Immanuel Wallerstein
La Jornada
La llamada
madre de todas las marchassólo reunió a unos cientos de personas ayer sábado en Washington en respaldo del presidente estadunidense Donald TrumpFoto Afp
Donald Trump se
aproxima al final de su primer año como presidente de Estados Unidos.
Ahora todo mundo –simpatizantes, oponentes, aun los indiferentes–
parecen coincidir en una cosa. Sus pronunciamientos y sus acciones son
impredecibles. Ignora los precedentes y se comporta en modos que
constantemente sorprenden a la gente. Los simpatizantes encuentran esto
refrescante. Los oponentes lo encuentran aterrador.
No obstante, muy pocos han comentado en torno a lo que creo es su
logro más singular. Se ha manejado con la treta de ser el actor más
impredecible en la escena estadunidense y mundial, y al mismo tiempo
como el actor más predecible.
Es deliberado que se rodea de una panoplia de asesores que lo empujan
en direcciones opuestas en extremo. Constantemente despide a alguno de
ellos y designa a otros. Ningún individuo parece durar mucho. El
resultado es que a todo mundo le deja claro que la decisión final es
suya –y suya solamente. Puede acceder por un tiempo a lo que los
asesores le sugieren, pero algunas veces deshace al día siguiente lo
aconsejado. Esto es lo que lo hace ver tan impredecible.
Pero al final revierte siempre su decisiones hacia lo que algunas veces se le llama sentimientos de
tripa, sea el asunto de la atención a la salud, la inmigración, la reducción de impuestos o la acción militar. Eso es lo que lo hace tan predecible. El resultado final es siempre el mismo. Cualquiera que lo observe o trabaje con él o se le oponga debe por tanto ser capaz de predecir a dónde va a terminar estando. Y para casi todo el mundo, dónde Donald Trump termina no es donde les gustaría que un presidente de Estados Unidos fuera.
Trump y Estados Unidos se enfrentan con un gran número de asuntos
acerca de los cuales existen fuertes y divisorias opiniones en ambos
lados. Estas divisiones resultan intratables para muchos. No para Donald
Trump. Él cree en sí mismo y en su habilidad para completar sus agendas
nacional y mundial. Para él nada es intratable.
En septiembre de 2017, las dos decisiones más urgentes de política
exterior tuvieron que ver con Corea del Norte e Irán. En ambas, el
conflicto con Estados Unidos gira en torno a un asunto crucial: las
armas nucleares. Corea del Norte las tiene. Irán no las tiene, pero al
menos algunos de los principales actores internos piensan que es
esencial que Irán las adquiera.
La posición oficial estadunidense es que Corea del Norte debería
desmantelar su armamento nuclear y que Irán debería cesar cualquiera y
todas las actividades que se muevan en la dirección de adquirir tales
armas. Estas posturas no son nuevas o inventadas por Donald Trump. Han
sido la posición pública de Estados Unidos, de todos los presidentes
previos, por algún tiempo ya.
Lo que es diferente con Trump es que se niega a admitir lo difícil
que es conseguir estos objetivos de Estados Unidos y lo peligroso que
sería perseguirlos mediante acciones militares. Por tanto, los
presidentes previos han buscado soluciones (así llamadas) diplomáticas.
En el caso de Irán, la diplomacia pareció funcionarle al presidente
Obama con el acuerdo firmado por ambos países (y otras potencias). En
contraste, la diplomacia ha logrado hasta ahora muy poco en el caso de
Corea del Norte.
En ambas situaciones, los sentimientos de tripa de Donald Trump
parecen claros. Quiere usar las acciones militares para forzar a Corea
del Norte a que desmantele sus armamentos nucleares. Quiere retirarse
del acuerdo con Irán y utilizar una amenaza militar para obtener su
renuncia permanente del desarrollo de armamentos nucleares.
Hay dos preguntas en torno la política exterior de Trump. ¿Puede de
hecho disponer que se comiencen acciones militares? Y si puede, ¿podrán
lograr las acciones militares lo que él confía lograr?
Donald Trump prometió a sus simpatizantes que probaría ser un amigo
verdadero de los militares estadunidenses otorgándoles puestos clave en
su administración y buscando expandir los fondos de las fuerzas armadas.
