La Jornada
En las últimas semanas hemos asistido a un debate a raíz de la actividad black bloc en Brasil, que involucró a dirigentes de movimientos sociales y colectivos de militantes. La táctica black bloc
(destrucción de vidrios y escaparates de bancos y empresas privadas por
jóvenes encapuchados durante las manifestaciones) ha sido habitual en
Chile y en Uruguay, entre otros, y se instaló en Brasil en junio de
2013, reapareciendo con fuerza en las manifestaciones contra el gobierno
ilegítimo de Michel Temer.
Desde que aparecieron las tácticas black bloc se generó una
polémica en las organizaciones sociales sobre la pertinencia de esas
acciones. Algunos sostienen que son negativas, porque dan argumentos a
la policía para reprimir y de ese modo alejan y atemorizan a los
manifestantes reales o potenciales. Otros destacan que se trata de
violencia simbólica contra grandes empresas y representaciones del
sistema, que tiene efectos disuasorios sobre la represión. Los partidos
electorales suelen condenarlas de forma tajante.
En Brasil la polémica incluyó a uno de los más destacados referentes
de los movimientos más combativos, como Guilherme Boulos, coordinador
del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST). Un día antes de la
mayor marcha contra el gobierno, Boulos aseguró que
en nuestras manifestaciones no hay espacio para esas prácticas, y dijo que no debían participar en la movilización del domingo 4 (goo.gl/GUDSMi). Fue duramente criticado por defender la
criminalizaciónde quienes emplean la táctica black bloc.
Poco después Boulos publicó una nota en su blog, en la que explica:
discrepo con la táctica porque aparta personas de las movilizaciones y toman decisiones aisladas, pero nos afectan a todos. Rechaza la acusación de criminalizar la táctica y recuerda que el MTST ha sido
duramente criminalizado por practicar la acción directa, destacando que el movimiento tiene militantes presos y con procesos en curso (goo.gl/zxqzST).
En la manifestación del domingo 4 en Sao Paulo participaron unas 100
mil personas. Los organizadores, la alianza Povo Sem Medo, donde el MTST
juega un papel preponderante junto con unos 30 movimientos y
organizaciones sociales y política, y el Frente Brasil Popular,
hegemonizado por el PT y la central sindical CUT, se dirigieron a los
encapuchados para que descubrieran sus rostros o abandonaran la marcha.
No se registró ningún incidente. Sin embargo, cuando los manifestantes
se dispersaban la policía militar los atacó y detuvo a 26 jóvenes,
porque
pretendían practicar actos de violencia.
En esta ocasión no hubo la menor
provocaciónblack bloc, pero la represión fue igualmente implacable. La polémica sigue su curso, con argumentos que van desde el cuestionamiento a la violencia hasta la conveniencia de su empleo cuando participan familias con niños en las manifestaciones, incluyendo la suposición de que siempre la usan infiltrados para provocar la represión policial. Parecen necesarias algunas consideraciones.
La primera es que al tratarse de una táctica no es buena ni
mala en abstracto, sino puede ser conveniente, o no, según las
circunstancias. No estamos ante una cuestión de principios. Es necesario
comprender que no todos los que se cubren el rostro son adeptos de la
táctica black bloc, que no forman una organización ni son
necesariamente anarquistas, ni usan la táctica siempre y en todo lugar.
Quienes la utilizan hoy pueden no hacerlo mañana, y viceversa.
La segunda es que quienes emplean la táctica black bloc son
jóvenes radicales, anticapitalistas, que rechazan el sistema económico y
la represión policial. En contra de los prejuicios existentes, no
pertenecen a las clases medias acomodadas; viven en las periferias,
estudian y trabajan desde muy jóvenes. Por lo que conozco en Uruguay,
por los datos que aportan desde Chile y por la investigación de los
autores de Mascarados (Geração Editorial, 2014), se trata de
personas en torno a 20 años, muchas de ellas mujeres, que sufren la
persecución policial en sus barrios. Aunque son pocos, muestran
la profunda crisis en que se debate la izquierda brasileña(p. 19).
La tercera gira en torno al principal argumento que se utiliza contra
esa táctica: facilita la represión policial y espanta a una parte de
los manifestantes, ya sea porque las convocatorias aclaran que las
marchas son pacíficas o bien porque la represión que sigue a la táctica black bloc afecta a personas que no quieren sufrir violencia policial. Se les califica de
provocadores.
El argumento es sólido, sobre todo cuando los encapuchados actúan y
se retiran antes de la llegada de la policía que termina reprimiendo a
personas al azar. Pero el problema no está sólo en quienes usan esa
táctica, sino en los propios manifestantes, quienes no suelen estar
organizados y asisten individualmente. ¿Alguien se imagina que un grupo
de jóvenes utilice la táctica block bloc durante una manifestación de las bases de apoyo del EZLN en San Cristóbal de las Casas?
La cuarta cuestión se relaciona con la utilización de tácticas
similares por parte de infiltrados policiales o militares en las
manifestaciones. Como señaló un joven de Sao Paulo en un excelente
reportaje de la edición brasileña de El País,
creo que quien rompe un puesto de periódicos o quema un autobús, por ejemplo, o no entendió nada o es un infiltrado(goo.gl/2G6lck). Es posible diferenciar entre las acciones black blocs y las provocaciones policiales, siempre que exista interés en hacerlo.
Por último, el tema que plantea la periodista Eliane Brum:
Mientras la destrucción de los cuerpos de los manifestantes por la policía militar está naturalizada, la de los bienes materiales es criminalizada(goo.gl/mdRPKj). En su opinión, se trata de una
herencia esclavista y genocidaque aún no ha sido superada. Dicho de otro modo, la táctica black bloc, acordemos o no con ella, nos plantea un dilema: ¿aceptamos, sin más, el monopolio estatal de la violencia?
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