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domingo, 11 de diciembre de 2016

La música en Cuba: una revolución constante


semanal.jornada.com.mx

Por Alonso Arreola

Esta fiebre de ti
Nacido en el magín de Juan Manuel de la Caridad Arrondo y Suárez, el bolero “Fiebre de ti” se hizo famoso a finales de los años cincuenta por gracia de voces como la del “Bárbaro del ritmo” Benny Moré. De letra breve y catártica, la pieza presenta una armonía tan liada como los tiempos que cobijaron la vida de su autor y de quienes experimentaron la segunda mitad del siglo xx en Cuba. “Este amor tan fatal que atenaza mi mente, esta fiebre de ti, estas ansias vehementes…”, dicen los versos revelando un comportamiento autodestructivo que, acaso ociosamente, hoy podemos interpretar de manera diferente.
Digamos que Juan Arrondo fue uno de los impulsores de esa otra Revolución que acompañaba los movimientos de Fidel Castro en la Sierra Leona. César Portillo de la Luz, Giraldo Piloto y Luis Yánez, entre muchos músicos más, se unieron a Arrondo para combatir al consorcio estadunidense Peer que controlaba los derechos de autor de innumerables artistas cubanos. (Años después, el compositor sería vicepresidente de la Vanguardia Autoral, con la que siguió luchando por justicia económica para los creadores de la Isla.) Coautor con Pío Leyva de “Los pescadores de Varadero”, Arrondo escribió temas comprometidos que se vol-verían himnos transitorios. “Como lo soñó Martí” y “Para Camilo Cienfuegos” son dos casos particulares que transmitía la Radio Rebelde para debilitar las ideas de Fulgencio Batista entre los campesinos: “El nombre de Fidel para la historia y ver a Cuba como lo soñó Martí…”, proponía con aliento oceánico.
En apenas tres minutos, decíamos, la partitura de “Fiebre de ti” guarda una sofisticación acuñada en la transformación que por décadas tuvo la música cubana, hija de Europa, África, Estados Unidos, China y Latinoamérica. Su armadura propone la tonalidad de Mi Menor aunque de inmediato muestra una Séptima Mayor, terreno de la escala Menor Armónica. Llega entonces el Fa Sostenido Menor que supone un intercambio emparentado con el paralelo Mi Mayor. Luego llueven disminuidos, novenas, alteraciones variopintas y numerosos dominantes que, cabalgados por la expresiva sección de metales (en la cálida grabación de Moré con su Orquesta Gigante, poco antes de su muerte), convierten el día en noche y la calma en tormento amoroso.
Interpretado así, este bolero-chá es muestra del profundo sincretismo cubano que procesa y juega con el danzón, el son, el montuno, el chachachá, la guajira, el mambo, la rumba, la guaracha y demás géneros y sub-géneros, todos signados con sutilezas rítmicas y armónicas. Hablando del ritmo, precisamente, podemos decir que las percusiones de “Fiebre de ti” se abstienen de la síncopa aunque presentan numerosas variaciones. Apostando por triadas invertidas y reminiscencias del chachachá, el bajo mantiene una holgura sabrosa con transiciones de perfecta eficiencia. En muchos niveles representa a la Cuba de esos años, lista para un cambio.
Y en eso llegó Fidel
Ahora bien, Juan Arrondo no fue el único en comprometerse con el movimiento armado de los barbudos. Desde tierras estadunidenses sonaban las uñas en los tambores de Tata Güines, el de las “manos de oro”, percusionista de época que cruzara el mar siguiendo los pasos de Chano Pozo y Machito para vivir en Nueva York y tocar con grandes como Frank Sinatra. Se dice que él aportó fondos propios para ayudar al grupo de Fidel. Muerto en Cuba durante 2008, a los setenta y siete años de edad, no sabremos si hoy, despidiendo a Castro, Güines hubiera cantado aquel verso de: “Este calor de infierno que me abrasa la frente perdonándote todo tu pasado y presente.” O si más bien hubiera preferido el de: “No ir hacía ti sería dejar en el camino de mi vida los restos de mi hombría.” Ambas citas, claro, provienen de “Fiebre de ti”.
