En
tiempo de crisis se necesitan autoridades e instituciones dialogantes,
que prioricen el bien común y los intereses de toda la sociedad, no
solamente de los sectores tradicionalmente dominantes. En Guatemala, el
presidente Giammattei se comporta con formas intolerantes y se muestra
poco receptivo a opiniones y demandas diversas: excluyente y proclive a
seguir la línea definida por las grandes cámaras empresariales.
El presidente define medidas trascendentales con criterios caprichosos y arbitrarios (si se portan bien,
afirmó, vamos a relajar algunas medidas) a la vez que economicistas y
gananciales: las medidas que estudia relajar tienen que ver con la
reapertura de grandes superficies comerciales y actividades económicas
lucrativas, pero no esenciales para la salud, los derechos y la vida de
la población.
Giammattei argumenta sin datos ni
coherencia, con improvisación y contradicciones: como cuando dice, en un
mismo “párrafo” (es un decir, porque el presidente habla más que
escribe), que vienen las semanas más duras de progresión del coronavirus, al mismo tiempo que sugiere la reapertura de la economía (léase grandes empresas).
En
recurrentes intervenciones Giammattei evidencia clasismo (protestó
porque las personas -que necesitan salir a la calle para sobrevivir- se "apeñuscan").
También exhibe su aversión a la crítica al atacar cualquier opinión
contraria (por ejemplo, en los insultos a un activo diputado opositor,
al que llamó "esperpento").
La política de
comunicación del gobierno centraliza información y oculta datos
esenciales (situación de municipios, dónde se realizan pruebas, cuál es
la capacidad real del sistema de salud para atender la emergencia) a la
población en general e incluso a autoridades locales, lo que impide
conocer el avance de la pandemia y desarrollar respuestas sociales,
consensuadas entre todos los actores.
Todas y todos somos acarreadas
La
tapa al pomo de la intolerancia excluyente la pone Giammattei cuando
descalifica a miles de personas que empiezan a salir a los caminos con
banderas blancas porque no tienen trabajo y/o no pueden pagar el
alquiler de su cuarto o la factura del teléfono, el agua y la luz. Acarreados,
les dijo, es decir manipulados o movidos por intereses ajenos y
espurios, cuando usted presidente debería saber que tienen limitaciones
para su sustento, o que -por ejemplo- si trabajan en mercados no ganan
suficiente porque usted ordenó cerrar esos mercados al medio día, al
tiempo que ampliaba actividades de gasolineras y supermercados
transnacionales hasta las cinco de la tarde.
Giammattei
parece no informarse adecuadamente. No me consta, pero no descarto que
-al igual que el presidente Trump- tenga una sola fuente de
datos-opiniones y que esta sea las noticias que el mismo sugiere y
después publica el canal de Gobierno.
Sin embargo, estoy
seguro de que en círculos cercanos o con acceso al presidente hay
personas con mayor capacidad de análisis que se dan cuenta de que
aquellas y aquellos a quienes Giammattei llama acarreados son población
con necesidad extrema e indignada por el doble rasero de las políticas
sociales: todo para las empresas, nada para las demandas ciudadanas y de
la población empobrecida. Entre ellos (revisen fotografías,
notas y declaraciones que circulan abiertamente en redes sociales) hay
votantes de Giammattei y del partido oficial; algunos participaron en la
campaña electoral del gobierno actual y de la Municipalidad,
movilizando gente y votos.
Coronavirus: nuevos tiempos o se acabó el tiempo
El
12 de marzo, un día antes de que se registrara oficialmente el primer
caso de COVID, Guatemala era una bomba de tiempo: pobreza extrema,
desnutrición crónica, falta de agua, estados de excepción,
militarización, corrupción, dictadura (concentración de poder) en
proceso. Hoy, los males se agudizan. Las disonancias políticas (la
distancia entre las necesidades y las políticas públicas) se
incrementan. La corrupción y el latrocinio se mantienen. Las leyes con
dedicatoria, a favor de unos pocos, continúan formando parte de la
agenda estratégica del Congreso y del Ejecutivo. Buena parte de las
disposiciones presupuestarias adoptadas desde el inicio de la pandemia
en Guatemala tienen que ver con el pago de compromisos de campaña y
otros asumidos el 14 de enero para formalizar el nuevo pacto
Giammattei-diputados.
La pandemia avanza aceleradamente
con impactos sociales y de salud (a pesar del discurso oficial de que
vamos bien y todo está bajo control) en un país agotado: socialmente
debilitado, tras años de gobiernos corruptos y depredadores;
institucionalmente yermo, porque el Estado carece de gestiones
orientadas racionalmente al bien común.
Afortunadamente,
la cohesión social y comunitaria (todavía desigual e insuficiente ante
la magnitud de los retos) funciona como primer nivel de protección (ver
artículo Juntas saldremos adelante).
Las
banderas blancas son una respuesta social, desarticulada en términos de
proyectos y sujetos emancipadores tradicionales, con rasgos de
desesperación que no la invalidan sino la legitiman, imprevisible pero
real. Alerta en la bomba de relojería que es Guatemala, a rebufo del
escenario sin tregua que impone la expansión de la enfermedad. Última
llamada en el país y el Estado que agotó todos los tiempos.https://www.alainet.org/es/articulo/206305
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