Entrevista al investigador Franck Gaudichaud
Fuentes: ACRIMED
Traducido del francés para Rebelión por Caty R.
Con respecto al movimiento social de los últimos meses en Chile,
entrevistamos al politólogo Franck Gaudichaud, especialista en ese país,
para que nos informe sobre la estructuración del ámbito mediático
chileno y el papel de los medios de comunicación dominantes en el
tratamiento de las movilizaciones sociales pasadas y actuales.
Contexto: los medios dominantes en Chile
¿Cómo calificarías el estado de la
concentración de los medios en Chile? ¿Es tan importante como en los países
vecinos (Argentina, Brasil…)? ¿Podemos distinguir etapas históricas en la
evolución de esa concentración?
Respecto a la concentración y la comparación a escala latinoamericana
existe en Chile una auténtica oligarquía mediática, una concentración
mediática excepcional. Varios informes internacionales lo confirman: los
del Observatorio Latinoamericano de regulación de los medios, así como informes sobre los derechos humanos,
los procedentes de la muy oficial Comisión Interamericana de los
Derechos Humanos (CIDH) y estudios de académicos. Todas esas fuentes
confirman que se trata de un país en el que la concentración mediática
es muy alta dentro de una región latinoamericana donde ya existe
globalmente una gran concentración mediática.
El libro
de la periodista Maria Olivia Monckeberg sobre los magnates de la prensa en
Chile es un hito en este sentido (2). En promedio la concentración en la
región, en términos de propiedad privada lucrativa y de control capitalista,
sería del orden del 60 %, mientras en Chile la concentración para la prensa
escrita va más allá del 75 %, incluso el 80 %, y para la televisión en abierto
se aproxima al 90 %. Existe por lo tanto un verdadero problema en términos de
libertad de información y de expresión igual que en otros países de la región
como Brasil, donde hay también una gran concentración de la presa escrita (más
allá del 85 % con imperios como Globo, el mayor grupo mediático de la
región), o en México respecto a la televisión abierta, donde la concentración
es del orden del 93 %. Así pues, en comparación, la historia mediática chilena
ha seguido la de los países vecinos y con ella un cuestionamiento de la
libertad de información en la pluralidad, es decir, de un derecho humano
fundamental. Pero la experiencia chilena tiene también, obviamente, sus
peculiaridades.
Nos
enfrentamos al dominio de una oligarquía mediática muy cerrada, en el marco del
neoliberalismo chileno que se instaló durante la dictadura de Pinochet
(1973-1989) y que después se consolidó en la «democracia» desde 1990. Dicha
oligarquía financiera no solo controla los medios de producción y distribución,
los principales recursos del país, controla también los medios de información y
aplica una estrategia de control económico e ideológico de la información muy
fuerte. Por ejemplo, un estudio realizado por el Consejo Nacional de la
Televisión (CNTV) en 2016 muestra que solo cuatro operadores controlan más del
90 % del mercado mediático, especialmente de los ingresos publicitarios y la
audiencia (3). Esta hiperconcentración también ha sido confirmada –y subrayada-
más recientemente por un informe realizado en 2019 por el Parlamento chileno (4).
En el
terreno de la prensa escrita nos enfrentamos a un duopolio casi perfecto: Por
un lado el grupo Copesa, dueño de los periódicos de distribución nacional como La
Tercera y muchos otros a nivel regional… y por otra parte tenemos el
imperio de El Mercurio –el diario más antiguo de América
Latina todavía en circulación- que pertenece a un imperio controlado por la
familia Edwards desde hace generaciones.
El
patriarca, Agustín Edwards, fue uno de los actores muy conocidos del golpe de
Estado contra Salvador Allende en 1973 y recibió millones de dólares de la
CIA en ese sentido, como lo atestiguan
los archivos desclasificados (5). Su grupo controla El Mercurio, el
primer periódico de difusión nacional, al mismo tiempo conservador y ferozmente
neoliberal –sería un poco el equivalente de Le Figaro en
Chile-. Además controla un montón de periódicos de difusión nacional (La
Segunda, Las últimas noticias…) así como una gran parte, en
casi todas las ciudades, de la prensa regional. Se trata realmente de un
imperio gigantesco que hace que, por ejemplo, un habitante de Valparaíso que
quisiera comprar uno o varios periódicos nacionales o locales sólo leería
prensa controlada por el grupo de la familia Edwards.
