Esta fiebre de ti
Nacido
en el magín de Juan Manuel de la Caridad Arrondo y Suárez, el bolero
“Fiebre de ti” se hizo famoso a finales de los años cincuenta por gracia
de voces como la del “Bárbaro del ritmo” Benny Moré. De letra breve y
catártica, la pieza presenta una armonía tan liada como los tiempos que
cobijaron la vida de su autor y de quienes experimentaron la segunda
mitad del siglo xx en Cuba. “Este amor tan fatal que
atenaza mi mente, esta fiebre de ti, estas ansias vehementes…”, dicen
los versos revelando un comportamiento autodestructivo que, acaso
ociosamente, hoy podemos interpretar de manera diferente.
Digamos que Juan Arrondo fue uno de los impulsores de esa otra Revolución que acompañaba los movimientos
de Fidel Castro en la Sierra Leona. César Portillo de la Luz, Giraldo
Piloto y Luis Yánez, entre muchos músicos más, se unieron a Arrondo para
combatir al consorcio estadunidense Peer que controlaba los derechos de
autor de innumerables artistas cubanos. (Años después, el compositor
sería vicepresidente de la Vanguardia Autoral, con la que siguió
luchando por justicia económica para los creadores de la Isla.) Coautor
con Pío Leyva de “Los pescadores de Varadero”, Arrondo escribió temas
comprometidos que se vol-verían himnos transitorios. “Como lo soñó
Martí” y “Para Camilo Cienfuegos” son dos casos particulares que
transmitía la Radio Rebelde para debilitar las ideas de Fulgencio Batista entre los campesinos: “El nombre de Fidel para la historia y ver a Cuba como lo soñó Martí…”, proponía con aliento oceánico.
En apenas tres minutos, decíamos, la partitura de “Fiebre de ti” guarda una sofisticación acuñada en la transformación que por décadas tuvo la música cubana, hija de Europa, África, Estados Unidos, China y Latinoamérica. Su armadura propone la tonalidad de Mi Menor aunque de inmediato muestra una Séptima Mayor, terreno de la escala Menor Armónica. Llega entonces el Fa Sostenido Menor que supone un intercambio emparentado
con el paralelo Mi Mayor. Luego llueven disminuidos, novenas,
alteraciones variopintas y numerosos dominantes que, cabalgados por la
expresiva sección de metales (en la cálida grabación de Moré con su
Orquesta Gigante, poco antes de su muerte), convierten el día en noche y
la calma en tormento amoroso.
Interpretado así, este bolero-chá es muestra del profundo sincretismo cubano que procesa y juega con el danzón, el son, el montuno, el chachachá, la guajira, el mambo, la rumba, la guaracha y demás géneros y sub-géneros, todos signados con sutilezas rítmicas y armónicas. Hablando del ritmo, precisamente, podemos decir que las percusiones de “Fiebre de ti” se abstienen de
la síncopa aunque presentan numerosas variaciones. Apostando por
triadas invertidas y reminiscencias del chachachá, el bajo mantiene una
holgura sabrosa con transiciones de perfecta eficiencia. En muchos
niveles representa a la Cuba de esos años, lista para un cambio.
Y en eso llegó Fidel
Ahora bien, Juan Arrondo no fue el único en comprometerse con el movimiento armado de los barbudos.
Desde tierras estadunidenses sonaban las uñas en los tambores de Tata
Güines, el de las “manos de oro”, percusionista de época que cruzara el
mar siguiendo los pasos de Chano Pozo y Machito para vivir en Nueva York
y tocar con grandes como Frank Sinatra. Se dice que él aportó fondos
propios para ayudar al grupo de Fidel. Muerto en Cuba durante 2008, a
los setenta y siete años de edad, no sabremos si hoy, despidiendo a
Castro, Güines hubiera cantado aquel verso de: “Este calor de infierno
que me abrasa la frente perdonándote todo tu pasado y presente.” O si
más bien hubiera preferido el de: “No ir hacía ti sería dejar en el
camino de mi vida los restos de mi hombría.” Ambas citas, claro,
provienen de “Fiebre de ti”.
