México y EE. UU. mantienen una
estrecha y tormentosa relación. Mientras México tiene comprometido más
del 80% de su economía con EE. UU., el país del Norte obtiene grandes
ventajas de ese intercambio a través del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN), ahora Tratado entre México, Estados Unidos y
Canadá (T-MEC) o USMCA. Además de los conflictos históricos, en los
últimos años se han producido desencuentros entre las distintas
administraciones mexicanas y estadounidenses por puntos clave de la
agenda bilateral. El principal tema de disputa es el migratorio. La
diferencia de criterios no ha sido obstáculo, sin embargo, para que
ambos países colaboren estrechamente en ciertos ámbitos. México es el
país con el que EE. UU. tiene un mayor número de acuerdos económicos y
de seguridad. El resultado es una dependencia asimétrica de México hacia
EE. UU. que se profundizó durante las administraciones de Felipe
Calderón y Enrique Peña Nieto.
La asunción de Andrés Manuel López
Obrador (AMLO) como presidente de México abre un horizonte nuevo en las
relaciones bilaterales, deterioradas con la llegada de Donald Trump a la
Presidencia de EE. UU., quien colocó en el centro de su campaña
electoral la ampliación del muro en la frontera con México, y la
deportación de mexicanos indocumentados. Esto llevó a tensar las
relaciones al punto que Peña Nieto no visitó a Trump en EE. UU. ni lo
recibió en México, algo inaudito en las relaciones bilaterales.[1]
AMLO envió una carta pública al
presidente Trump diez días después de ganar las elecciones, expresando
su voluntad de cooperación en varias áreas clave: comercio, migración,
desarrollo y seguridad.[2]
Desde los círculos de poder estadounidense se recibió tanto con
expectativa como con preocupación, siendo AMLO un presidente que, desde
sus primeras semanas, está demostrando voluntad política para gobernar
de manera distinta a sus predecesores.[3]
Desde julio de 2018, el responsable de las relaciones diplomáticas con México es John S. Creamer,[4] pues la exembajadora Roberta Jacobson renunció en mayo de 2017 por diferencias con el Gobierno de Trump.[5] Con la Presidencia de AMLO, Martha Bárcena será la embajadora de México en EE. UU.[6]
En sus manos estarán varios temas clave en la relación bilateral y que
inclinarán la balanza hacia el entendimiento o la confrontación:
Migración
Como se ha mencionado, éste ha sido
tradicionalmente uno de los temas más conflictivos de la agenda
bilateral. Hay casi 12 millones de mexicanos registrados viviendo en el
exterior, el 97,21% de los cuales reside en EE. UU.[7]
A ellos hay que sumar los estadounidenses de origen mexicano y a los
mexicanos que trabajan en EE. UU. sin papeles, que en 2016 se calculaban
en 5.4 millones.[8] Tomando como referencia esos migrantes registrados, se calcula que un 25% de los inmigrantes en EE. UU. son mexicanos.[9] Estas cifras explican la importancia del tema para ambos países.
Además, México es lugar de paso obligado
por el que miles de centroamericanos cruzan para llegar a EE. UU. Un
trayecto que se convierte en una pesadilla para la mayoría de ellos,
pues desde la implementación de la Iniciativa Mérida y la creación de la
Frontera del siglo XXI, aumentaron las detenciones de migrantes
centroamericanos,[10]
al punto que hoy México deporta más centroamericanos que EE. UU. Las
últimas caravanas de migrantes centroamericanos, a su paso por México,
han visibilizado la ausencia de políticas sociales y económicas en
Honduras, El Salvador y Guatemala que ofrezcan a sus ciudadanos
condiciones de vida digna.[11]
El Estado mexicano, por su parte, se vio rebasado mostrando la falta de
políticas de protección a migrantes. A la presencia de mafias
burocráticas se suma la existencia de grupos del narcotráfico que han
entrado al negocio del tráfico de personas, modificando las rutas de
migración, secuestrando, explotando, violando, asesinando o
desapareciendo a migrantes. Ante este panorama, la propuesta del
Gobierno de Trump ha sido la ampliación del muro fronterizo –decisión
que carece de apoyo en el Congreso-, la separación de familias y la
implementación de centros de detención de migrantes. La propuesta de
AMLO es, en cambio, un Plan de Desarrollo que involucre a los países
centroamericanos, un enfoque que busca atajar las causas de la
migración, ofreciendo incluso oportunidades laborales a los
centroamericanos en México.
