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viernes, 13 de mayo de 2011

ALEPH: La paz no es una firma

Carolina Escobar Sarti
Guatemala nos pone a prueba cada día. El saqueo del presupuesto público, no solo por los políticos de turno, sino por los grupos de poder económico que históricamente han crecido sus capitales prendidos del pecho generoso del Estado, ha sido una de las constantes rutas de despojo en nuestro país. Luego, una justicia desmemoriada, ultrajada, pactada y arrodillada frente a esos mismos poderes, ha hecho que Guatemala no pase por el ritual movilizador de la verdad.

Por otra parte, los capitales transnacionales, con sus colegas nacionales, hoy más gigantescos y perversos que nunca, falsean su naturaleza depredadora vendiéndose en pautas publicitarias como la panacea de un desarrollo que solo “desarrolla” a sus dueños. Es en este suelo fértil donde prosperan el crimen organizado y el narcotráfico, enquistados en toda la sociedad, y crecen a la sombra de la impunidad, el subdesarrollo y el abuso de poder. Y para cuidar que este orden se mantenga, nada como el reposicionamiento del autoritarismo y del militarismo, aunque se disfracen de civiles. ¿Cómo no nos va a rebasar la violencia?

A tres lustros de la firma de los acuerdos de paz, tenemos hoy más conciencia que nunca de que la paz no se firma, se edifica. Si la paz fuera sólo rúbrica, no habrían estado entre sus firmantes un militar acusado de violaciones a los derechos humanos en la guerra guatemalteca que ahora compite por la Presidencia, ni un político de colmillo afilado que venía de las filas de un partido de corte fascista, que adelgazó al Estado cuando fue presidente hasta dejarlo en los huesos y que hoy sigue ejerciendo un autoritarismo draconiano, desde su mareo por el poder.

Pocos años antes de la firma de los acuerdos de paz, surge un Serrano Elías que quiso barrer con el Estado y anda libre en Panamá. Años después de la firma, un Ríos Montt, que aparece en los libros de la memoria histórica como el responsable del genocidio, llegó a ser presidente del Congreso. Durante el gobierno de Óscar Berger se llevó a cabo una limpieza social que no termina de pasar por el tamiz de la justicia; durante ese mismo periodo se reactiva un préstamo de US$20 millones, otorgado por el BCIE al Gobierno, para ser invertido en un ingenio en el Polochic que benefició a la familia del entonces presidente, y supuestamente reviste objetivos sociales, lo cual se contradice con los violentos desalojos que se dieron en marzo contra la población q’eqchi’ en esa región. Todo ese asunto se mantiene en silencio desde que se constituye la alianza Gana-UNE, de cara a las elecciones. Hoy, Portillo y Cía. han salido libres, a pesar de las pruebas en su contra por el desvío de Q120 millones del Ejército durante su gestión. Y podríamos engrosar esta lista, no solo con políticos, sino con gente de diversos sectores del país.

A la paz no se llega por este camino que inicia cuando la firman quienes no creen en ella y sigue por la ruta de quienes se burlan de ella. ¿A qué mecanismos transformadores nos tenemos que asir para vivir en paz? No creo en la paz que se consigue por medios violentos y autoritarios, esa paz barata del silencio impuesto, la obediencia y el verticalismo. Hablo de la paz forjada en la libertad de las ideas, la paz que implica el bienestar de todos y todas, la paz que pasa por la conciencia y porque todos coman, hablen, se eduquen, tengan acceso a la salud y sean justamente reconocidos. De una paz que no implique aplastar la dignidad de tantos para que unos pocos vivan bien. Como sociedad, nos hemos construido históricamente a partir de la dicotomía de amos y esclavos; esa es la subjetividad que tendríamos que cambiar porque la paz no es un lugar adonde llegamos sino el camino por donde transitamos.

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