Carolina Escobar Sarti
En el artículo del jueves pasado expresaba que las víctimas del neofascismo son los migrantes, porque la diferencia racial, expresada en cada uno de esos hombres y mujeres que cruzan fronteras, desiertos y muros, había vuelto al escenario mundial en una versión fundamentalista y reaccionaria, asociada a los movimientos de odio, de supremacía blanca o a las expresiones neonacionalistas que han resurgido en Estados Unidos y otros sitios.
Decía que esos “cuerpos desechables” terminan inscritos, con implacable violencia, en el régimen de poder económico neoliberal que actualmente vivimos. Y concluía que la película del director guatemalteco Luis Argueta, abUSAdos: La Redada de Postville, en la cual participa como productora asociada la también guatemalteca Vivian Rivas, puede considerarse una pieza fílmica fundamental para retratar cómo se inscribe la violencia en estos cuerpos que, año con año, son expelidos por su país de origen y migran en circunstancias tan adversas sólo para terminar siendo deportados con violencia a nuestro país, o muriendo trágicamente, como en el caso de Tamaulipas.
¿Por qué insisto en vincular el orden económico actual a los migrantes? Simplemente porque la guerra que se ha montado contra ellos desde la discriminación, ha venido a ser también una estrategia de acumulación de capital para unos pocos. Contribuir a generar odio contra los inmigrantes es muy lucrativo para algunas empresas nacionales y corporaciones transnacionales. Por ejemplo, en EE. UU., el consorcio privado que más lucra con la migración está relamiéndose los bigotes, porque entre la población carcelaria de aquel país el sector que más rápido ha crecido es el de los inmigrantes. Cárceles privadas, inmigrantes deportados por compañías privadas subcontratadas por el Estado, empresas privadas que proveen la alimentación y los servicios en esos lugares son algunos de los grandes ganadores de este “orden”.
En un artículo de William Robinson, profesor de sociología y estudios globales de la Universidad de California, leo que William Andrews, presidente ejecutivo del mayor contratista privado para centros de detención de inmigrantes en EE. UU., denominado Corrections Corporation of America (CCA), dijo en el 2008: “la demanda de nuestras instalaciones y servicios podría verse afectada negativamente por el relajamiento de los esfuerzos de control… o mediante la ‘descriminalización’ (de los inmigrantes)”. Señala Robinson que CCA y otras corporaciones han financiado el aumento de la legislación neofascista contra los inmigrantes en Arizona y otros estados. ¿Quiénes son los verdaderos criminales en todo esto?
Esta es una crisis estructural, no cíclica, y tiene todo el potencial de convertirse en una crisis sistémica global o en una transformación de fondo, dependiendo de las coordenadas que se definan desde este cambiante orden mundial y de la respuesta de ciertos actores claves frente a ella. ¿Cómo evitar que existan “cuerpos desechables” y neofascismos sostenidos por el sistema? ¿Cómo reestructuramos un sistema tan perverso como este, para el cual las mercancías valen más que las personas? El presidente Obama seduce ahora a los hispanos y ofrece la legalización de los indocumentados y una reforma migratoria integral, porque sabe que sin el voto migrante, ningún presidente gana ya. Perverso juego entre republicanos y demócratas, porque los que vemos esto a la distancia, sabemos que la política exterior de EE. UU. es una y la misma, no importa si se lee en clave de halcón o de águila. Dentro de esta concepción de mundo, la reforma migratoria integral sigue siendo una ilusión y depende de los votos en Congreso y Senado, no del canto de sirenas de un candidato a la presidencia.
Como sea, migrar es un acto de fe de tan larga data como la humanidad misma y, tal como expresara el padre Ademar Barilli, de la Casa del Migrante en Tecún Umán, cuando fue entrevistado para la película de Luis Argueta: “No hay nada que impida la necesidad de la gente de trabajar y el día que levanten más los muros, los migrantes van a tener alas”. Ojalá.
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