Guantánamo
es el nombre de la localidad donde se levanta la base que Estados
Unidos controla en suelo cubano desde hace 90 años. El primer
contingente de 680 prisioneros llegó a esa base el 11 de enero de 2002.
Desde entonces, los prisioneros han permanecido detenidos en calidad de
“combatientes ilícitos”, lo que según Washington le permite desoír el
contenido de la Convención de Ginebra, de 1949, sobre la detención y
tratamiento de los prisioneros de guerra.
Estados
Unidos intentó apoyar la desesperante situación de los presos de
Guantánamo en el marco de la política exterior que emprendió George W
Bush. Necesitaba un casus belli que le llegó con los ataques
terroristas a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono. Hoy nadie
duda que entonces los arsenales de armas así como la industria pesada
estadunidense estuvieran preparados para la “reconstrucción” de un país
de Oriente Medio que antes tendrían que invadir. De hecho se
bombardearon instalaciones clave en Irak previamente seleccionadas para
ser “reconstruidas” por el club de los socios de la familia Bush. Fue la
puesta en escena de una cruzada de invasión, cambio de regímenes,
ocupación e imposición de la democracia liberal, tal como lo entendían
Bush y los halcones de la Casa Blanca en su día, y hoy amenaza con
imponerse por el siniestro equipo de gobierno que anuncia el presidente
Donald Trump.
Los reclusos en Guantánamo nunca fueron tratados
como “prisioneros de guerra”, porque implicaría protección y respeto a
sus derechos. Tampoco como “delincuentes” o “criminales”, lo que
representaba el derecho a un rápido y justo juicio frente a un jurado
imparcial, además de un abogado que los defendiera. Las pocas imágenes
que conocimos del campo consternaron a la opinión mundial. Se los vio
llegar con los ojos tapados, los pies encadenados, maniatados y en
permanentemente posición de rodillas. Y en un evidente estado de
confusión, desorientación y anonadamiento producto de las drogas con las
que fueron tratados, según confesión de algunos pocos liberados, de
algún capellán militar y por la denuncia de Amnistía Internacional,
entre otras organizaciones. También la gran prensa estadunidense
denunció este terror, empezando por The New York Times, que lo llamó “El escándalo en Guantánamo”.
Entre
los presos también se produjeron más de 50 intentos de suicidio, y
algunos de los liberados permanecen con secuencias mentales y físicas
irreparables.
La Federación Internacional de los Derechos Humanos
denunció que el gobierno de Estados Unidos se ha negado a considerar a
estos presos como prisioneros de guerra y no les ha sido imputado crimen
alguno. Estados Unidos está vinculado por la normativa internacional en
materia de derechos humanos y por la ley humanitaria internacional, en
particular el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el
Tercer Convenio de Ginebra, que ha ratificado en ambos casos.
El
Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos
determinó que los presos de Guantánamo tienen derecho a ser protegidos
por esos instrumentos jurídicos. El Convenio de Ginebra exige que los
presos sean tratados sin crueldad. Pero, “las apretadas jaulas metálicas
recalentadas por el sol tropical de la base de Guantánamo parecen ser
de otra época más brutal”, escribió un periodista inglés. “Es una
especie de GULAG caribeño y causaría inquietud si fuera de cualquier
otro país”. Todos son musulmanes. Los presos no saben dónde están. Los
están interrogando las Fuerzas Armadas y los servicios de inteligencia yanquis
al mando del general Miller que fue enviado a Bagdad para endurecer los
sistemas de interrogatorio “como hacemos en Guantánamo con gran
eficacia”. Recordemos el espanto de las torturas en la prisión militar
estadunidense de Abu Ghraib, en Irak y denunciada por una cadena de
televisión en 2004. Su nombre, Camp Redemption.
La Convención de
Ginebra dice que los prisioneros de guerra no tienen que someterse a la
interrogación. Pero Estados Unidos considera que sacarles información
era crucial para la “guerra contra el terrorismo”.
¿No es el deber
de toda la gente de conciencia oponerse a los crímenes que se cometen
en Guantánamo? Ésa fue la promesa que hizo el presidente Barack Obama
desde la campaña que le llevó a su primera elección y que volvió a
repetir en la segunda. Pero los poderes fácticos, los lobbies y
la entraña que mueve y lleva a la Presidencia de Estados Unidos de un
tipo como Donald Trump, ha impuesto que hombres sin ser juzgados todavía
sigan en ese infierno de Guantánamo, desde aquel nefasto 11 de enero de
2002. Y nosotros debemos considerarnos heridos en esa tortura que
padecen seres humanos en prisiones clandestinas, centros de tortura en
países sin garantías jurídicas manipuladas por agencias incontrolables
de Estados Unidos.
José Carlos García Fajardo*
*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid; director del Centro de Colaboraciones Solidarias/CCS
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