Energía
Ligado a la firma del nuevo tratado de
libre comercio, se añadió el capítulo energético en el USMCA. Este es
uno de los temas más complicados actualmente para las relaciones
bilaterales y que más inquietud despierta en los análisis del establishment
estadounidense. La declaración del Gobierno de AMLO de respetar la
reforma energética “calmó” a las principales empresas petroleras
extranjeras en el país, así como al Gobierno estadounidense, que tiene
intereses históricos en el sector. Un punto de encuentro entre ambos
países es el objetivo de aumentar la producción de hidrocarburos en
México, aspecto en el cual EE. UU. ha insistido desde hace, por lo
menos, una década.[12]
Sin embargo, puede haber tensiones en
torno a las siguientes cuestiones: la creación de tres nuevas refinerías
y la reactivación de las ya existentes. En los últimos dos sexenios, el
incremento de la gasolina obedece a intereses empresariales y los
precios se fijan con los del mercado internacional. En el último informe
que entregó el Congressional Research Service sobre México, se
cuestiona la pertinencia del nuevo director de PEMEX y se apunta a que
deberá ponerse atención a las decisiones de la paraestatal, pero también
hacer lobby para influir en decisiones que afecten la
seguridad energética de EE. UU. Esta decisión de enfocarse en la
producción propia (recordemos que México, a pesar de exportar petróleo a
EE. UU., no producía la suficiente gasolina y la compraba al país
vecino) y de atajar a las mafias existentes en el sector de los
hidrocarburos, que operaban robando gasolina de ductos y revendiéndola a
gasolineras, práctica conocida como “huachicoleo”,[13] tiene por objetivo recuperar la soberanía energética perdida por los gobiernos anteriores.
Algunos think tanks del establishment
estadounidense ven como principales problemas en esta área (i) la falta
de independencia de los órganos reguladores, como la Comisión Nacional
de Hidrocarburos, (ii) la presencia de funcionarios en desacuerdo con la
reforma energética en los principales puestos, como PEMEX, CFE o la
Secretaría de Energía, y (iii) las decisiones en torno a PEMEX y la
reactivación de la empresa. Las principales calificadoras y expertos en
energía apuntan que probablemente PEMEX no cuente con los recursos
necesarios y la reactivación sea vía deuda, que ya es bastante abultada.[14]
En el último informe realizado por el Wilson Center sobre un balance de
la reforma energética de 2013 a 2018, se desliza la incertidumbre que
causa el nuevo Gobierno de AMLO respecto a la política energética.[15]
Pero lo que genera mayor suspicacia en EE. UU es que el nuevo Gobierno
mexicano ha llegado con la intención de poner límites a una política
entreguista de los recursos nacionales que tenía en PEMEX su caso más
emblemático.
USMCA (acuerdo comercial)
Todavía está pendiente la ratificación
del nuevo acuerdo en los respectivos congresos de los tres Estados
miembro. El principal escenario es la ratificación del nuevo acuerdo por
el Senado mexicano, con el costo político que eso implica para MORENA
al interior del país. Pero al exterior deja al nuevo Gobierno como
“pragmático”, obteniendo más aprobación del sector financiero
internacional y nacional, parte del cual expresa su preocupación por un
posible cambio de rumbo de la política mexicana en este tema.[16] Con un Congreso estadounidense dividido, estará por verse si el USMCA se modifica por la nueva correlación de fuerzas.