Por otra
parte Copesa, el otro grupo dominante, controla también una gran parte de la
prensa escrita. Estos medios son enemigos feroces y declarados de los
movimientos sociales y de todas las personas que critican el orden establecido
desde hace años, incluso desde hace más de un siglo. En los años 60,
precisamente durante las luchas estudiantiles del año 1967, una gran pancarta
se hizo famosa al ser instalada en el escaparate del periódico anunciando «¡El
Mercurio miente!», frente a los ataques reiterados del diario contra
el movimiento de la reforma universitaria. Desde entonces ese eslogan se ha
repetido y adaptado en casi todos los momentos de confrontación social con los
poderes establecidos. Más recientemente el tratamiento mediático de las
resistencias del pueblo mapuche en el sur del país ha recordado que el diario
participa activamente en la criminalización de las luchas.
Pero esos
grupos también están muy presentes en la radio. La radio es un medio muy
importante en Chile, donde sigue siendo un medio de comunicación masivo. Por
ejemplo es el caso de Radio Universo propiedad, entre otras, de la familia
Edwards o Radio Duna, perteneciente a Copesa.
En ese
sector hay que señalar también la presencia de grandes grupos internacionales,
en particular Prisa, el grupo español bien conocido que controla El País (primer
diario ibérico). Prisa está muy presente en América Latina, por ejemplo en
Colombia y Chile y controla algunas radios chilenas, como Radio Chile. En este
escenario encontramos otros grandes capitalistas y otras grandes fortunas
chilenas: junto a los Edwards del grupo El Mercurio tenemos el grupo de Álvaro
Saieh –una de las mayores fortunas del país, con Copesa; la familia Luksic, la
más rica de Chile, controla dos radios más y sobre todo dos grandes cadenas de
televisión: Canal13 y UCTV (las más vistas del país). También la familia Solari,
que se enriquece con radios y cadenas de televisión como Mega y ETC; y otros
grandes grupos internacionales como Warner y Albavisión, que poseen cadenas
fundamentales de información continua como CNN.
Igualmente
hay que recordar que existe una connivencia y una proximidad muy fuertes entre
esta oligarquía mediática y el poder político, el propio derechista y
multimillonario presidente Sebastián Piñera, actualmente en el poder, fue durante
mucho tiempo propietario de un canal de televisión que cedió en el momento de
su elección. Si observamos esto en el tiempo histórico podemos señalar el papel
de los medios en la caída de Salvador Allende en 1973. Los medios conservadores
realmente organizaron un clima propicio al golpe de Estado, prepararon las
mentes (se podrían citar los trabajos pioneros de Armand Mattelart al respecto
(6) o el excelente documental La espiral (7).
El propio Edwards visitó varias veces el despacho oval de Richard Nixon y Henry
Kissinger para organizar el golpe de Estado.
Posteriormente,
durante la dictadura, él y los suyos fueron bien retribuidos en ese sentido,
con el giro neoliberal de los «Chicago Boys». En 1975 observamos un
fortalecimiento de la concentración mediática que ya era muy alta antes del
golpe de Estado. Bajo el Gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular fue
un auténtico problema y la izquierda, por desgracia, no consiguió regularlo a
pesar de la creación de varios medios antiimperialistas o socialistas. El
Mercurio, La Segunda y los demás, durante la tiranía de
Pinochet pusieron a sus periodistas y editorialistas al servicio del régimen
cívico-militar justificando sin vergüenza la represión, el terrorismo del
Estado y la «caza» de los militantes y defensores de los derechos humanos.
Para
terminar, la transición democrática «pactada» (8) de 1989-1990 terminó
realmente de aniquilar publicaciones como la revista APSI, por ejemplo, o La Época, Análisis y muchas
otras… revistas independientes que existían al final de la dictadura y eran
revistas culturales, críticas y muy dinámicas, de oposición a la dictadura.
Pero la nueva élite política de centroizquierda y neoliberal que llegó al poder
a partir de 1990 contribuyó a aniquilar dichas revistas cortándoles el
suministro y la publicidad; incluso el viejo diario La Nación, el único
diario público, acabó muriendo recientemente enterrado por el propio presidente
Piñera que lo consideraba demasiado ofensivo con respecto a los derechos
humanos y a los responsables de la dictadura. Solo permanece la versión web.
