Santiago de Chile fue escenario de la confrontación entre dos estrategias de política exterior frente a un mismo tema. La primera, la boliviana, cuya posición fue expuesta con firmeza por el presidente Evo Morales. La segunda, la desarrollada por su homólogo, Sebastián Piñera, quien aprovechó su condición de local para intentar marear la perdiz.
El escenario político de ambas estrategias fue la Cumbre Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC)-Unión Europea (UE),
donde se hizo evidente los temas pendientes que América Latina debe
resolver para reencontrarse plenamente en el siglo XXI, entre ellos el
bloqueo contra Cuba, la ocupación inglesa de las Malvinas y la
histórica causa boliviana de una salida soberana al mar.
La estrategia chilena de Piñera –presidente desde marzo de 2010 luego que la Concertación fuera derrotada en las urnas por la ultraderechista UDI- gira en torno a la negación sistemática de la demanda boliviana de recuperar una salida soberana al Pacífico y en insistir de que los dos países no tienen ningún tema pendiente a partir de la firma del Tratado de 1904.
Pero no solo eso, el derechista Piñera ha tirado al tacho de basura los avances que Bolivia y Chile concretaron en junio de 2007, cuando acordaron llevar adelante una agenda de 13 puntos que, a diferencia de otras negociaciones, incluía el tratamiento de la demanda marítima boliviana.
Pero esta posición del vecino país, trabajada con fuerza desde 2011 con la suspensión de la segunda reunión de las comisiones técnicas que se formaron a partir de la agenda, se materializó en la última semana de enero de manera mucho más clara a través de tres acciones de una estrategia política activa: colocar a la defensiva al gobierno de Bolivia.
La primera acción tiene relación con la detención de tres militares bolivianos en la zona fronteriza de Colchane, a 1.987 kilómetros al norte de Santiago, en la víspera de la inauguración de la Cumbre.
Si bien habrá que esperar las declaraciones de los militares bolivianos, hasta ahora presos en Chile, sobre las circunstancias en las que se produjo su paso no autorizado hacia territorio chileno, lo que llama la atención es la intencionalidad política del gobierno de Piñera.
Lo que sucedió el viernes 25 de enero, un día antes de que los jefes de Estado de América Latina y Europa iniciaran sus trabajos y escasas horas antes de que Evo Morales arribara a Santiago, se parece más bien a las típicas medidas activas que sugieren y toman los servicios de inteligencia para evitar un hecho político.
De hecho, la derecha chilena se mostró bastante preocupada semanas antes por la inevitable presencia del presidente boliviano, quien en un anticipo del alcance de su intervención en Santiago le pidió a los embajadores en La Paz, un día antes de trasladarse a la sede de la Cumbre Celac-UE, respaldar el irrenunciable derecho boliviano al mar.
Aunque las investigaciones del caso no aporten elementos contundentes como para pensar que la incursión de los militares bolivianos fue inducida por la inteligencia chilena a través de traficantes de autos –“chuteros”-, es evidente que esa imprudencia le fue funcional a la estrategia del vecino país.
La alta modernización de los sistemas de comunicación que emplean los militares y policías chilenos impiden pensar que la orden de detención se hubiera dado sin la consulta previa a La Moneda, más aún a escasas horas de la reunión de presidentes de dos continentes
El silencio de Piñera en la Cumbre sobre este hecho confirma el uso de esta acción. No hacía falta palabra alguna sobre lo ocurrido en la frontera. Pero su silencio no tenía por objetivo generar un ambiente de tranquilidad en la cumbre, sino más bien de presionar psicológicamente sobre el jefe del Estado Plurinacional de Bolivia. Si hubiese querido evitar cualquier problema, no se hubiese autorizado la detención de los tres militares bolivianos en vísperas de una importante reunión internacional y, de manera discreta, el reclamo habría sido traslado a la Cancillería boliviana.
La segunda acción fue la oficial: la agresión verbal y simbólica del presidente chileno contra el jefe del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales, a quien le invitó, en franca manifestación de intolerancia y falta de cortesía, a no aburrir ni abusar del foro internacional.
Si bien Piñera es conocido en Chile por sus frecuentes faltas de tacto, el alcance de lo que dijo, al cederle a Morales por segunda vez el uso de la palabra, guarda una estrecha relación con una actitud política deliberada y ajustada a un libreto basado en la hostilidad.