Seguridad y Narcotráfico
El Plan para la Pacificación del país
que ha lanzado el Gobierno de AMLO ha recibido críticas provenientes de
sectores de izquierda y de organizaciones defensoras de derechos
humanos. Pero la seguridad es el principal problema en la relación
México-EE. UU. De las evaluaciones que EE. UU. hace de la seguridad
pública en México depende la aprobación de presupuesto para la lucha
contra el narcotráfico, para la Iniciativa Mérida o para otros programas
de “fortalecimiento de la democracia”. Si bien Trump y AMLO han
expresado continuar la cooperación en este rubro, el Gobierno mexicano
busca nuevas vías para atajar este problema basándose en tres ejes: (i)
un plan de desarrollo nacional que combine políticas públicas de salud y
legalización de la marihuana, (ii) políticas de crecimiento económico a
mediano plazo, y (iii) un Plan de Desarrollo e Infraestructura con
Centroamérica. Este último aspecto coincide con los planes generales de
EE. UU. Sin embargo, la principal diferencia radica en que el nuevo
Gobierno propuso la desmilitarización de las políticas de seguridad y
control migratorio, optando por un plan combinado de desarrollo endógeno
y la creación de infraestructura en la región centroamericana. El
desafío ahora es que los países del Triángulo Norte de Centroamérica
busquen articular con el proyecto mexicano en sus respectivas naciones.
Relación triangular con América Latina y el Caribe
La reciente negativa de México a
suscribir la declaración en contra del Gobierno de Venezuela en la
última reunión del Grupo de Lima muestra que el Gobierno de AMLO está
dispuesto a efectuar cambios en la política exterior llevada a cabo por
sus antecesores. El retomar una política exterior apegada a los
principios establecidos en la Constitución mexicana, defensora de la
soberanía, la autodeterminación de los pueblos y la no injerencia,
supone un choque con los intereses estadounidenses en la región. Cómo
resolverá México esta situación, está por verse. En décadas anteriores
los gobiernos del PRI pudieron conciliar la autodenominada “política
exterior del nacionalismo revolucionario”, de principios, que tenía
posturas rupturistas y de vanguardia en sus relaciones diplomáticas, con
una colaboración estrecha con EE. UU. En este momento, las miradas y
las esperanzas de buena parte de la izquierda latinoamericano-caribeña
están puestas en el Gobierno de México y en los pasos que pueda ir dando
en la esfera internacional.
Reflexiones finales
La relación México-EE. UU. hasta ahora
es cordial y de diálogo, sin embargo, algunos análisis ya auguran un
estallido futuro entre las dos administraciones.[17]
Ambos presidentes se caracterizan por tener un carácter fuerte y
determinado, en el caso de Trump con posicionamientos públicos
vehementes y provocadores. No obstante, los dos están constreñidos por
las posibilidades estructurales de la correlación de fuerzas al interior
de sus países. En este sentido, pareciera que AMLO tendría un panorama
más favorable para obtener respaldo legislativo a sus iniciativas, al
disponer su partido de mayoría en el Congreso y en el Senado. El
Gobierno de Trump, en cambio, es altamente cuestionado a nivel interno y
por la comunidad internacional, incluso está al borde del impeachment.
Su Gabinete se caracteriza por la inestabilidad, con un cambio
constante de altos funcionarios que declaran sus diferencias con el
presidente, y la animadversión de gran parte del deep state.
Estas debilidades por la parte estadounidense pueden convertirse en una
oportunidad para que el Gobierno de México tome conciencia de que puede
negociar desde una posición más soberana que mitigue, en la medida de lo
que permitan las posibilidades reales, la relación asimétrica entre
ambos países.
[1] https://www.nytimes.com/es/2018/12/01/jorge-castaneda-amlo/
[2] https://lopezobrador.org.mx/wp-content/uploads/2018/07/Traduccio%CC%81n-de-cortesi%CC%81a.pdf
[3] https://www.celag.org/primeros-pasos-amlo-economia-mexicana/
[4] https://mx.usembassy.gov/es/our-relationship-es/dcm-es/
[5] https://www.nytimes.com/es/2018/10/22/roberta-jacobson-trump-diplomacia/
No hay comentarios:
Publicar un comentario