CTXT
Marine Le Pen y Donald Trump. LUIS GRAÑENA
Entre
las muchas coincidencias que pueden encontrarse en el discurso
electoral de Trump y Le Pen se encuentra el rechazo, al menos en el
plano formal, de los Tratados de Libre Comercio de nueva generación y en
concreto del TTIP y del CETA. Revestidos de una retórica calificada de
“proteccionismo”, primero Trump en su campaña y ahora Le Pen han hecho
suyo un discurso antitratados que ni parece que vaya a materializarse ni
aporta ninguna alternativa en beneficio de las mayorías sociales.
Desde
luego, es innegable que la llegada de la Administración Trump ha
marcado un punto de inflexión en las relaciones comerciales entre la UE y
Estados Unidos. Partiendo de esta afirmación, el interés radica en
elucidar si la política comercial de Estados Unidos está dando un giro
real o si la tan publicitada ruptura con el modelo anterior es un
elemento más del discurso electoral/populista sin que exista un cambio
real de modelo. El abandono del proceso de ratificación del Tratado
Transpacífico, la paralización de las negociaciones del TTIP, la
voluntad de renegociar el NAFTA han sido claros golpes de efecto
destinados a mostrar un cambio de ruta del que aún no sabemos cuál es su
alcance ni naturaleza exacta.
Lo cierto y verdad es que la
contraposición entre “proteccionismo” y “globalización”, que tanto y tan
bien explota la extrema derecha a ambos lados del Atlántico, no es una
traslación automática de la lucha entre soberanía o democracia frente a
neoliberalismo o libre mercado sin frenos. Aunque sea ese el relato del
que Trump o Le Pen intentan aprovecharse, la dicotomía en el fondo es
falsa, puesto que en ella subyace una similar estrategia de acumulación
por desposesión, que se da tanto en el interior de los países que
gobiernan o pretenden gobernar como en sus relaciones con el resto de
regiones y Estados de la periferia.
La lectura del documento sobre
la estrategia comercial de Trump, que se ha filtrado el pasado mes de
marzo, nos da buena cuenta de ello. En el mismo se afirma que la nueva
política significa un cambio “real” respecto de la sostenida por la
Administración anterior (lo que en teoría “venden”), aunque un análisis
pormenorizado de las propuestas revela el sostenimiento de una línea que
nunca se ha perdido: América para los americanos, sí, pero
fundamentalmente para algunos y contra la mayoría.
Según el
documento, el objetivo actual de la política comercial de Estados Unidos
es la expansión del comercio de manera que éste sea más libre y más
abierto para los estadounidenses. Todas las acciones comerciales,
continúa el texto, tendrán como objetivo el crecimiento económico y la
promoción del empleo en los Estados Unidos y la protección de las empresas, trabajadores, sectores y mercancías de los
Estados Unidos frente a los del resto de países. En este sentido, se
van a primar los acuerdos bilaterales frente a los regionales y se resistirá frente a los intentos de la OMC de debilitar la
postura de Estados Unidos en los diversos tratados multilaterales. En
realidad, nada nuevo bajo el sol ni diferente a lo que la gran potencia
ha venido realizando en las últimas décadas.
En concreto, Trump se fija los siguientes objetivos: defender y expandir agresivamente la soberanía de Estados Unidos en materia comercial; responder agresivamente
a las distorsiones a la libre competencia, incluso si son toleradas por
la OMC; sortear las normas de la OMC e impulsar tratados bilaterales
que mejorenla apertura de las fronteras de otros países respecto
de los productos y servicios estadounidenses; expandir el comercio a
nuevos mercados clave y renegociar tratados ya en vigor, en concreto el
NAFTA. Es decir, nada que no estuviera, al menos señalado, en la agenda
anterior (Obama y Clinton ya apostaron por renegociar el NAFTA), nada
que implique un cambio radical (en lugar del TPP se van a negociar
tratados bilaterales con cada uno de los países implicados) y nada que
no estuviera presente en la negociación del TTIP.
Como se
recordará, el 17 de julio de 2013 el Consejo de la Unión Europea aprobó
las Directrices de negociación relativas a la Asociación Transatlántica
sobre Comercio e Inversión, entre la Unión Europea y los Estados Unidos
de América, más conocido como TTIP. Este documento, que no se
desclasificó hasta el 9 de octubre de 2014, contiene los objetivos y
contenidos fundamentales del acuerdo, estableciendo como finalidad
primordial el aumento del comercio y la inversión entre la UE y los
Estados Unidos. Para ello, el documento enmarca los contenidos del
Tratado en tres grandes pilares: el acceso al mercado, las cuestiones
reglamentarias y barreras no arancelarias (cooperación reguladora) y la
producción de normas comunes de obligado cumplimiento, incluyendo un
mecanismo de solución de controversias inversor-Estado (ISDS). Este
amplio contenido ha justificado que el TTIP, al igual que el CETA, sea
bautizado como un “Tratado de Nueva Generación”, ya que su objetivo
principal no es el de eliminar aranceles, sino el de servir de marco
jurídico para que el capital transnacional proteja sus intereses frente a
la discrecionalidad, soberana, de los Estados. Y aunque tras el cambio
en la Administración estadounidense las negociaciones se han paralizado,
no se han dado por concluidas; al contrario, parece que ambas potencias
están apostando por retomarlas.