Pero no solo eso, la supuesta reserva chilena de no dar paso a temas bilaterales en un encuentro multilateral se desvanece por el curso de otros hechos que si bien guardan relación con otro país, pone de manifiesto la doble moral de presidente chileno. Piñera ni instruyó ni evitó un conjunto de acciones de protesta de sus militantes contra la presencia del presidente cubano, quien a nombre de su pueblo recibió el más firme apoyo de los sindicatos y movimientos sociales del país Mapocho.
La tercera acción tiene que ver con el impulso de una estrategia mediática orientada a desinformar al pueblo chileno y al resto del mundo sobre la intervención del presidente Evo Morales y respecto de las verdaderas causas del conflicto entre ambos estados desde la última cuarta parte del siglo XIX, cuando en 1879 una ocupación militar chilena le arrebató a Bolivia su salida a las costas del Pacífico.
Varias fueron las líneas desarrolladas en esa dirección: tergiversar la intervención del presidente boliviano, quien jamás propuso la fórmula “gas por mar”; silenciar el reclamo que se hizo al gobierno de Piñera por el incumplimiento del Estado chileno al Tratado de 1904 y sobre para descalificar el sentimiento boliviano de un retorno al mar, hoy incorporado como irrenunciable en la nueva Constitución Política del Estado.
En contraste con la posición chilena basada en la más absoluta maniobra, el presidente boliviano Evo Morales desarrolló una estrategia franca y directa para colocar en la agenda la histórica causa boliviana.
Y su intervención, respaldada por movimientos sociales y sindicatos chilenos, además de partidos de izquierda, sirvió para afinar el carácter de la demanda boliviana. No se trata de una reivindicación, sino del derecho boliviano a ejercer soberanía sobre una parte de las costas del Pacífico, insistió firme el presidente Morales.
Evo no se dejó provocar por Piñera. No le fue insensible la detención de los militares bolivianos, no le fue ajena la provocación de Piñera al momento de otorgarle el uso de la palabra y mucho menos omitió la tradicional posición de la derecha chilena frente a la demanda boliviana. Lo que hizo es mantener lo que se había propuesto decir y, por lo tanto, no desaprovechar la ocasión para trasladar un sentimiento de la mayor parte de los bolivianos.
Evo, a pesar del gobierno derechista de Piñera y de la manipulación de la mayor parte de los medios de comunicación chilenos, internacionales e incluso bolivianos, se anotó otro punto de oro en esa lucha patriótica por recuperar una salida soberana al Mar.
La estrategia chilena de Piñera –presidente desde marzo de 2010 luego que la Concertación fuera derrotada en las urnas por la ultraderechista UDI- gira en torno a la negación sistemática de la demanda boliviana de recuperar una salida soberana al Pacífico y en insistir de que los dos países no tienen ningún tema pendiente a partir de la firma del Tratado de 1904.
Pero no solo eso, el derechista Piñera ha tirado al tacho de basura los avances que Bolivia y Chile concretaron en junio de 2007, cuando acordaron llevar adelante una agenda de 13 puntos que, a diferencia de otras negociaciones, incluía el tratamiento de la demanda marítima boliviana.
Pero esta posición del vecino país, trabajada con fuerza desde 2011 con la suspensión de la segunda reunión de las comisiones técnicas que se formaron a partir de la agenda, se materializó en la última semana de enero de manera mucho más clara a través de tres acciones de una estrategia política activa: colocar a la defensiva al gobierno de Bolivia.
La primera acción tiene relación con la detención de tres militares bolivianos en la zona fronteriza de Colchane, a 1.987 kilómetros al norte de Santiago, en la víspera de la inauguración de la Cumbre.
Si bien habrá que esperar las declaraciones de los militares bolivianos, hasta ahora presos en Chile, sobre las circunstancias en las que se produjo su paso no autorizado hacia territorio chileno, lo que llama la atención es la intencionalidad política del gobierno de Piñera.
Lo que sucedió el viernes 25 de enero, un día antes de que los jefes de Estado de América Latina y Europa iniciaran sus trabajos y escasas horas antes de que Evo Morales arribara a Santiago, se parece más bien a las típicas medidas activas que sugieren y toman los servicios de inteligencia para evitar un hecho político.
