Rafael Landerreche
Mientras los observadores políticos manifiestan su desconcierto por los vaivenes y ambigüedades de Trump a la hora de nombrar a sus colaboradores y definir sus políticas, una cosa es prácticamente cierta: lo que sí llevará adelante el republicano será su política antimigratoria y racista. La razón es muy sencilla: no ganó por haber propuesto una nueva política económica alternativa (que no tiene), sino por su discurso antinmigrantes. Y en esto evidentemente los mexicanos llevamos la peor parte, aunque no somos los únicos. Para entender mejor esto y sus implicaciones, conviene echar una ojeada a los mecanismos de la victimización del otro, al sacrificio del chivo expiatorio, cuyos mecanismos fueron develados como nadie lo había hecho por el antropólogo René Girard, fallecido justo un año antes de la elección de Trump.
En esencia, el mecanismo del chivo expiatorio consiste en la transferencia de todo el mal –personal y/o social– a un objeto externo. Destruyendo el objeto externo, se destruye el mal, y la armonía y el orden sociales son restaurados en plenitud. Parece demasiado sencillo para ser problemático. El racionalismo más superficial, marcado por el simplismo positivista, se contentó con decir que eso era pensamiento mágico y que había sido superado por el avance de la ciencia. El genio de Girard consistió en mostrar que, mágico o no, el mecanismo funciona, que sigue funcionando aunque ya no con la misma eficacia en las sociedades modernas. Aquí tenemos en pleno siglo XXI a una parte considerable de la sociedad
más avanzadadel mundo creyendo firmemente que expulsando a los mexicanos se resolverán sus problemas económicos. La otra parte de la crítica de Girard al positivismo está preñada de lecciones prácticas para el momento actual: en la medida en que el fenómeno del chivo expiatorio ha sido superado, lo ha sido no por el avance de la ciencia, sino por el avance de algo virtualmente desconocido fuera del mundo judeocristiano: la conciencia de la inocencia y de los derechos de las víctimas.
El mecanismo del chivo expiatorio funciona canalizando todas las violencias sociales (inmanejables) a una sola violencia (supremamente manejable), restableciendo la concordia, la unanimidad y el bienestar social por la fuerza del mimetismo. Por medio de ese mimetismo el mecanismo sacrificial desata un poderoso proceso de eliminación de la disidencia y producción del consenso social, pues cualquiera que se atreva a ofrecer aunque sea la más mínima defensa de la víctima es inmediatamente identificado con la víctima y condenado a correr la misma suerte que ella. Hay que recordar a Bush declarando tras el ataque a las Torres Gemelas que quien no estuviera en favor de la lucha contra el terrorismo era un aliado del terrorismo, o aquí mismo en México, durante la guerra de Felipe Calderón contra la delincuencia organizada, cuando cualquiera que se atreviera a cuestionar moderadamente la guerra calderonista era estigmatizado como defensor de los delincuentes.
Dice Girard que, en su versión más
pura, el ritual del sacrificio expiatorio produce la unanimidad en la sociedad. Este punto es fundamental, porque unanimidad y eficacia son directamente proporcionales. En la medida en que no hay unanimidad, el mecanismo deja de ser eficaz. Esto no impide que se siga utilizando, pues mal que bien continúa produciendo sus efectos y las sociedades modernas han vivido en buena medida de obtener consensos relativos mediante la explotación de este mecanismo. Bush efectivamente experimentó un ascenso de popularidad después de declarar la guerra al terrorismo, y no faltan los paralelismos en el caso de Calderón. Sin embargo, una vez sometido a esta limitación, el recurso del chivo expiatorio está sujeto a la ley de los rendimientos decrecientes, y quienes manejan los hilos del control social se ven obligados a andar buscando cada vez nuevos chivos expiatorios, cuya utilidad será cada vez menor en eficacia y duración.
Ahí radica precisamente el aporte de Trump que le valió ganar las elecciones: no sólo en darse cuenta de que los viejos chivos expiatorios estaban demasiado desgastados, sino en saber ofrecer uno nuevo para satisfacer las exigencias del público; por algo es un magnate del show business. Sus adversarios medio se dieron cuenta de lo primero, pero fallaron en lo segundo: sin el filo del comunismo los rusos ya no asustan igual (por eso Trump se deslindó de los ataques contra Rusia). En cuanto al terrorismo, sigue asustando, pero había que darle una remozada. Lo que hizo Trump fue dar a las amenazas un tinte menos geopolítico y más doméstico. Al tema de la inseguridad ya sobrexplotado le añadió lo que los gestores del neoliberalismo no podían ver: el desempleo. Combinando los dos salió con su gran idea. ¿Qué mejor que un muro para dar seguridad a los de dentro y mantener fuera a los que se roban los empleos? ¡El show va a comenzar! Bienvenidos a la presentación de la nueva estrella (expiatoria): los mexicanos. Y a sus seguidores se les hace tarde para que empiece el sacrificio.
En medio de todas las ambigüedades e incertidumbres provocadas por la victoria de Trump, de dos cosas podemos estar bastante seguros:
1) Que va a intentar llevar a cabo sus políticas antinmigrantes, porque esa es la única propuesta concreta que tiene, y
2) Que no le va a funcionar; no sólo por la diversidad y la división de la sociedad de Estados Unidos, sino –y esto es lo más importante y esperanzador– porque la conciencia de los derechos de los migrantes está viva y actuando, desde el alcalde de Nueva York diciendo en su cara a Trump que su ciudad no va a apoyar sus políticas, hasta un sheriff de California visitando a los hijos de los migrantes para decirles que su oficina no colabora con la Migra, pasando por los miles de ciudadanos (ahora tendrían que ser cientos de miles) organizados para acoger y defender a los migrantes y, naturalmente, por los migrantes mismos, que tienen ante sí el enorme reto de dar un salto cualitativo en conciencia y organización políticas.
Es claro que los problemas de la migración masiva y del rechazo racista a la misma no son exclusivos de Estados Unidos; los mexicanos no podemos darnos el lujo de vernos sólo como víctimas, cuando aquí se atropella y hasta masacra a los indocumentados. A pesar de simplismos y exageraciones en la comparación, es verdad que mundialmente estamos bajo la amenaza de algo muy parecido al nazismo. Pero, a diferencia de lo que pasó hace poco más de medio siglo, ahora la forma de enfrentarlo no pasa por la confrontación militar y ni siquiera por los frentes antifascistas de antaño. La línea de resistencia se empieza a trazar en algo tan elemental como dar de beber al sediento y dar posada al forastero. Así de fácil. Tan sencillo y tan claro como el juicio final.
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