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lunes, 13 de marzo de 2017

Argentina: algo empieza a cambiar



Guillermo Almeyra
Los millonarios que dirigen los sindicatos como si fueran empresas y apoyan a todos los gobiernos llamaron el 7 de marzo a una marcha de protesta ante la política salvajemente antiobrera y antinacional del gobierno de Mauricio Macri, al que sostienen. Buscaban así descomprimir la tensión social y aprovechar la movilización para negociar con Macri su capacidad de contener y frenar la creciente rabia de los trabajadores.
A la marcha asistieron cientos de miles de personas –que, dicho sea de paso, los diarios de la derecha ignoraron–, que transformaron lo que para los dirigentes sindicales de la Confederación General del Trabajo (CGT) pretendía ser una prueba de fuerza y de autoridad en una enorme manifestación para exigir una huelga general nacional inmediata, repudiando de paso a los organizadores. Ante el avance de los obreros sobre la tribuna desde la cual hablaron los dirigentes sindicales, algunos de ellos debieron correr seis cuadras para escapar de la ira de las bases, tuvieron que esconderse en edificios vecinos o, atrapados en el palco, se agarraron a trompadas entre ellos mientras circulaban ofrecimientos de renuncias o recriminaciones mutuas.
Esto mientras el mismo día y a la misma hora declaraba ante los jueces –y sin hacer referencia a la marcha de la CGT– otra multimillonaria enriquecida en el poder y reducida al papel de líder del ala kirchnerista minoritaria de un peronismo cuyo centro y cuya derecha apoyan al gobierno de Macri.
Perón en los años 40 fue llevado al gobierno por un partido obrero ad hoc –el Partido Laborista dirigido por jefes sindicalistas– al que luego transformó en Partido Peronista y decapitó encarcelando incluso a sus dirigentes. Históricamente, dicho partido –hoy Justicialista– fue solamente un instrumento para gobernar y jamás, en ningún momento y menos aún durante la resistencia a las dictaduras, el canal que utilizaban los trabajadores peronistas para movilizarse o presionar.
Esa herramienta fueron los sindicatos y, cuando éstos eran ilegales durante las dictaduras, los comités de fábrica que los reconstruían los mantenían desde abajo. La lucha por los derechos ciudadanos y laborales estuvo así siempre íntimamente unida al combate por la democracia sindical.
Por tanto, y como resultado inmediato de la manifestación del 7/3 y del repudio a la impotencia y complicidad con Macri de la dirección de la CGT, es muy probable que se registren cambios importantes en la central obrera burocratizada, una toma de distancias de sindicatos menores, triunfos de oposiciones de izquierda en algunos de éstos. La dirección de la CGT ha debido ya fijar una fecha inmediata para una huelga general a la que se resiste con todas sus fuerzas.
En un año en que se deberá votar para renovar las cámaras y otros puestos estatales importantes, el gobierno necesita interlocutores válidos en las direcciones sindicales y teme como a la peste el surgimiento de direcciones sindicales combativas o, peor aún, anticapitalistas, que la ola de despidos y de cierres de empresas por su lado alienta poderosamente. Macri incluso preferiría un paro nacional que actuase como satisfacción a las bases para evitar que tanto los dirigentes sindicales como su gobierno sean desbordados por una larga serie de huelgas que transformarían el panorama sindical y podrían ayudar a construir la dirección política opositora que no existe.
El gobierno utiliza hoy el arma de sus jueces para mantener a Cristina Fernández de Kirchner y su familia de proceso judicial en proceso judicial manchada por la sospecha de corrupción y evita encarcelarla para no darle el prestigio de los mártires, como a Milagro Salas, y para poder negociar secretamente con ella y retardar la construcción de un núcleo duro en el peronismo (que hoy le apoya en el parlamento y en las provincias).
Si hubiese un desbordamiento sindical por la base, podría incluso reducir la presión judicial y mediática contra el kirchnerismo y buscar un apoyo mayor de la derecha peronista (que es mayoritaria en las cámaras), al menos hasta capear las elecciones.
Pero los obreros se han medido en la protesta del día 7 y han medido la debilidad extrema del gobierno macrista y de los burócratas sindicales al servicio de aquél, y redoblarán las huelgas y manifestaciones, atrayendo nuevamente sectores no peronistas de las clases medias urbanas, empujadas por la carestía y la crisis creciente.
Si Macri empuja a la construcción de un bloque social entre esos sectores medios oscilantes con los trabajadores y los desocupados, haría bien en preparar varios helicópteros. El peronismo histórico, tal como le pasó al partido radical y rigoyenista, podría entonces ser superado por la izquierda social hoy dispersa.
El gigantesco paro de mujeres del día siguiente, 8 de marzo, y las movilizaciones masivas de mujeres en Argentina confirmaron lo que decía Trotsky de que si quiere realmente luchar por un cambio social debes mirar al mundo con los ojos de las mujeres, las explotadas y oprimidas de los explotados y oprimidos. El 7, cientos de miles pidieron medidas de lucha contra un gobierno particularmente reaccionario, pero el 8, unidas, las mujeres fueron mucho más radicales, pues, mientras defendían su causa democrática, luchaban también contra la desigualdad y el patriarcalismo, o sea, contra los pilares del capitalismo, mientras millones de otras mujeres, en otros 50 países, combatían al unísono contra la más vieja de las opresiones. Hay que registrar esas fechas, porque algo empieza a cambiar a fondo y en serio sobre todo desde nuestro continente.

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