De los años revolucionarios, sin embargo y como bien supo Latinoamérica, el mayor cantautor se llamó Carlos Puebla. Heredero de trovadores como Rosendo Ruiz, Manuel Corona, Sindo Garay y Alberto Villalón, Puebla fue contemporáneo de quienes nacieron con el siglo: Patricio Ballagas, María Teresa Vera, Lorenzo Hierrezuelo y Compay Segundo. Voz del movimiento para un continente que protestaba contra la influencia extranjera a través de su folclor (Jara, Pugliese, Sosa, Quilapayún), a Puebla no sólo le debemos la legendaria despedida al Che Guevara “Hasta siempre comandante”, sino otras como “Canto a Camilo” o “Y en eso llegó Fidel”, nítida fotografía que urgía transformar a Cuba para que dejara de ser un garito en manos de “forajidos bandoleros”, explotadores de un pueblo y de un estereotipo musical hollywoodense: “Aquí pensaban seguir ganando el ciento por ciento con casas de apartamentos y echar al pueblo a sufrir, y seguir de modo cruel contra el pueblo conspirando, para seguirlo explotando... y en eso llegó Fidel”, dice su letra en plan de juglaría.
A tal contexto hay que sumar la alianza de Cuba con la Unión Soviética durante la Guerra fría. Con ella, la manera como se aprendían las bellas artes también se vio modificada. Literatura, danza, teatro, cine y música vieron el arribo de maestros e influencias que dejaron huella en la técnica y función social de su existir. Para algunos significó un avance que dignificaba el futuro, para otros una restricción con respecto a la posibilidad de elegir caminos creativos con libertad (en los años ochenta se haría obligatorio el aprendizaje del idioma ruso en las escuelas). Así, no cualquiera podía tomar la ruta del arte. Tal como sucedía con fábricas y laboratorios, antes de ser aceptados, los aspirantes a tomar un instrumento musical debían cumplir con características y aptitudes señaladas por el sistema. Difundidas en revistas como Sputnik, Misha o Novedades de Moscú, las tradiciones clásicas del bloque soviético nutrieron a las populares de Cuba inoculando principios escolásticos. De allí la fundación de la Escuela de Circo de Cuba, por ejemplo.
Claro que desde antes ya había en la Isla un desarrollo culto importante, como bien investigó Alejo Carpentier para su volumen de 1946 La música en Cuba. Gonzalo Roig, Ernesto Lecuona, Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla, así como los miembros del Grupo de Renovación Musical liderado por José Ardévol, fueron autores bien asimilados por la estructura castrista. Otros notables, posteriores, son Leo Brower y Alfredo Diez Nieto –quienes han trabajado prolíficamente dentro y fuera de Cuba–, así como numerosos opositores al gobierno que se hicieron de renombre desde Miami: Raúl Murciano, Julio Roloff, Armando Tranquilino y Viviana Ruíz. A estos últimos se sumaron hordas de músicos que entre los años setenta y noventa escaparon contrariados por el estatismo del régimen y la imposibilidad de manejar su obra con autonomía tras el surgimiento de la egrem (Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales) en los procesos de nacionalización, así como por el cierre y clausura de locales y sitios para trabajar. Intérpretes de música folclórica, popular y de jazz como Celia Cruz, Tito Puente, Arturo Sandoval, Bebo Valdés, Patato, Cachao y Paquito D’Rivera se afincaron en otras latitudes convirtiéndose en héroes o traidores dependiendo de la ideología (varios quedaron fuera de los libros de historia oficiales).