De los años revolucionarios, sin embargo y como bien supo Latinoamérica, el mayor cantautor se llamó Carlos Puebla. Heredero de trovadores como Rosendo Ruiz, Manuel Corona, Sindo Garay y Alberto Villalón, Puebla
fue contemporáneo de quienes nacieron con el siglo: Patricio Ballagas,
María Teresa Vera, Lorenzo Hierrezuelo y Compay Segundo. Voz del
movimiento para un continente que protestaba contra la influencia
extranjera a través de su folclor (Jara, Pugliese, Sosa, Quilapayún), a
Puebla no sólo le debemos la legendaria despedida al Che Guevara “Hasta siempre comandante”, sino otras como “Canto a Camilo” o “Y en eso llegó Fidel”, nítida fotografía que urgía transformar a Cuba para que dejara de ser un garito en manos de “forajidos bandoleros”, explotadores de un pueblo y de un estereotipo musical hollywoodense: “Aquí pensaban seguir ganando el ciento por ciento con casas de apartamentos y echar al pueblo a sufrir, y seguir de modo cruel contra el pueblo conspirando, para seguirlo explotando... y en eso llegó Fidel”, dice su letra en plan de juglaría.
A
tal contexto hay que sumar la alianza de Cuba con la Unión Soviética
durante la Guerra fría. Con ella, la manera como se aprendían las bellas
artes también se vio modificada. Literatura, danza, teatro, cine y
música vieron el arribo de maestros e influencias que dejaron huella en la técnica y función social de su existir. Para algunos
significó un avance que dignificaba el futuro, para otros una
restricción con respecto a la posibilidad de elegir caminos creativos
con libertad (en los años ochenta se haría obligatorio el aprendizaje
del idioma ruso en las escuelas). Así, no cualquiera podía tomar la ruta
del arte. Tal como sucedía con fábricas y laboratorios, antes de ser
aceptados, los aspirantes a tomar un instrumento musical debían cumplir
con características y aptitudes señaladas por el sistema. Difundidas en
revistas como Sputnik, Misha o Novedades de Moscú,
las tradiciones clásicas del bloque soviético nutrieron a las populares
de Cuba inoculando principios escolásticos. De allí la fundación de la
Escuela de Circo de Cuba, por ejemplo.
Claro que desde antes ya había en la Isla un desarrollo culto importante, como bien investigó Alejo Carpentier para su volumen de 1946 La música en Cuba. Gonzalo Roig, Ernesto Lecuona, Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla, así como los miembros del Grupo
de Renovación Musical liderado por José Ardévol, fueron autores bien
asimilados por la estructura castrista. Otros notables, posteriores, son
Leo Brower y Alfredo Diez Nieto –quienes han trabajado prolíficamente
dentro y fuera de Cuba–, así como numerosos opositores al gobierno que
se hicieron de renombre desde Miami: Raúl Murciano, Julio Roloff,
Armando Tranquilino y Viviana Ruíz. A estos últimos se sumaron hordas de
músicos que entre los años setenta y noventa escaparon contrariados por
el estatismo del régimen y la imposibilidad de manejar su obra con
autonomía tras el surgimiento de la egrem (Empresa de
Grabaciones y Ediciones Musicales) en los procesos de nacionalización,
así como por el cierre y clausura de locales y sitios para trabajar.
Intérpretes de música folclórica, popular y de jazz como Celia Cruz, Tito Puente, Arturo Sandoval,
Bebo Valdés, Patato, Cachao y Paquito D’Rivera se afincaron en otras
latitudes convirtiéndose en héroes o traidores dependiendo de la
ideología (varios quedaron fuera de los libros de historia oficiales).
El cariño que te tengo
Cierto
es que, con el paso de los años, el gobierno revolucionario obligó a un
ostracismo sonoro que separó a los visitantes de Cuba de su cancionero
cotidiano. Algunos conjuntos giraron como podían con permisos y
vigilancia especiales, las grandes orquestas sufrieron la falta de
trabajo, los cantautores fueron la voz de campesinos y oprimidos ante el
oído internacional, mas se aletargaron localmente. Así, supeditados a
lo que sonaba en ambientes controlados –con el aislamiento del embargo
económico impuesto por Estados Unidos más el proteccionismo local–, los
viajeros que llegaron en los ochenta y noventa vieron disminuido un
intercambio que en la primera mitad del siglo xx dio frutos artísticos
trascendentales.
