Colombia y Venezuela
atraviesan un momento complejo de su historia como naciones. Ambas viven
una encendida disputa entre fuerzas e intereses políticos contrarios.
La intensa batalla política, ideológica, mediática y violenta que se
vive a lado y lado, mantiene en permanente movimiento sus cimientos.
Este escenario de disputa por el poder no es ajeno al interés de Estados
Unidos por mantener su papel hegemónico en la región.
Lo paradójico
es que mientras en Colombia se busca avanzar hacia una situación
política que deje atrás el enfrentamiento armado entre el Estado y la
insurgencia, por medio del diálogo y los Acuerdos de paz, no exento de
trabas y contradicciones; en Venezuela el desafío temerario de la
oposición golpista, parece que fuera en la dirección contraria, hacia
una situación de enfrentamiento armado abandonando el diálogo y la
concertación, negando la política, con el objetivo de derrocar
violentamente el gobierno legalmente constituido.
En el caso
colombiano la decisión de volver a la lucha política para dirimir las
contradicciones inherentes a la saciedad, tiene tan profundo significado
que ha desatado un complejo proceso de polarización y división en dos
grandes tendencias, con variables y configuraciones en desarrollo. Los
que están por el fin del largo conflicto armado y la implementación de
los Acuerdos; y los que se oponen, incluso violentamente, al
esperanzador intento de reconciliación de la sociedad.
El
actual presidente Juan Manuel Santos, quien agrupa un importante sector
político y económico dio el viraje y rompió el consenso que existía en
la clase dominante que aún en el 2012, cuando se inauguraron los
diálogos de paz, creía que era posible la derrota militar de las
guerrillas; tiene como soporte poderosos grupos económicos ligados al
capital financiero, la inversión extranjera, las transnacionales, el
modelo neoliberal y la política extractiva como sus estandartes. Esta
facción predominante busca, al mínimo costo, una paz barata que confiera
unos mínimos a la insurgencia pero, sobre todo, que el Acuerdo no
modifique sustancialmente la estructura de poder y garantice una mayor
tasa de ganancia a sus capitales.
La facción de extrema derecha
que encabeza Alvaro Uribe, ex-presidente (2002-2010) quien con la
“seguridad democrática”, el apoyo militar y la inteligencia aportada por
Estados Unidos a través del Plan Colombia, desató una guerra
antinarcóticos, que en realidad fue una guerra contrainsurgente que al
cabo de 15 años y tras la oposición y resistencia popular y militar de
la guerrilla (de la cual participó Santos como ministro de defensa del
gobierno de Uribe) lo llevó a un inevitable desgaste, deslegitimación y
debilitamiento, además del desprestigio internacional por la masiva y
sistemática violación de Derechos Humanos.
La situación de
Venezuela las dos últimas décadas ha sido completamente diferente a la
colombiana. Su política económica no sigue el repetido guión de la
mayoría de las naciones del continente, el neoliberalismo que
esencialmente privatizó el patrimonio público. Por el contrario, allí se
ha priorizando la distribución de la principal riqueza de sus suelos,
el ingreso petrolero, entre la mayoría social, política y económicamente
excluida por quienes antes gobernaron para sus intereses y los de la
potencia del Norte. Renta petrolera que con la caída de los precios
internacionales, ha causado un debilitamiento de las finanzas públicas y
obligado al gobierno de Nicolás Maduro a hacer reformas y cambios para
superar los problemas por la caída del precio. Esta situación, ligada al
débil crecimiento productivo del país, a la escasez de alimentos y el
acaparamiento permanente de los grandes comerciantes, especuladores y
contrabandista, ha profundizado la crisis que hoy quieren aprovechar
para generar un estallido violento la oposición golpista con el
asesoramiento y apoyo de Estado Unidos. Estas son las claves para
entender el odio, violencia y permanente ataque de que es objeto la
República Bolivariana por sus dos enemigos fundamentales.
En
Venezuela la lucha política y las transformaciones democráticas que se
han logrado en la sociedad, desde la estructura de poder del Estado, en
educación, salud, vivienda, cultura y mejoras salariales, requisitos
fundamentales del buen vivir de toda la población, están en juego, por
la presión y ataque constante que está sufriendo. Conquistas resultado
del amplio movimiento popular y social de base que desató Hugo Chávez a
partir de la V República, durante su primer gobierno, con el objeto de
generar prosperidad y paz entre el pueblo Bolivariano.
Entre
Colombia y Venezuela existen lasos históricos de hermandad y
solidaridad, que si bien se rompieron tempranamente un día por los
intereses sectarios de quienes quedaron al frente del destino de ambas
repúblicas, hoy vuelven a estar a prueba en esta intensa y determinante
batalla por la dignidad, la soberanía y el buen vivir de ambos pueblos.
Hay que ampliar la lucha porque a Venezuela sus enemigos más enconados
no le arrebaten el derecho a vivir en paz y prosperidad; ni a Colombia
los suyos impedir el logro de la paz y la justicia social para el buen
vivir de su pueblo. Retos gigantes de pueblos hermanados.
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