Manuel
Cabieses, director durante decenios de la revista Punto final, nacida de
la izquierda radical, luego independiente durante la democracia, ha denunciado
durante años hasta qué punto el poder político ha contribuido a la
concentración mediática debido a la falta de regulación. Y sobre todo Cabieses
ha demostrado que la publicidad de Estado (y por lo tanto la importante
financiación que la acompaña) se concentra en los grandes grupos privados,
abandonando completa e intencionadamente lo que queda de prensa independiente y
crítica. Aunque la publicidad del Estado se considera un mecanismo de
regulación del pluralismo, en este caso es un mecanismo de concentración de los
poderes mediáticos y de destrucción masiva del pluralismo…
Hay que
ver, por ejemplo, que una revista histórica como Punto final acabó
–desgraciadamente- desapareciendo, especialmente por la falta de apoyo público
(9). En términos de periódicos de papel y distribución en kioscos (todavía
numerosos en las calles chilenas) –una distribución controlada en parte por los
grandes grupos- difícilmente se encuentra el periódico histórico del Partido
Comunista, El Siglo. Se puede encontrar también Le Monde
Diplomatique versión chilena (bajo la dirección de Víctor de la
Fuente), pero difunde solo unos miles de ejemplares y también tiene
dificultades para sobrevivir.
No
obstante hay que señalar que últimamente ha habido esfuerzos y varias
iniciativas interesantes de creación de nuevas formas mediáticas
independientes. Internet ha permitido la creación de algunos periódicos nacionales
de primer plano como El Mostrador,
uno de los principales periódicos digitales del Cono Sur que sobrevive gracias
a la publicidad online y que dispone
también de una versión en papel. Hay otro periódico digital serio, muy leído,
situado más bien a la izquierda, El Desconcierto.
Podemos citar también el Centro de Investigación e Información Periodística CIPER,
que practica un periodismo de investigación exigente y ofrece además análisis
profundos de académicos aunque la Fundación, paradójicamente, está financiada
en parte por algunos de los grandes grupos capitalistas mencionados
anteriormente… En resumen, existe todo un ecosistema de pequeños medios
críticos, comprometidos, comunitarios que se desarrolla en la web, como por
ejemplo la revista de izquierda Rosa o Convergencia
Medios.
El tratamiento mediático del reciente movimiento social
¿Cómo analizas el tratamiento, por parte de los grandes
medios nacionales, de la crisis social que atraviesa el país? Dichos
medios están acusados de transmitir principalmente la palabra
gubernamental o, cuando hablamos de manifestaciones, insistir siempre en
las «violencias de primera línea» (10) o de los manifestantes en
general sin prestar atención a sus reivindicaciones. ¿Qué opinas?
El tratamiento mediático de la rebelión popular en
curso desde 2019, e incluso ahora en la pandemia, confirma lo que todo el mundo
sabe en Chile, los medios aparecen globalmente como poco pluralistas y
globalmente al servicio de los dominantes y poderosos. Algunos periodistas
intentan mal que bien demostrar cierta ética y distancia crítica, pero son
pocos y tienen poco espacio.
En febrero de 2020 la Unión Nacional del Colegio de
Periodistas (sindicato independiente de periodistas), afirmó textualmente que «los
grandes medios mienten, hacen montajes, manipulan las conciencias para mantener
los privilegios de la élite dominante [11]». Eso es lo que pasa en realidad, se ve
claramente a través de una prensa, bien sensacionalista (prensa escrita como La
Tercera o La Cuarta, prensa televisada como Megavisión), bien
por medio de «reportajes», pero con artículos que tienden a poner el acento directamente
en la violencia de los manifestantes y oponen la actitud «republicana» y «valiente»
de las fuerzas del orden mientras hay violencia de Estado masiva y
desproporcionada, hay muertos, miles de heridos y todavía 2.000 presos sin
juicio procedentes de la revuelta popular, etc. Esos medios tienden también a
reproducir íntegramente la voz oficial, la voz de los portavoces del Gobierno o
de los principales partidos del Parlamento, todos los cuales incidían en el
mismo sentido frente a la irrupción popular desde abajo.
