Guillermo Almeyra
Millones de cubanos desfilaron rindiendo homenaje a Fidel Castro . Sin las manifestaciones de histeria que se vieron en el multitudinario entierro de Néstor Kirchner, sin los muertos por asfixia ni las muestras terribles de atraso que marcaron el entierro de Stalin en Moscú.
Las
autoridades dieron a Fidel un solemne funeral oficial con los más altos
jefes militares presentes para destacar el papel del ejército como
garante frente a Donald Trump, pero también del orden interno. Quienes
llenaron La Habana se movieron en ese contexto, pero no como simples
asistentes a una ceremonia histórica, sino con conciencia profunda de su
papel de protagonistas. Los trabajadores y el pueblo cubanos se plantan
así frente a Trump y sus amenazas, pero también frente al porvenir de
la isla.
Las interminables filas de personas de todo tipo reflejan
en sus rostros congoja, preocupación, firmeza y gravedad ante la
desaparición de un hombre que llenó los pasados 60 años de la vida
cubana y ante las posibles consecuencias de los cambios que se avecinan.
Pero su presencia, así como el grito
¡Yo soy Fidel!de cientos de miles, quiere decir
aquí estamos nuevamente, como en 1962, dispuestos a todo.
La
inmensa mayoría de quienes desfilaron en un largo duelo nacieron o se
formaron después de la entrada de los revolucionarios en La Habana, en
1959. Son hijos de la revolución democrática antimperialista y
antibatistiana y participaron en los esfuerzos heroicos por empezar a
construir el socialismo a pocos kilómetros del imperio.
Ellos son
demostración viva de que el consenso que tuvo Fidel Castro –y el que en
parte conservan sus continuadores– no deriva de su conducción económica
en muchos aspectos voluntarista o errónea, sino que hunde sus raíces en
la tendencia histórica cubana que une a José Martí con Eduardo Chibás y
culmina en Fidel, el antimperialismo con profundo contenido social.
Eso
hace de esta manifestación luctuosa algo realmente grande y
esperanzador. Porque cualesquiera sean las dificultades que los cubanos
deberán enfrentar en lo inmediato, han decidido por su propia cuenta
salir a la calle y pesar con su presencia. Esta manifestación
multitudinaria, calmada y vigorosa, será muy tenida en cuenta en
Washington y también por las diversas oposiciones en Cuba. El
ocultamiento por los grandes medios de comunicación de todo el mundo de
estas enormes manifestaciones de duelo y de homenaje revela el temor de
que los pueblos se reconozcan en los cubanos.
La muerte de Fidel
Castro es la desaparición de un símbolo irremplazable y de un freno
político y moral a las posibles concesiones excesivas al capitalismo
mundial y a Estados Unidos, que el gobierno de Cuba podría verse tentado
a hacer ante las dificultades.
El aumento del precio del barril
como consecuencia de las medidas de la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP) seguramente dará un poco de oxígeno a
Venezuela. Pero el subsidio petrolero de ésta a Cuba de todas maneras
será menor y mayor será la factura que Cuba deberá pagar en el mercado
mundial para importar el combustible faltante. Los ingresos provenientes
del envío de médicos, por ejemplo a Brasil, tienden también a
reducirse, al igual que los créditos de los países
emergentes, al mismo tiempo que el turismo internacional sufre los efectos de la contracción de los ingresos y se agravan los costos materiales del recalentamiento global.
En el Partido Comunista mismo y en la burocracia existe hace rato una corriente partidaria de una
transiciónentendida como evolución hacia el libre mercado. O sea, hacia la transformación del capitalismo de Estado cubano, donde el plan y el control estatal tienen un papel importante, para abrir paso a las trasnacionales y el capital financiero, que son los únicos que pueden invertir en Cuba. La Iglesia católica y sus publicaciones dan hoy un eje a esta tendencia
reformista a lo cangrejo. Los sucesores de Fidel, más ligados que éste en el pasado al llamado
modelo soviético, esperan ilusoriamente aplicar el
modelochino, es decir, un capitalismo basado en salarios bajísimos y controlado por un partido único que dirige el Estado mediante una gran burocracia.
Pero el capitalismo chino tiene detrás de sí una gran
cultura, una tradición larguísima y cuenta con una reserva de mano de
obra de cientos de millones de artesanos y campesinos altamente
calificados. Cuba tiene en cambio menos de 12 millones de habitantes
predominantemente urbanos y cuenta con escasos campesinos experimentados
y con poquísimos medios técnicos para sustituir los brazos en la
agricultura y no depender de las importaciones. Además, a diferencia de
los años 60, la revolución no se extiende ya por América Latina donde
hasta los
gobiernos progresistashan sido derrotados en los principales países.
Cuba,
por tanto, cuenta sobre todo con la resistencia antimperialista de la
inmensa mayoría de sus habitantes, que tienen una cultura muy superior a
la de antes de la revolución y gran creatividad. Esa fuerza calma se
expresó en el acompañamiento a los restos de Fidel Castro.
Es
cierto que el pesar no es una fuerza activa, pero la unanimidad de ese
sentimiento refuerza la moral popular, y el recuerdo de los mejores
momentos del revolucionario muerto activará la resistencia a la
burocracia y a quienes quieran dar marcha atrás excesiva.
La única
vía para Cuba es la participación masiva de la población en todas las
decisiones, el control obrero en las empresas contra el despilfarro y la
corrupción, imponer la creación de medios de información que digan la
verdad, por dura que ésta sea, que consideren a los cubanos adultos y
conscientes, ciudadanos y no súbditos.
Para enfrentar las
dificultades que vendrán se necesitará un pueblo adulto. Para ganar a la
juventud despolitizada hay que apelar a su movilización y creatividad.
El pueblo cubano ha sido y es capaz de hazañas. Él garantizará su
independencia y su futuro.
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