Representado por nombres
afines al gobierno, el repertorio cubano que conoció el mundo –sobre
todo en el llamado Período Especial, ulterior a la caída de la Unión
Soviética– nacía en bandas impulsadas por géneros bailables (Los Van
Van, ng La Banda, Charanga Habanera); o en fenómenos
irrefrenables como el Buena Vista Social Club, el Afro Cuban All Stars y
sus muchos derivados. La gran mayoría de ellos, hay que decirlo, de
grandísima calidad.
Caso aparte es el de grupos
como Síntesis, banda extraordinaria de Yoruba que se mantuvo a medio
camino entre el rock, lo afro, el progresivo y la música vocal y que
este año cumple cuatro décadas sobre los escenarios. En ella escuchamos
un interés por la investigación etnomusical (gran aporte de Cuba al
mundo), así como por la atemporalidad artística, normalmente
vilipendiada en tiempos de crisis. [Otros investigadores que vale la
pena visitar para internarse en el laberinto de la música cubana son,
además de Carpentier: Fernando Ortíz, Argeliers León y su mujer María
Teresa Linares.]
Reflejo de ello fue que, poco a poco e inevitablemente, las poesías del filin
y la trova, relevantes en la estética y expresión prerrevolucionarias,
fueron mermando. Se privilegió el entretenimiento hacia el exterior bajo
la etiqueta de Música del Mundo, así como la estampa turística hacia el
interior de hoteles y clubes exclusivos vedados para sus propios
ciudadanos. Nombres como los de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Amaury
Pérez, nacidos en los años cuarenta y cincuenta, continuadores del
espíritu de Carlos Puebla a través de la Nueva Trova, siguieron
representando la voz de una generación que pujaba por cambios en el
continente, pero se fueron dislocando melancólicamente, ilustrando una
época encapsulada.
Autores venidos al mundo en los
años sesenta (Frank Delgado, Carlos Varela, Gerardo Alfonso y Santiago
Feliú), identificados como la Novísima Trova, cambiaron este discurso
llevándolo hacia la crónica, causando un impacto importante en países
como México, al que siguen viniendo. Asimismo, en los noventa comenzaron
a aparecer bandas de rock (Moneda Dura), electrónica y hip hop más
consolidadas, pues durante el primer lustro del castrismo se les
consideró propagadoras del “diversionismo ideológico”. Grupos como Los
Astros, Los Pacíficos y Los Zafiros (donde tocaba Manuel Galbán),
vivieron en carne propia aquel discurso de Fidel en las escalinatas de
la Universidad de La Habana por el aniversario del asalto al Palacio
Presidencial.
“Muchos de esos pepillos vagos,
hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado
estrechos. Algunos de ellos con una guitarrita en actitudes
‘elvispreslianas’, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer
ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows
feminoides por la libre […] Que no confundan la serenidad de la
Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la
Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas
degeneraciones.” [Fidel Castro, 13 de marzo de 1963. Tomado del
Departamento de Versiones Taquigráficas del Gobierno Revolucionario.]
Quién
imaginaría que en 2001 el propio Castro celebraría el natalicio de John
Lennon develando su estatua en un conocido parque de La Habana.
I can’t get no satisfaction
Sones,
changüís, montunos y rumbas provenientes de Santiago, Trinidad,
Guantánamo, Matanzas y otras ciudades de Cuba han mostrado a músicos y
conjuntos tradicionales de cariz más campesino y afro que también
contribuyeron a un repertorio aplaudido en el exterior con la llegada de
la Revolución. Los sellos discográficos más relevantes para este eco
han sido la propia egrem, World Circuit (Europa) y Pentagrama y Corason
en México. Dicho esto, La Habana fue y es el principal centro musical de
la Cuba post-revolucionaria, lugar que se reacomoda constantemente con
una comunicación global a cuentagotas y que hoy, tras la elección
presidencial en Estados Unidos y la muerte de Fidel Castro, ve nuevas
incertidumbres en el horizonte. Ello repercutirá en la música por venir.