Obviamente
no todos los periodistas son «manipuladores», por otra parte en chile existe
una gran tradición de periodistas de investigación y de creadores de
documentales críticos (sobre la concentración de la riqueza, los crímenes de la
dictadura, los casos de corrupción, la justicia, etc.) con periodistas como Patricia
Verdugo, Javier Rebolledo, Alejandra Matus, Ernesto Carmona, etc. Pero
globalmente son poco difundidos y les cuesta mucho encontrar financiación.
Existe también una grave precarización del trabajo para los periodistas
independientes, por otra parte como toda la sociedad chilena que está muy
precarizada. Dichos periodistas a menudo son «polifuncionales», es decir, que
tienen que hacer varias cosas a la vez, trabajar en varios medios al mismo
tiempo y se ven sometidos a largas jornadas pudiendo ser despedidos
rápidamente. Eso plantea el problema de protección del estatuto de los
periodistas y sus fuentes para poder desempeñar correctamente su trabajo (12).
El
tratamiento mediático de la revolución popular que comenzó hace varios meses se
caracteriza no solo por el sensacionalismo, la focalización en la violencia,
sino especialmente sobre la violencia de las personas de abajo. Hemos visto a
los medios concentrarse en un escaparate roto o en una barricada en llamas
mientras el mismo día había muertos en la calle y personas que sufrieron
pérdidas de ojos. Entonces, es el punto de vista de los carabineros, de la policía,
el que se pone por delante sistemáticamente, no el de los manifestantes que a
menudo son reducidos a una caricatura. Cuando se da la palabra a los
manifestantes es de forma partidista y parcial, con una utilización de las
imágenes que promueve y lleva a la confusión.
El
movimiento popular está muy alimentado por las redes sociales, por internet.
Las denuncias de «circo mediático», «censura» por parte de los «grandes»
medios, y en particular de las cadenas de información, son legión. Esta
denuncia también es fuerte en la calle, en las manifestaciones (un poco como se
pudo ver en Francia en el movimiento de los Chalecos Amarillos). Al mismo
tiempo que el sistema político, los partidos y el presidente, los medios dominantes
atraviesan una fuerte crisis de legitimidad y de credibilidad. Las personas
buscan la información más bien en las redes sociales –con todos los problemas
que esto también supone-. El hecho de poder grabar en directo y poder difundir
en directo en internet comenzó a extenderse entre los actores en lucha donde
muchos jóvenes periodistas independientes, con la voluntad de romper la visión
unilateral del movimiento por medio de otras imágenes y relatos alternativos, muestran
otro movimiento «desde abajo», el de la represión estatal, el de la fiesta en
la calle, el de las reivindicaciones sociales contra el neoliberalismo y la
casta política…
Así pues,
la rebelión popular atormenta a todo el sistema político en su conjunto y
también al sistema mediático. Y varios medios se han visto obligados a dar más
voz a los manifestantes, a los movilizados, y mostrar así la amplitud de la
represión, participando al mismo tiempo en el intento de canalizar la
revolución en curso (13) mientras varios organismos internacionales de derechos
humanos, incluida la Organización de Derechos Humanos del Estado Chileno,
denuncian la amplitud de la represión. El lema no es nuevo, «no escuches a
los medios, sé tu propio medio», en parte es una realidad en las
movilizaciones de Chile para intentar soslayar la dominación mediática.
Todavía
ahora, con la actualidad del coronavirus y de la calamitosa gestión sanitaria
del Gobierno, aparece la misma preocupación de soslayar a los medios de la
oligarquía a través de las redes sociales, las redes de radios comunitarias o
los medios online críticos o
independientes. Muchas páginas de información aparecidas durante los
movimientos sociales de 2019 constituyen ahora un auténtico «espacio de
contrainformación» por medio de las redes sociales. Pero eso también puede
plantear problemas, ya que las redes también permiten la difusión de
información no siempre controlada, verificada y comparada, falsa o incluso una
visión conspirativa del mundo.
Otro tema
fundamenta en mi opinión, la influencia de lo que se llamaría en Francia los
«editócratas», es decir, como algunos «opinólogos», académicos y periodistas
neoliberales, los editorialistas pontifican con arrogancia en todos los medios
(prensa escrita, televisión, radio), «formando» y «trabajando» la opinión
pública. Son a menudo hombres blancos de más de 50 años, con un gran capital
cultural y económico, que dominan el ámbito mediático. Esto también se ha
denunciado ampliamente, en particular gracias a la fuerza del movimiento
feminista, que denuncia la dominación blanca, masculina y patriarcal al mismo
tiempo que la dominación oligárquica y mediática. Así, poco a poco vemos
aparecer, incluso en la televisión en horas de mucha audiencia, invitados
procedentes de las movilizaciones, portavoces de los sindicatos, de los
movilizados, del movimiento de la Coordinadora Feminista del 8 de marzo, así
como familiares de personas asesinadas y de presos políticos.
