Carolina Escobar Sarti
Cada octubre, cuando se celebra el aniversario de la Revolución del 44, algunas personas esperamos que el recorrido histórico recupere también el aporte de las mujeres que participaron en aquella gesta revolucionaria. Pero no aparecen por ninguna parte, a excepción de una que otra mención bastanteA marginal de la maestra María Chinchilla, en su condición de mártir.
Por ello, cuando escuché que en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales iban a hablar sobre Las Mujeres del 44 hace algunos días, pensé que no podría dejar de asistir. El esfuerzo de Walda Barrios y Ana Silvia Monzón, por recuperar las voces y las luchas de las mujeres, merece acompañarse.
Habría que comenzar por reconocer que las mujeres de hoy le debemos siempre mucho a las de ayer. Cabe citar aquí a doña Dolores Bedoya en 1839, la misma que años antes llamara con cohetes y marimba a apoyar la independencia de Guatemala, cuando escribe: “Si las mujeres reclamaran sus derechos y su voto, se las consideraría, no se burlarían de ellas y podrían participar en la organización y acción social”.
A ella le siguieron otras como Vicenta y Jesusa Laparra, Sara de More, Adelaida Cheves, Carmen de Silva, Rafaela del Águila, Pilar de Villeda, María C. de Morales, Paula Rukuardt, Isabel Ardón, Jesusa Rodríguez, Piedad Rogel y Olimpia Altuve. En distintos momentos de nuestra historia, varias mujeres de las élites, intelectuales, maestras, artistas, activistas, indígenas, ladinas, mestizas y criollas, participaron en hechos históricos como el levantamiento de 1920, para derrocar a Estrada Cabrera; en la Federación Centroamericana, para obtener el voto durante algunos meses en 1921; en la primera huelga de obreras, en 1925; y en las luchas por alcanzar el derecho al sufragio, en la década de 1930. Algunas, incluso, presionaron para que se reconociera la ciudadanía de las mujeres desde un “Comité Pro-Ciudadanía”, integrado, entre otras, por Graciela Quan, Gloria Menéndez Mina, Magdalena Spínola, Romelia Alarcón, Clemencia de Herrarte, Laura Bendfelt, Adriana de Palarea y María Albertina Gálvez.
Pero cuando, durante el gobierno ubiquista, se reprimió todo libertad, incluso la participación de todos los partidos políticos nacionales, menos el nazista, el fascista y el franquista, las mujeres que quisieron jugar papeles no tradicionales se vieron también obligadas a replegarse. Hoy lo decimos más fácil, pero en aquella época las mujeres se enfrentaban a sentencias como esta, identificada en un documento histórico: “La mujer no tiene derecho al sufragio porque la naturaleza la creó para la casa y para estar ocupada con el sinnúmero de difíciles tareas familiares como el dar de comer y educar a los niños, enseñándoles valores morales y los derechos y obligaciones que tendrían más tarde como ciudadanos. El destino de madre no le permite ocuparse de la política”.
Llegamos entonces a las mujeres del 44, quienes participaron en aquella inédita revolución guatemalteca, único momento de verdadera autonomía de nuestra historia —por cierto—, en el cual no estuvimos sometidos a ningún imperio. Ni al ruso, ni al estadounidense, ni al inglés, a ninguno. Esas mujeres participaron como correos, marcharon, recaudaron fondos, se sumaron a sindicatos, se afiliaron a partidos políticos, obtuvieron el voto, se presentaron como candidatas, divulgaron los contenidos de la Revolución, organizaron grupos de mujeres, se expresaron, escribieron, accionaron. Parecía el inicio de algo duradero….
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