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domingo, 3 de abril de 2016

Berta Cáceres, crimen político



Ignacio Ramonet
La Jornada
Se llamaba Berta. Berta Cáceres. El 4 de marzo pasado iba a cumplir 43 años. La víspera, la mataron. En Honduras. Por ambientalista. Por insumisa. Por defender la naturaleza. Por oponerse a las multinacionales extractivistas. Por reclamar los derechos ancestrales de los lencas, su pueblo indígena.
A la edad de 20 años, siendo estudiante universitaria, Berta había fundado el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (Copinh), que hoy reúne a unas 200 comunidades nativas y se ha convertido en el movimiento ecologista más ofensivo. El régimen hondureño, nacido de un golpe de Estado, ha cedido 30 por ciento del territorio nacional a trasnacionales mineras e hidroeléctricas. Hay decenas de megapresas en construcción y más de 300 compañías extractivistas que saquean el territorio mediante la corrupción gubernamental. Pero el Copinh ha conseguido detener la construcción de embalses, paralizar proyectos de deforestación, congelar explotaciones mineras, evitar la destrucción de lugares sagrados y obtener la restitución de tierras expoliadas a las comunidades indígenas.
Por eso, la madrugada del pasado 3 de marzo, mientras dormía, dos sicarios de unos escuadrones de la muerte se introdujeron en su vivienda de la ciudad La Esperanza y asesinaron a Berta Cáceres.
Se trata de un crimen político. Desde que, en junio 2009, el presidente constitucional de Honduras, Manuel Zelaya, fue derrocado por un golpe de Estado –contra el que Berta protestó con inaudito coraje, encabezando las manifestaciones contra los golpistas–, este país se ha convertido en uno de los más violentos del planeta y en un paraíso para las grandes trasnacionales depredadoras y para las organizaciones criminales. En ese contexto, el régimen de Juan Orlando Hernández y la oligarquía hondureña siguen asesinando impunemente a quienes se oponen a sus atropellos. En estos últimos siete años decenas de dirigentes campesinos, líderes sindicales, militantes de movimientos sociales, defensores de los derechos humanos, periodistas rebeldes, educadores y ambientalistas han sido exterminados con total impunidad. Nada se investiga, nada se aclara. Nadie es sancionado. Y los medios dominantes internacionales (tan dispuestos a poner el grito en el cielo al menor desliz que pudiera cometerse en Venezuela) apenas mencionan ese horror y barbarie.
El mismo día en que mataron a Berta Cáceres, la organización no gubernamental Global Witness, de Londres, denunció que Honduras es el país más peligroso del mundo para los activistas del medio ambiente. De los 116 asesinatos de ecologistas que hubo en el planeta en 2015, casi las tres cuartas partes se produjeron en Latinoamérica y la mayoría de ellos en Honduras, uno de los países más empobrecidos del continente.
En 2015 Berta Cáceres recibió el más prestigioso galardón internacional ecologista, el Premio Goldman, el Nobel verde, por su resistencia contra la construcción de un megaembalse hidroeléctrico que amenaza con expulsar de sus tierras a miles de indígenas. Con su audaz lucha, Berta consiguió que la empresa de propiedad estatal china Sinohydro, la mayor constructora de embalses hidroeléctricos del planeta, y un organismo ligado al Banco Mundial dieran marcha atrás y retiraran su participación en la construcción del embalse de Agua Zarca, sobre el río Gualcarque, afluente sagrado de los lencas en la sierra de Puca Opalaca. Movilizadas por Berta y el Copinh, las comunidades indígenas bloquearon el acceso a las obras durante más de un año... Y consiguieron que algunos de los intereses empresariales y financieros más poderosos del mundo renunciaran a involucrarse en el proyecto. Esa victoria fue también la causa más directa del asesinato de Berta.
Impulsada por la empresa hondureña Desarrollos Energéticos Sociedad Anónima, con aporte financiero del banco Financiera Comercial Hondureña SA, que recibió fondos del Banco Mundial, la construcción del megaembalse de Agua Zarca se inició en 2010. El proyecto cuenta con el apoyo financiero del Banco Centroamericano de Inversión Económica y de dos instituciones financieras europeas: el banco holandés de desarrollo, Nederlandse Financierings-Maatschappij voor Ontwikkelingslanden NV, y del Fondo Finlandés para la Cooperación Industrial. También está involucrada la empresa alemana Voith Hydro Holding GmbH & Co. KG, contratada para la construcción de turbinas. Todas estas empresas tienen responsabilidad en el asesinato de Berta Cáceres. No pueden lavarse las manos.
Porque tanto los ambientalistas como el pueblo lenca defienden un derecho legítimo. Denuncian la violación del convenio 169, sobre pueblos indígenas y tribales, de la Organización Internacional del Trabajo, firmado por Honduras en 1995, porque no ha existido una consulta previa libre e informada de las personas afectadas por el megaembalse, como exige igualmente la Declaración de Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (2007).
Berta sabía que era una mujer marcada para morir. Había sido amenazada en numerosas ocasiones. Estaba en la mira de los escuadrones de la muerte, sicarios de los amos de Honduras. Pero ella solía decir: Nos tienen miedo porque no les tenemos miedo. Cuando recibió el premio Goldman le preguntaron si ese galardón podía constituir un escudo de protección, y respondió: El gobierno trata de vincular los asesinatos de defensores ambientales con la violencia común, pero hay suficientes elementos para demostrar que existe una política planificada y financiada para criminalizar la lucha de los movimientos sociales. Ojalá me equivoque, pero creo que, en lugar de disminuir, la persecución contra los luchadores va a recrudecer. No se equivocó.
La presa de Agua Zarca se sigue construyendo. Y los que se oponen a ello siguen siendo asesinados sin miramientos, como lo acaba también de ser –10 días después del asesinato de Berta– el líder ambientalista hondureño Nelson García.
Los mismos que mataron a Gandhi, a Martin Luther King, a monseñor Romero y a Chico Mendes le cortaron la vida a Berta, maravillosa flor de los campos de Honduras. Pero no silenciarán su lucha. Como dice Pablo Neruda: Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera.

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