Carolina Escobar Sarti
Estamos a un año de aquel histórico 25 de abril que nos puso a temblar
la emoción y nos hizo hablar de la primavera posible. Parece mucho
tiempo ya, pero realmente un año no es nada, menos aún cuando
arrastramos décadas y siglos de daños estructurales que parecían (y aún
parecen a veces) irremediables. Hoy seguimos en la coyuntura del 25A,
porque una coyuntura no es solo un momento, sino una serie de hechos que
pueden durar meses, años y hasta décadas.
Mucho se dice del 2015, en diversos sentidos: que fue un carnaval
manipulado por los poderes de siempre, un despertar ciudadano que nos
debíamos desde hace mucho, una lotería para algunos que jamás habrían
saboreado las mieles del poder sin ese golpe de suerte, un remedo de
revolución que nos tomó por sorpresa y que no logró nada de fondo, entre
mucho más.
¿Qué pedimos entonces? Iniciar la lucha contra la corrupción a partir
del caso La Línea, lograr la renuncia de la plana mayor del gobierno
anterior, y las reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos
(LEPP). Al final del año se sumó también el tema de la depuración del
Congreso. ¿Pudimos haber pedido más? ¿Debemos tener más cuidado con lo
que pedimos? ¿Era eso lo posible? El caso es que la lucha contra la
corrupción sigue, y aunque a los distintos grupos de poder no les gusta
cuando les toca el turno de enfrentar la justicia, no podemos dejar
solos ahora a la Cicig, al MP y al OJ frente a quienes lanzan tan
fuertes patadas de ahogado, que hasta a Washington llegan. Por otra
parte, las reformas a la LEPP se están dando a toda velocidad, y
probablemente será una ley que cuando llegue a su aprobación final habrá
perdido casi todos los dientes.
Sin embargo, siento que el 2015 nos dejó cuatro cosas que irán
sedimentándose en el mediano y largo plazo: 1.) Un cambio de percepción,
aunque sea de pocos grados (la impotencia que sentíamos frente a las
acciones de los poderes de siempre dejó de ser menos impotencia, por
ejemplo). 2.) Ciudadanía, porque pudimos intervenir en un momento
político clave de nuestro país y ganamos confianza y músculo en el
ejercicio mismo. 3.) Calle, porque retomamos colectivamente plazas y
caminos, como los corazones y las arterias de un cuerpo social que no se
había visto a sí mismo integrado, aunque sea por un breve instante. 4.)
Juventud, porque recuperamos algo del aliento de generaciones
anteriores que anhelaron una Guatemala distinta (consciencia histórica),
y ahora tenemos jóvenes pensando, relacionándose y organizándose con
fuerza en distintos espacios, tanto en lo urbano como en lo rural
(presente posible).
Los más dogmáticos de todos los colores aluden a la soberanía queriendo
quitarle fuerza al momento, en una intentona por mantener este perverso
orden que no sobrevive sin la amenaza del otro. La soberanía puede ser
parte de la utopía, pero hoy es un concepto vaciado y manoseado, sobre
todo en un país que ni siquiera puede hablar de soberanía alimentaria.
Muchos días termino sintiendo que Guatemala es un lugar sin horizonte,
sin identidad ni futuro. Salgo de mi casa por las mañanas creyendo en el
presente posible, y en el camino al trabajo se me cruza un bus
accidentado con todos sus muertos, un juicio por genocidio, los ladrones
de guante blanco que siguen drenando al país, el desvío de un río que
sirve a toda una población para regar monocultivos de una sola persona,
un niño desnutrido que muere en los brazos de su madre, la adolescente
que vive a los 11 años una maternidad impuesta, y el caso de los Papeles
de Panamá con todo y el abogado guatemalteco asesinado e implicado en
él. Entonces recuerdo que en este momento también hay miles naciendo. Y
que nosotros somos el 25 de abril.
cescobarsarti@gmail.com
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