La Jornada
Donald Trump lleva
escasas seis semanas en la Casa Blanca y ya ha parado al mundo de
cabeza. Ha actuado de manera poco usual en la designación de su
gabinete. Se ha peleado con las agencias de inteligencia, incluyendo la
CIA y el FBI. Ha criticado con dureza a varios jueces federales. Ha
puesto a temblar a millones de inmigrantes indocumentados. Ha construido
estructuras de poder en la Casa Blanca con parte de su familia y
personajes nefastos, como Steve Bannon. Ha asustado a la burocracia de
carrera de Washington. Y, con su insólito estilo de comunicación directa
vía Twitter, con su base política y su guerra feroz contra el cuarto
poder, ha logrado monopolizar la conversación dentro y fuera de Estados
Unidos.
¿Qué explica el fenómeno Trump? ¿Es un genio de la comunicación? ¿Es
un visionario populista? No lo creo. Se trata más bien de una persona
egocéntrica y rencorosa, con poca materia gris y con un olfato para los
bienes raíces digno de un gángster. No lee y, al parecer, se la pasa
viendo televisión. Le gusta mentir.
Peor aún, llega a la presidencia con algunos asuntos personales que
no quiere (o puede) resolver y que podrían hundirlo. ¿Por qué no ha
entregado su declaración de impuestos, como han hecho sus antecesores en
el cargo? ¿Por qué sigue siendo dueño de sus negocios personales? ¿Cuál
es su relación con Vladimir Putin y empresarios rusos? ¿Es cierto que
Moscú le dio una manita para ayudarlo a ganar la elección presidencial?
En mes y medio, Trump ha logrado sembrar mucha confusión. He aquí
algunos ejemplos. Al nombrar a su gabinete, acertó en la designación de
sus secretarios de relaciones exteriores, defensa y seguridad nacional.
Sin embargo, en otras carteras puso a individuos poco idóneos (fiscal
general) o declarados enemigos de la institución que van a encabezar
(educación pública y medio ambiente). Además, como consejero de
seguridad nacional nombró al general Michael Flynn, a quien luego
despidió por mentirle al vicepresidente Mike Pence.
Trump ha llevado a la Casa Blanca a Steve Bannon como su estratega en
jefe y su consejero más cercano. Su currículo es tan impresionante como
alarmante. Antes de ser banquero en Goldman Sachs estuvo en la Marina.
Luego se convirtió en productor de películas en Hollywood, para acabar
encabezando la compañía de noticias y comentario político Breibart, que
se identifica de extrema derecha.
Bannon es un operador maquiavélico y tiene algo de Rasputín. Ha
declarado que la intención de la administración de Trump es desmantelar
el actual sistema de gobierno. Habla de patriotismo económico y califica
a la prensa como el partido de oposición. Esto último ya lo había dicho
Trump.
Con Bannon, el presidente de Estados Unidos se ha vuelto más
impredecible. Ha optado por un sistema que siembra dudas y que a veces
disfraza la realidad. En primer lugar, están los berrinches públicos. No
acepta que lo critiquen. Tampoco es capaz de confesar que se ha
equivocado. Se dice que actúa así para cambiar el tema y evitar que se
hable demasiado de sus negocios y vínculos con Rusia.
En segundo lugar, su estilo de gobernar lo ha convertido en un
ventrílocuo. Se la pasa diciendo cosas que no son verdad o que luego
contradice. Al anunciar que empezaría a ordenar redadas de personas
indocumentadas, dijo que serían operaciones de tipo militar. El mismo
día, su secretario de seguridad nacional, el general John F. Kelly, dijo
que de ninguna manera esas redadas involucrarían a soldados. Trump
habló como Trump y luego, haciéndose el ventrílocuo, habló como Kelly.
Algo parecido ocurrió con el secretario de defensa, el general James
Mattis, quien tuvo que enmendarle la plana al presidente cuando se
refirió a la OTAN como una organización caduca. Mattis insistió que la
OTAN era indispensable para la seguridad de Washington y sus aliados
europeos.
El martes pasado, en una sesión conjunta del Congreso, Trump tuvo la
oportunidad de trazar con claridad los objetivos de su administración y
detallar lo que será su agenda legislativa. Habló de cambios a la ley de
salud aprobada por el gobierno de Obama, insistió en una reforma fiscal
y planteó la necesidad de una reforma migratoria. Anunció un importante
aumento en el presupuesto militar. También se refirió a un programa
para reparar y mejorar la infraestructura del país, incluyendo
carreteras, puentes y aeropuertos, pero no dijo cómo lo pagaría. Tampoco
se refirió en detalle a los temas de comercio que tanto interesan a sus
vecinos y socios en Europa y Asia.
El discurso no estuvo mal y fue bastante bien recibido. Leyó el texto
y evitó las improvisaciones estridentes que suelen formar parte de su
retórica. Algunos comentaristas dijeron que por primera vez Trump estuvo
moderado, casi presidencial. Otros lo criticaron por no abordar en
detalle los temas de política exterior. No mencionó a Irak ni a Siria.
De hecho, el único país que mencionó por nombre fue Israel.
Ahora Tru
mp
tendrá que ponerse a trabajar con los legisladores de su partido, a
sabiendas que muchos no comparten varios aspectos de la agenda que les
presentó.
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