Lo ha hecho. En su último reciclaje de su personal, colocó a un
militar, John Kelly, en la posición de jefe del Estado Mayor con amplios
poderes para cambiar al personal y servir de filtro para acceder al
presidente.
Por supuesto los militares aprecian obtener más fondos. Pero
es curioso que la mayoría de sus asesores militares son relativas
palomas. Sí favorecen una expansión de fondos para los militares. Pero
todos parecen creer que las guerras son en verdad un recurso final, uno
que tiene enormes e inevitables consecuencias negativas. Tienen un
aliado en el secretario de estado, Rex Ti- llerson. Siempre que Trump ha
seguido su consejo y ha proferido su retorica más áspera, eso le parece
de lo más incómodo ejercerla por más de un breve momento. Siempre
regresa a sus fundamentos.
La primera pregunta es si Trump puede de hecho lanzar acciones
militares serias. Esto sería menos fácil de lo que imagina. Los
burócratas militares tienen toda suerte de modos para desacelerar,
inclusive frenar, acciones con las que ellos no están de acuerdo. En el
régimen de Trump, de hecho son impulsados a hacer esto por otro rasgo
peculiar de la personalidad de Donald Trump. Le gusta asumir el crédito
de los éxitos y culpar de los fracasos a los demás. Así que por si fuera
el caso que las acciones militares fracasaran, está subcontratando las
decisiones reales de los militares. Si hubiera un fracaso bien puede
culparles. En caso de éxito será el primero en reclamar el crédito
exclusivo. Sin embargo, subcontratar necesariamente significa retrasos e
invita al sabotaje.
Son diferentes los casos de los dos países. Corea del Norte tiene de
hecho bombas, unas que sí pueden alcanzar el territorio de Estados
Unidos. Es más, la inteligencia estadunidense parece estar diciendo que
Corea del Norte está mejorando su capacidad militar a un ritmo muy
rápido. El régimen de Trump habla ahora de una
guerra preventiva–el oxímoron más maravilloso inventado alguna vez. Si Estados Unidos lanzara una guerra preventiva, uno puede tener la certeza de que Corea del Norte responderá de manera importante.
En contraste, Irán no cuenta con armamento nuclear. Públicamente
insiste en que no tiene la intención de adquirirlos. Por lo menos la
mitad de las autoridades parece lista a renunciar a cualquier esfuerzo
encaminado a adquirirlos permanentemente, a cambio de varias clases de
beneficios económicos. Va a ser más difícil renunciar al acuerdo de lo
que Donald Trump cree. Por una razón: tiene cosignatarios –Alemania,
Francia, Italia y la Unión Europea– que han dicho que no van a ceder
ante tal renuncia.
Pero por el momento suspendamos la pregunta de si funcionaría una
acción militar y preguntémonos por sus consecuencias. En el caso de
Irán, es muy probable que los aliados mundiales más importantes de
Estados Unidos en Europa, por no hablar de Rusia y China, en el futuro
aumentarían la distancia que tomen –no sólo del régimen de Trump, sino
de Estados Unidos como país. Un camino no diplomático probaría ser un
desastre diplomático.
En Corea del Norte, las consecuencias serían todavía más grandes.
Supongamos que Estados Unidos bombardea todas las locaciones conocidas
donde existen armamentos nucleares en Corea del Norte. Que algunas
bombas fallan en dar en el blanco.
Además, parece que Estados Unidos no tiene siquiera la lista completa
de las locaciones. Corea del Norte puede ser capaz de lanzar una bomba
desde un submarino. Imaginemos por un momento que tras una guerra
preventiva, Corea del Norte quedara con una sola bomba. ¿A quién la
lanzaría?
En cualquier caso, las bombas estadunidenses de su guerra preventiva y la bomba con que
respondería
Corea del Norte resultarían en un despliegue nuclear de increíble
magnitud y dispersión geográfica. Bien podría ocurrir que los resultados
de tales bombas soplaran por todo el océano Pacífico e infligieran
tremendos daños a vidas en Estados Unidos. El hecho es que el resultado
final de Trump puede no ser un triunfo. Puede ser solamente un desastre
humano de dimensiones mundiales.
Sin duda, el lector no quiere saber mi predicción de lo que de hecho va a ocurrir. Es triste decirlo, impredecible.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
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