Si
en los últimos años Cuba ha recibido a bandas y músicos de rock
anglosajones como los Rolling Stones, Audioslave, Sepultura y, antes
todavía, fue sede de festivales aislados como el Music Bridges (1999) o
el Havana Jam (1979), actualmente sigue observando los parámetros de un
Ministerio de Cultura alineado a la Revolución. Empero, hay que decirlo,
la institución parece dispuesta a una mayor apertura. Ejemplo de ello
son las visitas de Plácido Domingo y Aterciopelados, a quienes tocó el
fallecimiento de Castro estando en la Isla. Otra muestra es lo que
ocurre en la Fábrica de Arte de La Habana, donde están sucediendo
eventos culturales y pedagógicos variopintos con artistas nacionales y
extranjeros, algo que hace algunos años era impensable en esa hermosa
ciudad donde los jóvenes encienden celulares –aún sin señal– mientras
miran al mar desde el Malecón, entre reguetones y silencios.
Esta idea morbosa
El
uso de silencios para la entrada de frases instrumentales o anacrusas
vocales es otra de las más bellas características de “Fiebre de ti”,
bolero de Juan Arrondo que venimos manoseando y que hasta en sus
versiones más desnudas muestra sofisticación y elegancia. Ejemplo es el
abordaje a piano y voz de El Nene en la película Música cubana: los
hijos de Cuba, filmada por Wim Wenders como extensión de su mítico documental Buena Vista Social Club.
A propósito de cintas, hay otras que ayudan a comprender no sólo la
historia de la música en la Isla sino la vida de intérpretes que se
mantuvieron respaldando la Revolución.
Tal es el caso de Cuba feliz, una cinta filmada alrededor de el gallo Miguel del Morales, músico callejero de La Habana que emprende visitaciones tipo road movie; de Cuba: luchando por la vida (todo el mundo es música), con la participación de Elíades Ochoa y músicos de Santiago; o de Chico y Rita, cinta animada de Javier Mariscal y Fernando Trueba, cineasta español también responsable de Calle 54.
En todas ellas hay sonrisas, color y talento sonoroso, pero también la
sed de una estabilidad diferente a la que promueven las agencias de
viajes. En todas ellas hay gente que baila y canta sobre los asuntos más
diversos, exceptuando uno: la política.
Sea como sea, desde la llegada a América de la primera guitarra española y hasta el último grito de Mick Jagger en La Habana, pasando por la “manteca” de Dizzy
Gillespie y Chano Pozo, por la salsa neoyorquina, por la trova, la
música clásica, el son, el rock, el hip hop y la guaracha, Cuba se ha
mantenido cual caravasar en el desierto de agua, puerta incólume de un
continente que sigue soñando su felicidad y que aprende de su historia
–aun desde la crítica más enconada– por su “necedad de asumir al
enemigo” (Silvio Rodríguez). Algo que en tiempos de macroeconomía global
y capitalismo disfrazado se hace urgente.
Dicho
todo eso, ¿cómo termina “Fiebre de ti”? Con una frase sufriente que nos
mueve a dejarla fuera del tema amoroso: “Arráncame Dios mío esta idea
tan morbosa de desearla siempre sobre todas las cosas.” Forzando el
juego pensamos en las muchas mentes obtusas que, siempre tras la
avaricia y por sobre todas las cosas, nos gobiernan desatentos a nuestro
“cañón del futuro”. Para mantenerlos a raya sirve seguir escuchando lo
que tantos cantaron en Cuba, pensando en el otro •
Alonso Arreola
(México, 1974) es compositor, bajista, profesor y crítico musical. Fue
editor de la extinta revista Latin Pulse, dedicada a la música, y
escribe la columna Bemol sostenido en estas páginas. Música horizontal,
Música para ser niño y LabA son algunos de sus álbumes.
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