No
hay escala que pueda medir la solidaridad que prodigan los mexicanos
cuando la tragedia los golpea. Especialmente los terremotos. Curtidos
por estos desastres saben que la inmediatez de la ayuda es capital para
salvar el mayor número posible de vidas. De ahí que aun a riesgo de la
propia se hagan presentes en las zonas devastadas por un sismo.
Hace 32 años
Si a ello sumamos el vergonzoso silencio de la partidocracia ante la tragedia —interrumpido apenas tres días después de los hechos por el tenaz emplazamiento ciudadano para que se destine el dinero de la próxima campaña electoral a las urgentes labores de reconstrucción—, no hay dudas de que la gran enseñanza de estos temblores del 2017 es que la salvación de México pasa indefectiblemente por el actuar de su ciudadanía.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
Si el
terremoto del 7 de septiembre
azotó en algunos de los estados de mayor actividad sísmica del
país —Oaxaca, Tabasco y Chiapas— con una magnitud de 8.2 grados en la
escala de Richter (que llega hasta 12), el más reciente dejó sentir sus
7.1 grados de furia en Morelos,
Puebla
y la
Ciudad de México
el mismo día —19 de septiembre— en que hace 32 años otra convulsión del
subsuelo de 8.1 grados de magnitud quebrantó a la capital del país, un
territorio que contrario a lo que pudiera creerse se encuentra en la
zona B de las cuatro en las que el Sistema Sismológico Nacional divide
el país y en la que no son muy frecuentes los temblores de tierra, un
territorio que por estar asentado sobre lo que los aztecas llamaban la
región de los cinco lagos (en realidad uno solo, el lago de Texcoco),
resulta especialmente vulnerable a esas impredecibles sacudidas
tectónicas que los pobladores originarios de esta tierra llamaban en
náhuatl "tlalolini" (tlalli=tierra, olini=mover).
Vídeo: Un dron filma un edificio derruido en medio de las operaciones de rescate en México
,
el sismo que devastó a la ciudad de México provocó que la política —en
tanto "ordenamiento de la ciudad o los asuntos del ciudadano"— dejara de
ser coto exclusivo de los partidos y a través de organizaciones
sociales ajenas al Gobierno se abrió a la participación de una
ciudadanía a la que las múltiples tareas asumidas durante y después del
temblor habían preparado para rediseñar su futuro y hallar soluciones a
las urgencias desatendidas por la parálisis del Gobierno. Hoy, otro
sismo confirma nuevamente la eficiencia de la sociedad civil cuando se
organiza bajo criterios distintos a los dictados del poder.
Si a ello sumamos el vergonzoso silencio de la partidocracia ante la tragedia —interrumpido apenas tres días después de los hechos por el tenaz emplazamiento ciudadano para que se destine el dinero de la próxima campaña electoral a las urgentes labores de reconstrucción—, no hay dudas de que la gran enseñanza de estos temblores del 2017 es que la salvación de México pasa indefectiblemente por el actuar de su ciudadanía.
En
efecto, lo que hoy salva a México de un escenario peor que el que se
observa en las regiones afectadas por los sismos del 7 y el 19 de
septiembre es la gran reserva moral de su gente, la que convierte —y me
excuso por el lugar común— lo imposible en posible, la que borra las
diferencias generacionales, la que hermana a ricos y a pobres, la que
anula las discrepancias ideológicas, la que funde en un mismo abrazo a
creyentes, agnósticos y ateos, unidos todos por la convicción común de
que la tragedia que comparten no es un castigo divino ni la venganza
terrible de un planeta afrentado por el ser humano. Saben los mexicanos
que su país, por azares de la geología, se asienta en lo que los
sismólogos llaman el 'Cinturón Circumpacífico', la región con mayor
actividad sísmica del mundo; saben que ello es lo que explica que la
Naturaleza los haya enfrentado este mes de conmemoraciones patrias en
dos ocasiones distintas, y escasamente distantes, a uno de sus fenómenos
más devastadores.
Por
esa gran reserva moral no hay UN héroe para el mármol en estas trágicas
jornadas de septiembre porque TODOS son héroes que no mendigan 15
minutos de fama: el militar que resguarda el orden en las labores de
salvamento, los rescatistas que se arriesgan por entre las ruinas de las
edificaciones colapsadas, los paramédicos listos para estabilizar los
signos vitales de las personas recuperadas de los escombros, el
ciudadano anónimo devenido en agente de tránsito ante el caos vehicular o
el que presta sus brazos para acarrear los cascajos removidos, los
voluntarios que apoyan en los centros de acopios para hacer llegar a
donde se necesite y con presteza la ayuda recabada por la solidaridad,
el taquero humilde que posterga las ganancias del día para alimentar a
todos esos que se esfuerzan hasta el agotamiento para evitar que la
Muerte gane las mezquinas y desiguales partidas que propone.
Por
ello, por estos días, se vitorea y se aplaude cada 'sobrevida' nacida
con fórceps de los escombros; por ello, por estos días, se vitorea y se
aplaude cada existencia rescatada a la Muerte; por ello, por estos días,
México no es el país de la violencia, la corrupción y la impunidad sino
aquel donde un puño en alto que pide silencio para percibir mejor el
latido de un espíritu guerrero basta para enmudecer a una multitud
bulliciosa; por ello, por estos días, México no es un país de corazones
solitarios —el del sálvese quien pueda y la solución personal— sino un
país de corazones solidarios.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK
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