El cariño que te tengo
Cierto es que, con el paso de los años, el gobierno revolucionario obligó a un ostracismo sonoro que separó a los visitantes de Cuba de su cancionero cotidiano. Algunos conjuntos giraron como podían con permisos y vigilancia especiales, las grandes orquestas sufrieron la falta de trabajo, los cantautores fueron la voz de campesinos y oprimidos ante el oído internacional, mas se aletargaron localmente. Así, supeditados a lo que sonaba en ambientes controlados –con el aislamiento del embargo económico impuesto por Estados Unidos más el proteccionismo local–, los viajeros que llegaron en los ochenta y noventa vieron disminuido un intercambio que en la primera mitad del siglo xx dio frutos artísticos trascendentales.
Representado por nombres afines al gobierno, el repertorio cubano que conoció el mundo –sobre todo en el llamado Período Especial, ulterior a la caída de la Unión Soviética– nacía en bandas impulsadas por géneros bailables (Los Van Van, ng La Banda, Charanga Habanera); o en fenómenos irrefrenables como el Buena Vista Social Club, el Afro Cuban All Stars y sus muchos derivados. La gran mayoría de ellos, hay que decirlo, de grandísima calidad.
Caso aparte es el de grupos como Síntesis, banda extraordinaria de Yoruba que se mantuvo a medio camino entre el rock, lo afro, el progresivo y la música vocal y que este año cumple cuatro décadas sobre los escenarios. En ella escuchamos un interés por la investigación etnomusical (gran aporte de Cuba al mundo), así como por la atemporalidad artística, normalmente vilipendiada en tiempos de crisis. [Otros investigadores que vale la pena visitar para internarse en el laberinto de la música cubana son, además de Carpentier: Fernando Ortíz, Argeliers León y su mujer María Teresa Linares.]
Reflejo de ello fue que, poco a poco e inevitablemente, las poesías del filin y la trova, relevantes en la estética y expresión prerrevolucionarias, fueron mermando. Se privilegió el entretenimiento hacia el exterior bajo la etiqueta de Música del Mundo, así como la estampa turística hacia el interior de hoteles y clubes exclusivos vedados para sus propios ciudadanos. Nombres como los de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Amaury Pérez, nacidos en los años cuarenta y cincuenta, continuadores del espíritu de Carlos Puebla a través de la Nueva Trova, siguieron representando la voz de una generación que pujaba por cambios en el continente, pero se fueron dislocando melancólicamente, ilustrando una época encapsulada.
Autores venidos al mundo en los años sesenta (Frank Delgado, Carlos Varela, Gerardo Alfonso y Santiago Feliú), identificados como la Novísima Trova, cambiaron este discurso llevándolo hacia la crónica, causando un impacto importante en países como México, al que siguen viniendo. Asimismo, en los noventa comenzaron a aparecer bandas de rock (Moneda Dura), electrónica y hip hop más consolidadas, pues durante el primer lustro del castrismo se les consideró propagadoras del “diversionismo ideológico”. Grupos como Los Astros, Los Pacíficos y Los Zafiros (donde tocaba Manuel Galbán), vivieron en carne propia aquel discurso de Fidel en las escalinatas de la Universidad de La Habana por el aniversario del asalto al Palacio Presidencial.
“Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos. Algunos de ellos con una guitarrita en actitudes ‘elvispreslianas’, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre […] Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones.” [Fidel Castro, 13 de marzo de 1963. Tomado del Departamento de Versiones Taquigráficas del Gobierno Revolucionario.]
Quién imaginaría que en 2001 el propio Castro celebraría el natalicio de John Lennon develando su estatua en un conocido parque de La Habana.
I can’t get no satisfaction
Sones, changüís, montunos y rumbas provenientes de Santiago, Trinidad, Guantánamo, Matanzas y otras ciudades de Cuba han mostrado a músicos y conjuntos tradicionales de cariz más campesino y afro que también contribuyeron a un repertorio aplaudido en el exterior con la llegada de la Revolución. Los sellos discográficos más relevantes para este eco han sido la propia egrem, World Circuit (Europa) y Pentagrama y Corason en México. Dicho esto, La Habana fue y es el principal centro musical de la Cuba post-revolucionaria, lugar que se reacomoda constantemente con una comunicación global a cuentagotas y que hoy, tras la elección presidencial en Estados Unidos y la muerte de Fidel Castro, ve nuevas incertidumbres en el horizonte. Ello repercutirá en la música por venir.
