¿Quién
podría hoy enumerar o siquiera mencionar una sola institución, o ni
siquiera eso, sino una mera actividad cultural permanente y sostenida
que date de los tiempos de Fulgencio Batista, dictador cubano felizmente
derrocado el 1 de enero de hace cincuenta y siete años, once meses y
diez días? Visto en retrospectiva, la enorme, inabarcable cultura cubana
dependía entonces de manera prácticamente exclusiva de sus propios
hacedores: literatos, músicos, cantantes, artistas plásticos, teatreros,
etcétera, y no de alguna institución que les diese soporte, apoyo,
proyección nacional e internacional.
Garbanzos de a libra indudablemente los
había en la Cuba prerrevolucionaria, y muchos de ellos son bien
recordados en todo el mundo, pero es necesario insistir en que la
impronta por ellos dejada en sus campos de trabajo artístico fue
producto exclusivo de su talento y su esfuerzo personal. Esto último
puede quizá sonar muy bien –muy “lógico”, muy “normal”– desde una
perspectiva de historia de la cultura más bien acrítica que da por hecho, como si cualquier otra condición fuese impracticable, un elitismo y un exclusivismo según esto generadores
únicos o preferentes de todo talento destacable. El problema de fondo
no sería ese sino el hecho de que, al pensar y actuar de esa manera, se
están cortando de tajo al menos un derecho y una posibilidad, cuyo garante y gestor debe ser el propio Estado: el derecho colectivo a la creación, artística en este caso, y la posibilidad de incrementar, en número y en variantes, la existencia de talentos de otro modo condenados a no nacer jamás o, acaso nacidos, al más absoluto de los anonimatos.
“Por sus obras los conoceréis”
Así dice una vieja máxima, cuyo sentido aplica
perfectamente al caso de Cuba y la Revolución que, desde 1959, cambió la
historia y el destino de un país hasta entonces condenado a ser poco
más que un pro-veedor barato de materias primas, un enorme casino bar y,
en resumen, una suerte de patio de entretenimiento para el vecino país
del norte, que no veía en los cubanos sino a una especie de sirvientes
de cualquier modo alegres y –creían ellos, los “patrones”– hasta agradecidos de vivir en esa condición de inferioridad sociocultural.
A la hora del regateo, es legión quien se llena la boca con los aspectos criticables del régimen revolucionario cubano, pero esa misma legión soslaya, en un curiosísimo fenómeno de amnesia voluntaria, sobre todo un par de puntos nodales: el primero, que por lo regular en sus países de
origen privan condiciones similares y en ciertos casos mucho peores
relativas a dichos aspectos criticables, y el segundo, que la Cuba
revolucionaria abunda en logros que, dicho sea coloquialmente, ya
quisiéramos muchos.
Cuando se trata de matizar o equilibrar posturas en
extremo reaccionarias, engolosinadas con su propio discurso
anticastrista, es ya lugar común aludir entre otros rubros a la notable
medicina cubana, a su exitoso sistema deportivo y a su no menos
envidiable sistema educativo (del que Luis Hernández Navarro da cuenta
en estas mismas páginas), que entre otras “minucias” desterró hace mucho
tiempo el analfabetismo de la Isla, de un modo que el “bondadosísimo”,
“democrático” y encomiado capitalismo neoliberal no ha logrado ni parece
querer lograr jamás.
Para decirlo rápido y sin darle vueltas, al régimen cubano se le critica, entre otras cosas pero sobre todo –por muchos
cubanos indudablemente, pero sobre todo por gente que sólo habla de
oídas y que jamás ha pisado aquel suelo ni ha hablado jamás con algún
cubano de a pie–, porque en Cuba se carece de un “derecho” elevado
a condición sacra en el mundo occidental: el derecho al consumo. De lo
que sea: de ropa, calzado, automóviles, aparatos electrodomésticos y
bienes y servicios en general, o mejor dicho simples mercancías, pues
eso y ninguna otra cosa es en lo que el neoliberalismo ha convertido
todo absolutamente, incluidos los votos en una elección e incluso la
cultura, que si no se tiene dinero resulta virtualmente inaccesible. Los
ejemplos sobran, y basta una revisión menos que somera a la realidad
circundante, lo mismo en México que en cualquier otro país
latinoamericano, para no ir más lejos.
Por todo lo anterior es curioso, para decirlo
con suavidad, que entre los logros de la Revolución cubana suela
soslayarse casi de plano el extenso y riquísimo mundo cultural de la
Isla, cuyo rostro actual es, le guste a quien le guste y lo niegue quien
lo niegue, el que le ha dado esa misma revolución –y esto vale incluso
para los más acres críticos del sistema cubano. O quizá sucede que, como
con la paradigmática carta de Edgar Allan Poe, que nadie ve precisamente porque la tiene todo el tiempo frente a los ojos, la cultura cubana pareciera existir per se y sin asideros, sin apoyo institucional y sin una
estructura que le brinde soporte. Nada más lejos de la realidad, pues
entre las primeras decisiones de Estado tomadas en Cuba en aquel ya
lejano final de la década de los años cincuenta y principios de los sesenta, destacan las que tuvieron que ver con la creación de un sistema cultural en toda regla, muchas de cuyas instituciones fueron pioneras en sus respectivas ramas en el ámbito latinoamericano, y hasta la fecha siguen vigentes. Algunas de ellas son la uneac, Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, que data de 1961; el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (icaic), fundado en 1959, la Escuela Inter-nacional de Cine y Televisión (eictv), creada a mediados de los ochenta a partir de una idea de Gabriel García Márquez y que forma parte de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, a su vez responsable del festival cinematográfico
que año con año se celebra en La Habana, y la más conocida y auténtica
joya de las instituciones culturales cubanas, la Casa de las Américas.