Sin duda, una nueva apertura de
las mismas vendrá marcada por una notable posición de fuerza de los
Estados Unidos que mantendrá las líneas rojas que ya estancaron las
negociaciones en el otoño pasado. Cuestiones como la apertura de los
mercados de la contratación pública con la derogación o modificación de
la Buy American Act o el reconocimiento de las Denominaciones de
Origen ya se plantearon como concesiones imposibles por parte de la
Administración Obama y en estos momentos se pergeñan como líneas
infranqueables, con más agresividad aún. Así las cosas, y con el as en
la manga que supondría dar prioridad a un tratado de nueva generación
con el Reino Unido antes de negociar con la UE, el Gobierno de Trump
puede coger el mando de las negociaciones con una Unión Europea a la que
la negociación de estos tratados está provocando fisuras cada vez más
amplias.
En esta coyuntura, el objetivo actual de la política
comercial de Estados Unidos es la expansión del comercio de manera que
éste sea más libre y más abierto para los estadounidenses. Sea como
fuere, la Administración Trump se encontrará delante con una UE aún más
desunida y débil, con las contradicciones inherentes a su propio proceso
de integración abiertas en canal. La primacía de lo económico y del
mercado en la configuración misma de la UE, sin la necesaria dimensión
social que los atenúe, unida a los últimos ataques neoliberales desde
sus instituciones a los derechos y al bienestar de las mayorías sociales
del continente, han suscitado un sentimiento de rechazo hacia el
proyecto que ha sido, por el momento, canalizado con mayor intensidad
por la derecha. La ausencia de mecanismos redistributivos a nivel
continental y la consagración jurídica, al mismo tiempo, de la
estabilidad presupuestaria como indiscutible camisa de fuerza para las
posibilidades de intervención económica de los Estados han provocado que
las libertades económicas fundamentales (de movimiento, de capitales,
de servicios y bienes…) hayan seguido operando sin diques que las
frenen, aumentando la desigualdad y la acumulación de la riqueza a
través, y por encima, de los países.
El descontento, por ende, se
hará aún mayor si no somos capaces de dar un giro rotundo a la
arquitectura misma de la Unión Europea, y la extrema derecha seguirá
creciendo si su relato, falso, sigue teniendo un asidero real en
Bruselas al que agarrarse. Ellos, Le Pen y Trump, se erigen en los
salvadores de la comunidad, de la Nación y de la seguridad, laboral y
social, frente a la globalización institucionalizada y al mundo de las
frías cifras del establishment de Washington o de las
instituciones de Bruselas. Pero ellos también, a la vez, no dejan de
defender en el fondo los mismos planteamientos que subyacen a las
consecuencias que critican y de las que se aprovechan en el descontento
generalizado. Trump seguirá con el libre comercio sin trabas, lo
potenciará incluso, y la acumulación de unos pocos y la desigualdad para
los muchos aumentará. Lo hará, eso sí, desde un vigorizado discurso
nacionalista y neoproteccionista, mientras sus millonarias cuentas no
pararán de crecer y sus empresas, cual metáfora de su misma ideología,
no cesarán de saltar de un país a otro protegidas por los tratados de
nueva generación auspiciados por EEUU.
Le Pen, de ganar, no
acabará con la base socioeconómica que alimenta la desigualdad, la
injusticia social y el descontento, como tampoco lo hará Macron, por
mucho que ahora ambos decidan que criticar el CETA está à la mode. El Brexit, por su parte, no supondrá un renovado impulso para la democracia en el Reino Unido, que, de la mano de May y los tories, ya
está comenzando a abrazar de nuevo la posibilidad de aumentar los
neoliberales lazos con Estados Unidos y de convertir Londres en un
paraíso para estos nuevos tratados que amparan, recordemos, la impunidad
total de un capital transnacional dueño y señor de los mecanismos
tradicionales de poder.
Frente a la atomización social, el
individualismo extremo, el empobrecimiento de amplias capas de la
población y el aumento de la desigualdad, el capitalismo neoliberal,
precisamente la causa de todos estos factores, parece haber encontrado
una vía de escape para seguir conservando la acumulación que alienta: el
nacionalismo de los falsos proteccionismos que en el fondo no solo no
cambian, sino que profundizan, la acumulación por desposesión que
estamos sufriendo. El TTIP que viene tendrá posiblemente otro nombre y
otras formas, pero detrás estarán los mismos intereses de siempre al
servicio de quienes, desde hace demasiado tiempo ya, vampirizan el
futuro de las generaciones presentes y venideras.
Adoración
Guamán. Profesora titular de Derecho del Trabajo en la Universitat de
València. Gabriel Moreno. Investigador en Derecho Constitucional en la
Universitat de València.
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