Recordemos
que hay más de 2.000 presos políticos actualmente y con la pandemia (y visto el
estado de las prisiones chilenas) es realmente catastrófico. Hay por lo tanto
una «apertura» y grietas de conquistas en el ámbito mediático bajo la presión
de la movilización y la denuncia procedentes de la calle, y también gracias a
algunos periodistas que hacen su trabajo a pesar de todo y ellos también
presionan –a veces de forma colectiva o a través de los sindicatos- para tratar
correctamente la rebelión y la represión. Es el caso del Colegio
de Periodistas).
¿Una perspectiva de transformación?
¿El asunto de los medios (la transformación del ámbito mediático
chileno) es asumida como una reivindicación por los manifestantes? ¿Las
organizaciones políticas, asociativas o sindicales han formulado propuestas de
transformación del sistema mediático chileno? ¿Existen esas iniciativas en la
historia contemporánea chilena, en particular desde la presidencia de Salvador
Allende?
Sobre la cuestión de las reivindicaciones, pienso
que Chile vive un momento fundamental a pesar de que la llegada del coronavirus
ha suspendido todo ese inmenso ciclo político y social nacido de la revolución
de octubre. El conjunto del sistema político está del revés: el movimiento ha
conseguido imponer que se organice un plebiscito (el próximo octubre) y
potencialmente una «convención constitucional» (incluso aunque no sea una
verdadera asamblea constituyente como reclaman los manifestantes), mientras que
la Constitución de la «democracia» chilena –¡no lo olvidemos!- sigue siendo la
de la dictadura con algunas reformas y enmiendas. Lo mismo para el modelo
económico neoliberal (14).
La estrategia del poder y de los partidos es
intentar controlar el cambio y canalizar las luchas por la
institucionalización. Existe sin embargo la reivindicación impuesta desde
debajo de una nueva constitución, esta vez «posneoliberal». Y esta cuestión
mediática debería estar en el centro, según mi opinión, de las futuras discusiones
constituyentes. El Colegio de Periodistas afirma claramente la exigencia de una
constitución que garantice «la existencia de medios de comunicación
social libres, independientes y plurales », es decir, que prohíba la
concentración de la propiedad y que abra la vía a los medios independientes.
Eso plantea la cuestión, obviamente, del rechazo de financiación y control de
los medios por los grandes grupos capitalistas, para reconocer en la
Constitución la libertad de información como un derecho fundamental, el derecho
a una información pluralista y rigurosa en su utilización de las fuentes y por
lo tanto con garantías y protección para los periodistas.
Pero esta
discusión todavía es minoritaria, incluso dentro de la izquierda o entre las
personas movilizadas, a pesar de las fuertes críticas en las redes sociales,
entre los manifestantes, dirigidas a denunciar a los grandes grupos mediáticos.
No existe una reflexión colectiva profunda sobre la forma de pensar un
ecosistema mediático libre, amplio, independiente y plural. Hay, por supuesto,
comparaciones por ejemplo con las leyes mediáticas que se han hecho en
Argentina (15). Está la idea de los «tres tercios»: un tercio privado, un
tercio del Estado (medios públicos) y un tercio para el tercer sector que
serían los medios asociativos, alternativos, comunitarios e independientes,
pero opino que este debate todavía está poco avanzado. Obviamente es un asunto
fundamental junto a otros problemas sociales muy numerosos: el de volver a un
sistema de pensiones por repartición, acabar con la privatización del agua
aboliendo el código del agua de Pinochet, el cuestionamiento del código del
trabajo heredado de la dictadura, etc.
