Alfredo Serrano Mancilla*
La Jornada
Viajé a Cuba por
primera vez hace algunos años. Confieso que más tarde de lo que había
deseado. Tal vez con cierto miedo a enfrentarme a lo que tenía
idealizado. Tal como llegué, lo primero que hice fue comprar el libro de
Katiuska Blanco Fidel Castro, un guerrillero del tiempo.
Una biografía de casi 700 páginas que repasa la vida del líder cubano
desde sus primeros años. Descubrí detalles que humanizan a una figura
histórica. Lo que más me sorprendió de toda su vida fue su valentía en
busca de aquello que consideraba justo. Jamás permitió que el miedo
formara parte de la ecuación determinante en cada decisión política.
Siempre antepuso el objetivo histórico a las posibles consecuencias de
un intento fallido. El arrojo como esencia de la política es algo que
nos deja como legado.
Pero esto no quiere decir frivolidad ni superficialidad en el momento
de planificar cada acción. Permanentemente sopesó dificultades y
probables contratiempos como buen aprendiz de El arte de la guerra, escrito
por Sun Tzu. Fidel siempre planeó hasta el último milímetro de cada
movimiento. Su precisión justamente fue otro de sus rasgos
característicos. Innegociable a la hora de ser exacto en un número o en
cualquier otro cálculo que fuera imprescindible para tomar ventaja
respecto al otro. Tanto es así que el día de su 90 cumpleaños, Fidel, en
el momento de iniciar el evento conmemorativo, le comentó a Nicolás
Maduro, a quien tenía a su lado:
son las 6.06 pm; seis minutos más tarde de lo previsto. Así es Fidel, capaz de estar atento al más mínimo detalle en un momento de alta intensidad emotiva.
Lo otro con lo que me quedo es algo de lo que ya se ha escrito mucho:
su internacionalismo. No había revolución casa adentro si no se ponía
en marcha una revolución casa afuera. Así lo puso en práctica desde el
principio hasta su final. Supo caracterizar a un enemigo histórico
global. Y desde esa premisa construyó relaciones y más relaciones
económicas, sociales y políticas con todo el mundo. Luego de décadas, la
Cuba del siglo XXI está más interconectada con el mundo que cualquier
otro país. El embargo hizo mucho daño, pero no logró bloquear las
alianzas geopolíticas que hoy disfruta el país caribeño. Cuba ha
conseguido ser respetada en el mundo hasta por la mayoría de sus
enemigos. Seguramente, Fidel todavía tuvo tiempo para una sonrisa el día
de la última votación de Naciones Unidas, en la que Estados Unidos por
primera vez se abstenía sobre el fin del embargo.
Fidel siempre supo poner las luces de largo alcance. Ver más
allá de la coyuntura. Aún recuerdo el día que descubrí cómo Fidel, en el
año 1994, a escasos días de que Chávez saliera de la cárcel, fue a
buscarlo personalmente al aeropuerto. Lo atendió como si fuera
presidente a pesar de ser todavía un gran desconocido para las mayorías.
Desde ese momento se volvieron inseparables amigos y aliados políticos.
De esa misma manera, supo siempre levantar la vista como gran
estratega, sin confundir jamás lo que es la guerra de posiciones con una
guerra de movimientos. El mejor ejemplo es el día que salió del puerto
de Tuxpan (México), aquel 25 de noviembre de 1956, en un barco llamado Granma. La idea no era llegar a Cuba, sino que el objetivo consistía en hacer una revolución que durara siglos.
De Fidel se podrá decir de todo, pero nadie negará que ha construido
Historia. Se le recordará por su lucha, por la dignidad y la soberanía.
Se le recordará por haber sorteado miles de intentos de magnicidios. Se
le recordará por los infinitos reconocimientos internacionales en los
logros en educación y sanidad. Se te recordará tanto, que tus ideas
políticas nunca se irán de esta nueva época.
* Director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica.
Twitter: @alfreserramanci
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