800
mil jóvenes, conocidos como dreamers, su estancia legal con el
derecho de trabajar, salir y entrar al país, conducir un automóvil,
recibir beneficios sociales y, por supuesto, pagar impuestos en los EUA.
Quienes solicitaron acogerse a DACA debían tener menos de 31 años,
haber vivido en los EUA desde 2007 y haber llegado al país antes de
cumplir 16 años. Además, tenían que comprobar una conducta intachable y
estar inscritos en la secundaria, la universidad o las fuerzas armadas.
Durante su campaña Trump prometió terminar con DACA, pero en los
últimos meses ha mostrado una actitud vacilante en torno a lo difícil de
cumplir con esa promesa debido a que, según ha declarado, “su corazón
está con los niños y jóvenes dreamers”. Los conservadores le
exigieron cumplir con su promesa y, encabezados por el procurador
general Jeff Sessions, conocido por su racismo y xenofobia, presionaron
al presidente para que tomara una decisión al respecto. Trump precipitó
la decisión debido a que estaba por cumplirse el plazo de la demanda
entablada por los procuradores de 10 estados, encabezados por Texas,
para que el gobierno federal suspendiera DACA. Ahora Trump tiene que
responder a la irresponsabilidad de haber abierto una caja de Pandora
que no sabe cómo cerrar. A las pocas horas de su decisión hubo protestas
masivas en toda la Unión Americana, incluso legisladores republicanos y
desde luego demócratas la criticaron por ser profundamente inhumana e
injusta.
El pasado 5 de septiembre decidió rescindir DACA. La rescisión
surtirá efecto en marzo de 2018; mientras tanto, el congreso deberá
elaborar una ley para que defina la suerte de los 800 mil jóvenes que
ampara el programa. Sin embargo, a las pocas horas de haber tomado esa
decisión, como es su costumbre, Trump se contradijo y expresó su apoyo a
DACA, añadiendo que si el congreso no encuentra una forma de
legalizarlo él reexaminará su propia decisión. Al parecer, con ese
lenguaje críptico trata de enmendar la inmoralidad que significaría
condenar a miles de jóvenes por una acción de la que no son
responsables. No está claro si mientras el congreso resuelve el asunto
aún se podrán renovar las condiciones de DACA. Hay dos problemas más
graves aún: en el mientras, las autoridades migratorias,
discrecionalmente, pueden rescindir los permisos a cualquiera de quienes
se acogieron al programa sin previo aviso; el gobierno tiene toda la
información de los 800 mil jóvenes que solicitaron ser incluidos en el
programa.
La conclusión es que Trump no entiende lo que es ser presidente de un país, ni de la consecu
encia
de sus acciones. A diferencia de la mayoría de los dirigentes
políticos, Trump ha sido, y continúa siendo, impredecible. Los políticos
semejan huracanes cuyo rumbo se puede predecir con algún margen de
certeza; Trump es un terremoto que no se puede predecir dónde y cuándo
va a ocurrir, ni los destrozos que va a causar.Algo similar ha sucedido
con DACA. Al quererlo o no los republicanos tendrán que llegar a un
acuerdo con los demócratas para elaborar una ley que, según esbozó el
presidente, deberá dar protección a los jóvenes que DACA ha cobijado.
Hay que recordar que los conservadores radicalmente se han opuesto a
DACA, por lo que no será fácil llegar a un acuerdo. El problema para
unos y otros es que la firma de Trump dependerá del humor en que se
encuentre ese día.
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