Cuando ganó las elecciones Otto Pérez Molina, pensé que Guatemala
había tocado fondo, una sociedad que fue incapaz de enjuiciarlo por los
crímenes de lesa humanidad lo estaba llevando a la presidencia, aquello
fue una puñalada por la espalda a los familiares de las víctimas y una
falta a la Memoria Histórica y a la dignidad, de por sí.
Nos lo tuvimos que calar hasta que a saber ni cómo la justicia empezó
a resollar, una justicia vapuleada, mancillada, desaparecida, enterrada
en cuanta fosa clandestina existe en la historia guatemalteca. Una
mancilla con rostro de niños agonizando por hambruna, de niñas
vulneradas en lo más puro de su ser, de campesinos y jornaleros
explotados históricamente. De miles de migrantes que en el desarraigo de
la diáspora y el sacrificio de las remesas, sueñan con el retorno a la
patria que los echó.
Lo imposible sucedió en Guatemala, el genocida Pérez Molina fue presidente. Caímos hondo.
Pensé que habíamos tocado fondo pero por el contrario, el acabose fue
que se rajaron a ir a por una Asamblea Nacional Constituyente (porque
decir revolución ya son palabras mayores) y en nombre de Dios y el
petate del muerto votaron por Jimmy Morales, que era peor que Pérez
Molina, por solapar el Genocidio negándolo y el oportunismo de ultrajar
una vez más a ese suelo que ha visto correr tanta sangre. Desleal a la
patria, a la identidad y afín a la injusticia y a la corrupción. Un
personaje dantesco ad hoc a esa parte de la sociedad fanática y
manipulable, en nombre del odio y el petate del muerto.
De esa sociedad recalcitrante ya no sorprende nada, es la alfombra
por donde desfilan los que hacen de la fe y la doble moral las armas más
poderosas para saquear a un pueblo. Ya vimos en lo que resultó el
flamante “ni corrupto ni ladrón.” Ya no se puede caer más hondo,
llegamos al culo del abismo, es hora que nos saquemos las estacas, nos
levantemos y nos pongamos de pie, por dignidad colectiva. Guatemala
necesita una revolución, cortar de raíz con la impunidad, con la
corrupción, con el tuétano de la miseria en el país.
El momento es éste, y las revoluciones se pueden hacer de muchas
maneras, pero necesitamos cambiar patrones, necesitamos indignarnos de
verdad, necesitamos sentir en carne propia el oprobio que viven los más
golpeados del sistema. Necesitamos dignificarnos colectivamente. Para
cambiar Guatemala no es suficiente ir a gritar los sábados e ir a sonar
bacinicas con chinchines dos horas frente al Congreso.
Guatemala no se cambia retuiteando y haciendo reventar las redes
sociales con cuanta palabrería sale de la comodidad de estar atrás de
una pantalla de computadora o teléfono celular, redes sociales a las que
poca parte de la población tiene acceso. Nos convertimos campantes, en
revolucionarios de redes sociales, donde no hay mayor esfuerzo que el
teclear una oración o un párrafo. Compartir una fotografía o un video.
En ese mundo paralelo a la realidad. Y con eso sentimos que ya pusimos
nuestra dosis diaria de amor a la patria. La patria, que deambula en
cada cargador de bultos, en cada huele pega, en cada niño encerrado en
una cárcel porque el Estado lo abandonó.
La patria que llora en cada feminicidio, en cada árbol arrancado, en
cada río envenenado. La patria que llora cuando se mutila ecosistemas en
nombre de minerías y limpiezas sociales. Cuando se escupe la cultura y
se le pisotea, en nombre de convenios y carencias.
Una patria a la que hemos maltratado, una patria que no merecemos. Unos por hacer y otros por solapar.
Celebrar la impunidad, celebrar la corrupción en nombre de religiones
y doble moral, nos convierte en igual de corruptos. Ser revolucionarios
de redes sociales, tampoco nos dignifica colectivamente. Es pura
pantalla nada más. Aquí la pregunta obligatoria es, ¿14 millones de
guatemaltecos se van a dejar majear por 105 diputados y una clica
criminal que se cubre cada vez que puede, con el petate del muerto?
Es ahora, la patria es ahora. Guatemala se merece reverdecer.
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Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado contacto@cronicasdeunainquilina.com
13 de septiembre de 2017, Estados Unidos.
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