Si en los últimos años Cuba ha recibido a bandas y músicos de rock anglosajones como los Rolling Stones, Audioslave, Sepultura y, antes todavía, fue sede de festivales aislados como el Music Bridges (1999) o el Havana Jam (1979), actualmente sigue observando los parámetros de un Ministerio de Cultura alineado a la Revolución. Empero, hay que decirlo, la institución parece dispuesta a una mayor apertura. Ejemplo de ello son las visitas de Plácido Domingo y Aterciopelados, a quienes tocó el fallecimiento de Castro estando en la Isla. Otra muestra es lo que ocurre en la Fábrica de Arte de La Habana, donde están sucediendo eventos culturales y pedagógicos variopintos con artistas nacionales y extranjeros, algo que hace algunos años era impensable en esa hermosa ciudad donde los jóvenes encienden celulares –aún sin señal– mientras miran al mar desde el Malecón, entre reguetones y silencios.
Esta idea morbosa
El uso de silencios para la entrada de frases instrumentales o anacrusas vocales es otra de las más bellas características de “Fiebre de ti”, bolero de Juan Arrondo que venimos manoseando y que hasta en sus versiones más desnudas muestra sofisticación y elegancia. Ejemplo es el abordaje a piano y voz de El Nene en la película Música cubana: los hijos de Cuba, filmada por Wim Wenders como extensión de su mítico documental Buena Vista Social Club. A propósito de cintas, hay otras que ayudan a comprender no sólo la historia de la música en la Isla sino la vida de intérpretes que se mantuvieron respaldando la Revolución.
Tal es el caso de Cuba feliz, una cinta filmada alrededor de el gallo Miguel del Morales, músico callejero de La Habana que emprende visitaciones tipo road movie; de Cuba: luchando por la vida (todo el mundo es música), con la participación de Elíades Ochoa y músicos de Santiago; o de Chico y Rita, cinta animada de Javier Mariscal y Fernando Trueba, cineasta español también responsable de Calle 54. En todas ellas hay sonrisas, color y talento sonoroso, pero también la sed de una estabilidad diferente a la que promueven las agencias de viajes. En todas ellas hay gente que baila y canta sobre los asuntos más diversos, exceptuando uno: la política.
Sea como sea, desde la llegada a América de la primera guitarra española y hasta el último grito de Mick Jagger en La Habana, pasando por la “manteca” de Dizzy Gillespie y Chano Pozo, por la salsa neoyorquina, por la trova, la música clásica, el son, el rock, el hip hop y la guaracha, Cuba se ha mantenido cual caravasar en el desierto de agua, puerta incólume de un continente que sigue soñando su felicidad y que aprende de su historia –aun desde la crítica más enconada– por su “necedad de asumir al enemigo” (Silvio Rodríguez). Algo que en tiempos de macroeconomía global y capitalismo disfrazado se hace urgente.
Dicho todo eso, ¿cómo termina “Fiebre de ti”? Con una frase sufriente que nos mueve a dejarla fuera del tema amoroso: “Arráncame Dios mío esta idea tan morbosa de desearla siempre sobre todas las cosas.” Forzando el juego pensamos en las muchas mentes obtusas que, siempre tras la avaricia y por sobre todas las cosas, nos gobiernan desatentos a nuestro “cañón del futuro”. Para mantenerlos a raya sirve seguir escuchando lo que tantos cantaron en Cuba, pensando en el otro
Alonso Arreola (México, 1974) es compositor, bajista, profesor y crítico musical. Fue editor de la extinta revista Latin Pulse, dedicada a la música, y escribe la columna Bemol sostenido en estas páginas. Música horizontal, Música para ser niño y LabA son algunos de sus álbumes.

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