Guillermo Almeyra
La Jornada
Durante años Estados
Unidos intentó acabar con la revolución cubana utilizando guerrillas, la
invasión de mercenarios, un bloqueo que costó a la isla alianzas
innecesarias, sufrimientos, escasez y más de 100 mil millones de
dólares. La resistencia del pueblo cubano le impuso un cambio de método y
Barack Obama tuvo que dejar de lado el bloqueo para ver si un ejército
de turistas y una invasión de dólares logra lo que durante 60 años no
pudieron ni él ni sus antecesores. La gira de Obama marca pues una
victoria del pueblo cubano y una derrota imperialista y, al mismo
tiempo, prueba que éste, aunque ha cambiado de métodos, mantiene
intactos sus objetivos contrarrevolucionarios.
Obama no fue a Cuba como una persona sensata que ha comprendido un
error, sino como un enemigo que cambia de táctica. Fidel Castro se lo
recuerda a quienes –en el gobierno y en la burocracia de Cuba– creen
llegado el momento para la transformación de dicha burocracia en una
clase capitalista, poseedora de los medios de producción y empleadora de
trabajo asalariado, como hicieron desde Leonid Brezhnev sus iguales
soviéticos y desde Deng Xiaoping los burócratas chinos.
Cuba tiene otra historia que Rusia o China. La burguesía cubana
emigró casi toda en 1959 y los sectores privilegiados que la remplazaron
son escasos, débiles, usufructuarios de un poder que no tienen y,
además, fueron combatidos durante años encarcelando a los corruptos. La
burocracia cubana tiene valores burgueses, métodos, comportamientos y
privilegios de clase, pero no es ni clase ni es aún burguesa.
La revolución antibatistiana fue por otra parte una revolución
democrática y antimperialista y Fidel la bautizó socialista apenas dos
años después, como respuesta al bloqueo yanqui y para acercarse a la
entonces Unión Soviética, a fin de obtener tecnología y ayuda. Detrás de
la revolución cubana está su historia libertaria, y están José Martí y
Antonio Guiteras, mucho más que Carlos Marx.
Fidel hizo su vida política como nacionalista radical y combatiendo a
los estalinistas cubanos, que estaban aliados con Fulgencio Batista. Es
cierto que Raúl Castro viene del Partido Socialista Popular (PSP), el
viejo partido comunista, pero ni Fidel ni los cuadros del 26 de julio,
ni la mayoría del pueblo cubano, jamás fueron estalinistas. Es más, una
de las primeras medidas de Fidel fue desmantelar la microfracción de
Aníbal Escalante, mediante la cual los estalinistas pretendían controlar
el Partido Comunista cubano, nacido de la alianza entre varias
tendencias revolucionarias.
Nadie olvida que Cuba fue invadida varias veces por Estados Unidos,
que le impuso la enmienda Platt y mantiene ocupado Guantánamo. El motor
de la resistencia cubana por eso fue y es el antimperialismo, no el vago
socialismo tropical, que no es más que una serie de reivindicaciones
reformistas socialdemócratas, nacionalistas y gradualistas. En Cuba no
es viable ni siquiera la salida china o vietnamita (política de mercado
libre unida al dominio de un partido único monolítico en un capitalismo
de Estado).
La revolución cubana se produjo en 1957-59, y los más viejos
conocieron las infamias del capitalismo y del racismo, mientras los más
jóvenes, que en las ciudades lo idealizan, no quieren sin embargo que
Cuba sea como Puerto Rico o Guatemala. En el mismo Partido Comunista
cubano y en una parte de la intelectualidad, la revolución y la
independencia, defendidas durante 60 años con retórica inflamada, son
algo real que no puede ser abandonado, como en Europa oriental. Las
fuerzas anticapitalistas en Cuba y en América Latina siguen siendo
grandes, y el capitalismo sólo ofrece su crisis. El pueblo cubano no ha
dicho aún su última palabra, y por eso Fidel se dirige a esas fuerzas en
un lenguaje críptico, pero bastante claro.
Con la Unión Soviética se hundió la integración subordinada en un
bloque dirigido por la burocracia estalinista, a la que el gobierno
cubano presentó como socialista e idealizó hasta su inglorioso derrumbe.
Después de ella, fracasó el neodesarrollismo dependiente de Venezuela.
Jamás el gobierno llamó a las masas y les dio la oportunidad de fijar
los objetivos y de controlar su aplicación.
Hoy, para defender la revolución, fracasados los intentos tecnocráticos (como el puerto para containers en
Mariel, que se esperaba construir con la Odebrecht brasileña), sólo
queda recurrir a la capacidad y la movilización del pueblo cubano. Es
posible aplicar medidas que, sin ser anticapitalistas, favorezcan la
defensa del nivel de vida de los trabajadores, que el capitalismo
aniquilaría. O reforzar el monopolio estatal del comercio exterior, para
controlar qué se importa, o mantener un rígido control de cambios para
reducir despilfarros y corrupción. Es posible concentrar todos los
esfuerzos para lograr la seguridad alimentaria en la lucha por la
soberanía alimentaria; es posible seguir recurriendo a fondos
imperialistas no gringos (europeos, canadienses, chinos), para
modernizar el agro y aumentar su productividad. Sobre todo, es posible y
necesario abrir una discusión pública, localidad por localidad, sobre
la estrategia y los objetivos mediatos e inmediatos de la economía y las
medidas urgentes a adoptar. La autarquía es imposible, pero la idea de
la complementaridad entre las economías estadunidense y cubana es
reaccionaria. También se refiere a esto Fidel cuando dice en su carta
más reciente que los cubanos pueden salir de la crisis por sí mismos.
Los acuerdos con otros países latinoamericanos pueden ayudarles.
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