Immanuel Wallerstein
El precandidato republicano Donald Trump saluda a partidarios a su
salida ayer de la Torre Trump rumbo al Museo 11 de Septiembre, en Nueva
York, donde hizo una donación de 100 mil dólaresFoto Ap
La Jornada
He quedado tan
horrorizado como cualquiera ante el estilo y el contenido de Donald
Trump en su búsqueda por la presidencia de Estados Unidos. En ningún
momento he estado tentado de ningún modo a brindarle mi apoyo. No es mi
intención votar por él.
Pero hay algo que ocurre que debe explicarse. No se trata del
trumpismo, sino del antitrumpismo. Las explicaciones para el trumpismo
son virtualmente interminables. Nadie se las ha perdido. No quiero
discutir aquí lo que da cuenta del trumpismo –tanto a nivel de su
respaldo como por el hecho de que parezca ser un candidato de teflón.
Cada vez que dice algo escandaloso y recibe críticas por ello, el
resultado es que su aceptación en las encuestas crece, justo debido a
las críticas.
Lo que no se discute tanto es el fenómeno al que llamaré
antitrumpismo. Es por supuesto normal que haya quienes se opongan a la opción de un candidato particular. Lo que es inusual y merece una mirada más de cerca es por qué la oposición parece asumir un tono casi histérico, en el que hay la sugerencia de que la elección de Trump transformaría el mundo (o por lo menos Estados Unidos) fundamental y permanentemente.
Existe un grupo de republicanos de toda la vida que dice que la
candidatura y acciones de Donald Trump ofenden tanto su sensibilidad
moral que en ninguna circunstancia votaría por él. Si terminara siendo
electo candidato de la convención republicana, se vería forzado a votar
por otros que no fueran republicanos. Para algunos, esto significa que
apoyarían en teoría una fórmula nueva que podría llamarse republicanos
independientes, para otros significa la abstención (no votar por nadie),
y para otros aun votar por Hillary Clinton.
Este grupo es posiblemente bastante reducido, aunque incluye a
algunos prominentes republicanos conservadores, como los muchos
asociados con National Review, por mucho tiempo considerada la
publicación periódica que da voz a los neoconservadores. Este grupo
considera la candidatura de Trump un desastre para el Partido
Republicano, que puede resultar siendo un desastre de largo plazo.
Hay un grupo mucho más grande que insiste en que debe hacerse todo lo
concebible para evitar que Trump reciba la nominación y considera
también que una candidatura del empresario sería un desastre. Este grupo
enfatiza menos la vergüenza moral de una candidatura de Trump que el
impacto que tendría en la elección de un presidente republicano en 2016 y
en la capacidad de los aspirantes republicanos para conseguir escaños
senatoriales en una serie de elecciones muy apretadas, lo que
comprometería su mayoría en el Senado.
Estas personas pueden encontrarse mayormente en la llamada corriente principal, el establishment
del Partido Republicano. Como los que sienten una repugnancia moral,
este grupo también piensa que una candidatura de Trump tendría un
perdurable impacto negativo en el Partido Republicano, primordialmente
por cambiar sus estructuras internas y su personal de posiciones clave.
Este grupo está dividido entre quienes respaldan a Ted Cruz como
aceptable, alternativo si bien menos que perfecto, y aquellos (un grupo
menor) que respaldan a John Kasich. Cruz está, por supuesto,
consistentemente más a la derecha que Trump, pero es mucho más
predecible.
Entonces, ¿por qué la histeria? Yo pienso que claramente es porque
Trump es en verdad un candidato que no está sometido al control del
llamado establishment y que no sabe lo que realmente hará si
llegara a ser presidente. Por ejemplo, al momento, existe mucho debate y
preocupación acerca de la opción de un remplazo para Antonin Scalia en
la Suprema Corte. ¿Quién sabe a quién seleccionaría Trump (y qué
consejo, si acaso) solicitaría? Eso no sería cierto de ninguna otra
persona escogida como candidato republicano.
Cuando estos críticos dicen que como candidato Trump
transformaría el Partido Republicano en algo bastante diferente de lo
que hemos visto hasta ahora, con toda seguridad están en lo cierto. Lo
que sin embargo es bastante poco probable es que busque emprender la
agenda del Partido del Té.
Consideren todas las insinuaciones que ha arrojado acerca de su real
agenda. No pretende enviar tropas al terreno de ninguna parte. No
pretende respaldar ninguno de los así llamados tratados de libre
comercio. No pretende revocar la apertura diplomática con Cuba ni el
acuerdo con Irán. Está en favor de una solución de dos estados para el
caso de Israel y Palestina. No cambiará la seguridad social. No está
terriblemente preocupado por asuntos como el del aborto. Su último
exabrupto relacionado con castigar a quienes incurrieran en el aborto, y
la presteza con la que se retractó al percatarse de la reacción
negativa que evocaron sus comentarios, es una ulterior evidencia de lo
poco que le importa ese asunto. Y tal vez lo más importante es que está
abierto a incrementar los impuestos a los verdaderamente acaudalados.
Cierren sus ojos por un momento y esto suena, sospechosamente, a Hillary
Clinton.
Existe, por supuesto, una distinción real entre Trump y Clinton. La
diferencia más grande es el uso incesante de una retórica antimusulmana,
mientras Hillary Clinton construye su estrategia apelando no sólo a las
mujeres, sino a las poblaciones no blancas. La segunda diferencia es
que Trump centra su discurso en torno al asunto de la inmigración, que
apela en particular a los llamados demócratas
reaganitas, que en su mayor parte son votantes viejos y blancos, sean desempleados o que tienen gran temor de convertirse en desempleados.
Hay una tercera diferencia. Siempre que algún periodista o inclusive
un simpatizante lo cuestione en alguna de estas insinuaciones, trata de
inmediato de cambiar de tema o de silenciar a quien lo cuestiona. O si
no lo logra, hace un repaso de su agenda insinuada. Busca la nominación
desesperadamente. Por tanto es muy inconsistente y muy pragmático. Pero
precisamente es esto lo que preocupa al establishment. No saben en realidad lo que haría como presidente.
Entonces, el antitrumpismo tiene, de hecho, un fundamento racional.
¿Pero puede triunfar? Hasta el momento es muy poco probable que Trump
fracase en conseguir la necesaria mayoría de votos para lograr la
nominación republicana. ¿Qué ocurrirá en las elecciones? Falta por verse
si es que, como candidato, Trump incomoda a los suficientes votantes
tradicionales republicanos y entonces pierde su campaña contra el
candidato demócrata y aquellos senadores republicanos en 10 estados, o
que más bien atraiga más nuevos votantes a las filas republicanas como
él mismo proclama.
¿Pero es la candidatura de Trump una catástrofe irrevocable para
Estados Unidos o para el Partido Republicano? Esto me parece una gran
exageración, sin importar lo que sienta uno acerca de Trump.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
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