Una Casa para la cultura de este lado del mundo
No habían transcurrido siquiera cuatro meses
desde que, como dice la letra de una célebre canción cubana, “los
barbudos junto a Fidel” entraran triunfalmente en la ciudad de Santiago,
cuando un decreto de ley publicado el 28 de abril de aquel mismo año de
1959 determinó la creación de la Casa de las Américas, concebida desde
el principio para fomentar no sólo la producción cultural dentro de la
Isla, sino para trabajar en la integración sociocultural con el Caribe,
América Latina y el resto del mundo.Inaugurada el 4 de julio de ese
mismo año, correspondió a la guerrillera y política Haydée Santamaría
Cuadrado, mejor conocida como Yeyé, fungir como la
primera directora de la Casa, cargo en el que se mantuvo desde entonces y
hasta su muerte, ocurrida en 1980. Después de ella, han ocupado el
puesto el pintor Mariano Rodríguez Álvarez, entre 1980 y 1986, y el bien
conocido poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar desde este último
año hasta la fecha.
Indudablemente, la Casa es conocida sobre todo por el
premio literario que otorga, cuya primera entrega se verificó en 1960,
es decir, apenas un año después de haber sido fundada la institución.
Inicialmente llamado Concurso Literario Hispanoamericano, más adelante y
para incluir a Brasil cambió a Latinoamericano, y desde 1965 lleva su
nombre actual, Premio Literario Casa de las Américas. La lista de
autores vinculados al Premio, ya sea en calidad de jurados o de
ganadores, es demasiado extensa; baste anotar aquí los nombres de los
cubanos Nicolás Guillén, José Lezama Lima y Alejo Carpentier, el
salvadoreño Roque Dalton, el argentino Juan Gelman, el chileno Antonio
Skármeta, el mexicano Juan Bañuelos, la uruguaya Idea Vilariño, el
brasileño Rubem Fonseca y el colombiano Juan Manuel Roca.
Equivalente a lo que en otros países es un ministerio
o una secretaría de Estado, La Casa de las Américas abarca en sus
departamentos las principales ramas de actividad cultural. Además de su
célebre revista homónima, cuya aparición desde hace sesenta y seis años
la convierte en la publicación cultural más longeva de esta región del
mundo, entre otras áreas de actividad está el Departamento de Teatro,
creado en 1964, si bien desde 1961 la Casa organizó el Primer Festival
de Teatro Latinoamericano, después convertido en festival internacional, que dio pie a los bienales Encuentros Internacionales de Teatristas. Asi-mismo, el Departamento edita Conjunto, una de las revistas especializadas más añejas del continente.
Con más de doscientos mil volúmenes impresos en su acervo, entre libros y publicaciones periódicas, además
de discos compactos, videos, microfichas, microfilmes y diapositivas,
la Biblioteca José Antonio Echeverría, creada dos meses después que la
propia Casa, es considerada la más completa del mundo en materia de
literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo xx.
Por su parte, el Centro de Investigaciones Literarias, fundado en 1967, es el encargado de gestionar
el Premio de la Casa, además de generar y divulgar estudios relativos a
la literatura de toda América Latina, impartir cursos de postgrado,
organizar ciclos de conferencias y coloquios, elaborar recopilaciones, antologías y otras ediciones, asesorar a la revista de la Casa y al fondo editorial de la misma, así como coeditar, con la uneac, la revista Criterios, dedicada a la teoría de la cultura.
Fundada el 1965, la Dirección de Música es
quizá una de las áreas con mayor actividad, debido a la bien conocida
riqueza cubana en este arte. Conciertos, talleres, conferencias y otras
actividades como la investigación y la difusión, se suman a la entrega
del Premio de Musicología, el Coloquio Internacional de Musicología, el
Premio de Composición, el Taller Latinoamericano de Composición y una
colección editorial especializada, entre la que destaca la publicación
trimestral Boletín Música.
El Departamento de Artes Plásticas, creado apenas dos
años después que la propia Casa, posee un acervo superior a las 10 mil
obras procedentes de Cuba y el resto de Latinoamérica y el mundo;
además, entre otras actividades organiza certámenes y brinda espacios de
debate en la materia, cura exposiciones, documenta y sistematiza
información alusiva y edita la revista digital Arteamérica.
Con casi tres décadas de actividad, desde mediados de los años setenta del siglo pasado, el Centro de Estudios del Caribe (cec)
de la Casa es pionero en su materia, así como en otorgar un premio
literario a la literatura de esta región geográfica y cultural. Es bien
conocida su publicación, Anales del Caribe, que incluye textos en
lenguas originales, así como los seminarios de cultura afroamericana
que tuvieron lugar de 1993 a 1998, los coloquios sobre el Caribe
Continental, el Encuentro Internacional Mitos en´ el Caribe y el
coloquio internacional de Diversidad Cultural en el Caribe. Asimismo,
hace veintidós años fue establecido el Programa de Estudios de la Mujer,
con el propósito de abordar la historia y la cultura de las mujeres del
Caribe y América Latina en los últimos cinco siglos y lo que va del
actual •
Julio César García
(México, 1968) estudió Lengua y Literatura Hispánicas; narrador y
ensayista, ha publicado, entre otros, “Después del boom: nuevos
narradores de América Latina” y “Onelio Jorge Cardoso: un cubano clásico
casi clandestino”.
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