En la
historia chilena este debate se llevó a cabo particularmente durante el mandato
de Allende, ya que este tuvo la voluntad por parte de la Unidad Popular de
crear grandes medios independientes, por ejemplo Clarín, Las
últimas noticias o medios directamente vinculados a las organizaciones
políticas de izquierda. Pero fue una historia caótica y no triunfó realmente en
sus formas y sus modalidades, ya que la izquierda no supo o no pudo transformar
el sector de los medios y sobre todo romper la hegemonía de los medios
conservadores. Clarín, bajo la conducción de Víctor Pey, se convirtió en
un periódico de envergadura nacional, «firmemente al lado del pueblo» como
anunciaba el subtítulo, muy próximo al «allendismo». Por este hecho fue
expropiado por la dictadura, durante más de 49 años Pey (fallecido en 2018)
luchó para «recuperar» el periódico, para que le reconocieran el perjuicio
sufrido y para relanzarlo. Tras una historia político-jurídica con múltiples
giros fue desestimado en 2008. En la actualidad Clarín solo existe en versión web
bajo la conducción de Paul Walder.
Finalmente
pienso que es imprescindible resaltar la gran riqueza de los medios
alternativos actuales, muy numerosos en internet aunque todavía minoritarios,
con un esfuerzo para difundir otros temas de reflexión distintos a los de los
«grandes» medios. Periódicos citados, como El
Desconcierto o El Mostrador (16),
mantienen por su parte un periodismo de investigación independiente y
demuestran que subsisten posibles espacios para informar y construir medios
económicamente viables, un poco como lo hacen Mediapart o Le Monde diplomatique en
Francia. Si este asunto de la democratización mediática todavía es embrionario,
mientras el proyecto constituyente está en ciernes –incluso aunque de momento
se haya pospuesto por la pandemia- dicho asunto deberá estar en el centro de la
reflexión colectiva para pensar otro Chile posneoliberal y democrático.
Notas:
1/ Agradecemos también su relectura y sus aportaciones a Antoine
Fauré, politólogo y profesor-investigador de la Universidad de Santiago
de Chile (USACH).
2/ Los Magnates de la Prensa: Concentración de los medios de Comunicación en Chile, Santiago, Debate, 2009.
5/ Se puede ver al respecto el documental de Ignacio Agüero «El diario de Agustín», 2008, Chile (80 min.).
6/ Mass Media, idéologies et mouvement révolutionnaire (Chili 1970-1973), Paris, Anthropos, 1974.
7/ Correalizado con Valérie Payoux y Jacqueline Meppiel, 1976, 138 minutos.
8/ Se habla de transición «pactada» para designar el pacto forjado
entre las élites económicas, militares y políticas sobre el cual está
basada la «salida negociada» de la dictadura que llevó especialmente al
mantenimiento de Pinochet como jefe de las fuerzas armadas hasta 1998 y a
múltiples herencias autoritarias en la «democracia» como la
Constitución, el modelo económico, el código del trabajo, los fondos de
pensiones, etc. Véase al respecto de F. Gaudichaud, A. Faure, MC Godoy, F
Miranda y R. Jara, Chili actuel. Gouverner et résister dans une société néolibérale, Paris, L’Harmattan, 2016.
9/ Todos sus archivos están disponibles online.
10/ La «Primera línea» es el nombre que se da a la cabecera de las
manifestaciones, la cual protege físicamente al resto de los
manifestantes de los ataques de los Carabineros, la policía chilena.
11/ Discurso de Oriana Zorrilla, presidenta del Consejo Regional
Metropolitano del Colegio de Periodistas, en el reconocimiento del «Día
de la Prensa» el 13 de febrero de 2020.
12/ Véase el artículo de Claudia Lagos Lira y Antoine Faure, «Periodismo precarizado: ¿puede/quiere la prensa proteger a los ciudadanos?», CIPER, 2019.
13/ Véase el artículo «El nuevo rol de los matinales tras el estallido social y cómo ha influido en la imagen de políticos», BioBio, 9 de diciembre de 2019.
14/ A este respecto véase la entrevista «Observemos Chile para entender en qué clase de mundo quieren que vivamos», El Salto, 31 de marzo de 2020.
15/ Véanse al respecto los artículos «Démocratisation des médias audiovisuels en Argentine», 28 de octubre de 2009 y «Argentine: une loi exemplaire sur l’audiovisuel», 19 de noviembre de 2013.
16/ Como ejemplo del trabajo de este medio, y en particular de
crítica del tratamiento mediático dominante de las movilizaciones
sociales, véase el artículo de Felipe Saleh «El día en que el público se aburrió de la tele: la criticada cobertura de los canales abiertos al estallido social en Chile», 23 de octubre de 2019.
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