De hecho, la derecha chilena se mostró bastante preocupada semanas antes por la inevitable presencia del presidente boliviano, quien en un anticipo del alcance de su intervención en Santiago le pidió a los embajadores en La Paz, un día antes de trasladarse a la sede de la Cumbre Celac-UE, respaldar el irrenunciable derecho boliviano al mar.
Aunque las investigaciones del caso no aporten elementos contundentes como para pensar que la incursión de los militares bolivianos fue inducida por la inteligencia chilena a través de traficantes de autos –“chuteros”-, es evidente que esa imprudencia le fue funcional a la estrategia del vecino país.
La alta modernización de los sistemas de comunicación que emplean los militares y policías chilenos impiden pensar que la orden de detención se hubiera dado sin la consulta previa a La Moneda, más aún a escasas horas de la reunión de presidentes de dos continentes
El silencio de Piñera en la Cumbre sobre este hecho confirma el uso de esta acción. No hacía falta palabra alguna sobre lo ocurrido en la frontera. Pero su silencio no tenía por objetivo generar un ambiente de tranquilidad en la cumbre, sino más bien de presionar psicológicamente sobre el jefe del Estado Plurinacional de Bolivia. Si hubiese querido evitar cualquier problema, no se hubiese autorizado la detención de los tres militares bolivianos en vísperas de una importante reunión internacional y, de manera discreta, el reclamo habría sido traslado a la Cancillería boliviana.
La segunda acción fue la oficial: la agresión verbal y simbólica del presidente chileno contra el jefe del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales, a quien le invitó, en franca manifestación de intolerancia y falta de cortesía, a no aburrir ni abusar del foro internacional.
Si bien Piñera es conocido en Chile por sus frecuentes faltas de tacto, el alcance de lo que dijo, al cederle a Morales por segunda vez el uso de la palabra, guarda una estrecha relación con una actitud política deliberada y ajustada a un libreto basado en la hostilidad.
Pero no solo eso, la supuesta reserva chilena de no dar paso a temas bilaterales en un encuentro multilateral se desvanece por el curso de otros hechos que si bien guardan relación con otro país, pone de manifiesto la doble moral de presidente chileno. Piñera ni instruyó ni evitó un conjunto de acciones de protesta de sus militantes contra la presencia del presidente cubano, quien a nombre de su pueblo recibió el más firme apoyo de los sindicatos y movimientos sociales del país Mapocho.
La tercera acción tiene que ver con el impulso de una estrategia mediática orientada a desinformar al pueblo chileno y al resto del mundo sobre la intervención del presidente Evo Morales y respecto de las verdaderas causas del conflicto entre ambos estados desde la última cuarta parte del siglo XIX, cuando en 1879 una ocupación militar chilena le arrebató a Bolivia su salida a las costas del Pacífico.
Varias fueron las líneas desarrolladas en esa dirección: tergiversar la intervención del presidente boliviano, quien jamás propuso la fórmula “gas por mar”; silenciar el reclamo que se hizo al gobierno de Piñera por el incumplimiento del Estado chileno al Tratado de 1904 y sobre para descalificar el sentimiento boliviano de un retorno al mar, hoy incorporado como irrenunciable en la nueva Constitución Política del Estado.
En contraste con la posición chilena basada en la más absoluta maniobra, el presidente boliviano Evo Morales desarrolló una estrategia franca y directa para colocar en la agenda la histórica causa boliviana.
Y su intervención, respaldada por movimientos sociales y sindicatos chilenos, además de partidos de izquierda, sirvió para afinar el carácter de la demanda boliviana. No se trata de una reivindicación, sino del derecho boliviano a ejercer soberanía sobre una parte de las costas del Pacífico, insistió firme el presidente Morales.
Evo no se dejó provocar por Piñera. No le fue insensible la detención de los militares bolivianos, no le fue ajena la provocación de Piñera al momento de otorgarle el uso de la palabra y mucho menos omitió la tradicional posición de la derecha chilena frente a la demanda boliviana. Lo que hizo es mantener lo que se había propuesto decir y, por lo tanto, no desaprovechar la ocasión para trasladar un sentimiento de la mayor parte de los bolivianos.
Evo, a pesar del gobierno derechista de Piñera y de la manipulación de la mayor parte de los medios de comunicación chilenos, internacionales e incluso bolivianos, se anotó otro punto de oro en esa lucha patriótica por recuperar una salida soberana al Mar.
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