Al anunciar ayer la cancelación del programa migratorio Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés), que protegía de la deportación a unos 800 mil jóvenes extranjeros que han hecho su vida en Estados Unidos, el presidente de ese país, Donald Trump, logró concretar la segunda de las múltiples amenazas que formuló en su campaña electoral. A ocho meses de haber tomado posesión de la jefatura de Estado, el magnate neoyorquino no ha logrado, en efecto, destruir el sistema de seguridad social construido por su predecesor, Barak Obama; darle viabilidad a la anunciada construcción del muro fronterizo con México; acabar con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); imponer a China términos de intercambio favorables a Washington; hacer que Europa occidental cargue con una mayor proporción de los gastos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); descarrilar el acuerdo nuclear con Irán y, multiplicar las deportaciones de trabajadores extranjeros: aunque un estudio reciente indica, que las expulsiones realizadas en el primer semestre de 2017 fueron menores que las efectuadas por la administración de Obama en el mismo periodo del año anterior.
En cambio, el 1º de junio anterior, Trump desvinculó a su país del Acuerdo de París (convenio climático multilateral para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero) –lo que según expertos internacionales puede descarrilar los esfuerzos de la comunidad internacional para amortiguar la contaminación atmosférica que produce el cambio climático– y ayer dio por terminado el DACA, lo que coloca automáticamente en la zozobra y la incertidumbre a cientos de miles de jóvenes que llegaron a territorio estadunidense siendo menores de edad, y que a pesar de haber vivido allí la mayor parte de sus vidas, no cuentan con la nacionalidad y ni siquiera con permisos de residencia.
Es importante destacar que la cancelación del programa referido es una clara maniobra política del mandatario, a fin de consolidar su base de apoyo electoral y satisfacer a los grupos racistas, chovinistas y xenofóbicos que votaron por él en noviembre del año pasado.
Técnicamente hablando, lo que hizo Trump fue devolver la solución de este asunto migratorio al Legislativo, ámbito en el cual por décadas ha resultado imposible un acuerdo bipartidista para reformar las disposiciones legales discriminatorias, racistas e inhumanas en contra de los trabajadores extranjeros que carecen de documentos. Cabe recordar que, ante la imposibilidad de lograr esas reformas, el anterior presidente elaboró el DACA para proteger temporal y provisionalmente de las deportaciones al grupo poblacional ya mencionado. De modo que el fin de ese programa deja a los jóvenes inmigrantes en el peligro de ser echados en cualquier momento del que se ha convertido, para todos los efectos familiares, educativos, laborales e incluso existenciales, su propio país. Para colmo, la perspectiva de que el Capitolio logre ponerse de acuerdo, a corto o mediano plazos, en una adecuación de las leyes migratorias, parece sumamente remota.
Ciertamente, las críticas, las condenas y las resistencias al fin del DACA no se han hecho esperar, y ayer, en decenas de ciudades estadunidenses, miles tomaron las calles para protestar por esta decisión infame. Prominentes voces políticas, empresariales, académicas y sociales se han unido al repudio a la presidencia republicana por semejante medida. Pero tales factores de rechazo resultan a todas luces insuficientes para lograr que la Casa Blanca la revierta, como no lo fueron las protestas mundiales y nacionales contra la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París. En el lado mexicano lo menos que puede esperarse es que la representación de este país ponga sobre la mesa de la renegociación del TLCAN la demanda de un m
ínimo de protección legal para los trabajadores y jóvenes mexicanos que residen al norte del río Bravo y condicione el cumplimiento de las múltiples exigencias estadunidenses a la satisfacción de esa petición.
En términos generales, resulta preocupante que, a pesar del creciente acoso judicial y aislamiento político en que se encuentra, Trump haya sido capaz de concretar la segunda de las acciones desastrosas y lesivas que prometió en campaña. Ello obliga a replantearse si la comentada debilidad del político republicano no es, en alguna medida, una lectura que peca en exceso de optimismo.
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