William I. Robinson *
William I. Robinson *
Contrario a lo que se piensa,
Donald Trump es miembro de la clase capitalista transnacional (CCT), ya
que tiene fuertes inversiones alrededor del mundo y una parte muy
importante de su
populismoy discurso antiglobalización respondió a la demagogia y la manipulación políticas en función de la elección presidencial.
Asimismo,
esta clase capitalista transnacional y el mismo Trump dependen de la
mano de obra migrante para sus acumulaciones de capital y no pretenden
realmente deshacerse de una población en peonaje laboral, debido a su
condición de migrante y no de ciudadano/residente
legal. Sus pretendidos planes de deportación, reducidos en número ya como presidente electo, y sus propuestas de criminalización de los migrantes en una escala mayor buscan, por un lado, convertir a la población migrante en chivo expiatorio de la crisis y canalizar el temor y la acción de la clase obrera ciudadana (mayoritariamente blanca) contra ese chivo expiatorio y no hacia las élites y el sistema. Por otro lado, los grupos dominantes han explorado cómo reemplazar el sistema actual de súper explotación de la mano de obra migrante (con base en la no documentación) con un sistema de mano de obra migrante visada, esto es, con visas laborales (guest worker programs, en inglés).
A la vez Trump busca intensificar las presiones para bajar los salarios en Estados Unidos, a fin de hacer
competitivala mano de obra estadunidense con la extranjera, o sea, con la mano de obra barata en otros países. La nivelación transnacional de los salarios hacia abajo es una tendencia general de la globalización capitalista que sigue en marcha con Trump, esta vez con un discurso de
volver competitivala economía estadunidense y
regresar los trabajosa su país.
No
hay que menospreciar la dimensión de extremo racismo de Trump, sino
analizar esta dimensión más a fondo. El sistema estadunidense y los
grupos dominantes se encuentran en una crisis de hegemonía y
legitimidad, y el racismo y la búsqueda de chivos expiatorios son un
elemento central para desafiar esta crisis. Al mismo tiempo, sectores
significativos de la clase obrera blanca estadunidense vienen
experimentando una desestabilización de sus condiciones laborales y de
vida cada vez mayor, una movilidad hacia abajo,
precarización, inseguridad e incertidumbre muy grandes. Este sector tuvo históricamente ciertos privilegios gracias a vivir en el considerado primer mundo y por privilegios étnico-
racialesrespecto de negros, latinos, etcétera. Van perdiendo ese privilegio a pasos agigantados frente a la globalización capitalista. Ahora el racismo y el discurso racista desde arriba canalizan a ese sector hacia una conciencia racista y neofascista.
Igual de peligroso es el discurso abiertamente fascista y neofascista de Trump, que ha logrado
legitimary desatar los movimientos ultra-acistas y fascistas en la sociedad civil estadunidense. En esa dirección he venido escribiendo sobre el
fascismo del siglo XXIcomo respuesta a la grave y cada vez mayor crisis del capitalismo global, y esto explica el giro hacia la derecha neofascista en Europa, tanto del Oeste como del Este; el resurgimiento de una derecha neofascista en América Latina; el giro hacia el neofascismo en Turquía, Israel, Filipinas, India y muchos otros lugares. Una diferencia clave entre el fascismo del siglo XX y el del siglo XXI es que ahora se trata de la fusión no del capital nacional con el poder político reaccionario, sino una fusión del capital transnacional con ese poder político reaccionario.
El trumpismo representa una
intensificación del neoliberalismo en Estados Unidos, junto con un mayor
papel del Estado para subsidiar la acumulación transnacional de capital
frente al estancamiento. Por ejemplo, la propuesta de Trump de gastar
un billón de dólares (trillón en inglés) en infraestructura, cuando la
estudiamos bien, su objetivo en realidad es privatizar esa
infraestructura pública y trasladar impuestos de los obreros al capital
en forma de recortes de impuestos al capital y subsidios a la
construcción de obras públicas privatizadas. Viene una época de cambios
en Estados Unidos y en todo el mundo. Temo que estamos al borde del
infierno. Seguramente habrá masivos estallidos sociales, pero también
una escalada espeluznante de represión estatal y privada.
La
crisis en espiral del capitalismo global ha llegado a una encrucijada. O
bien hay una reforma radical del sistema (si no su derrocamiento) o
habrá un giro brusco hacia el
fascismo del siglo XXI. El fracaso del reformismo de élite y la falta de voluntad de la élite transnacional para desafiar la depredación y rapacidad del capitalismo global han abierto el camino para una respuesta de extrema derecha a la crisis. El trumpismo es la variante estadunidense del ascenso de una derecha neofascista frente a la crisis en todo el mundo; el Brexit, el resurgimiento de la derecha europea; el retorno vengativo de la derecha en América Latina, Duterte en Filipinas, etcétera. En Estados Unidos la traición de la élite liberal es tan responsable del trumpismo como las fuerzas de extrema derecha que movilizaron a la población blanca en torno a un programa de chivo expiatorio racista, misógino y basado en la manipulación del miedo y la desestabilización económica. Críticamente, la clase política, que durante las últimas tres décadas ha prevalecido, está más que en bancarrota y ha pavimentado la llegada de la extrema derecha y eclipsado el lenguaje de las clases trabajadoras y populares y del anticapitalismo. Contribuye a descarrilar las revueltas en curso desde abajo, empuja a los trabajadores blancos a una
identidadfundamentada en el nacionalismo blanco y coadyuva junto con la derecha neofascista a organizarlos en lo que Fletcher denomina
un frente unido blanco y misógino.
* Profesor de sociología de la Universidad de California en Santa Bárbara. Autor del libro América Latina y el capitalismo global, una perspectiva crítica de la globalización (México, Siglo XXI)
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