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lunes, 3 de octubre de 2016

Notas sobre la elección



León Bendesky
La Jornada 
La próxima elección presidencial en Estados Unidos es un hecho relevante a escala internacional. Eso amerita la atención que se da a las campañas políticas a sólo unas semanas de las votaciones.
Otro hecho sobresaliente es el atractivo que ha conseguido Donald Trump como candidato del Partido Republicano. Ha impreso rasgos muy singulares a su campaña electoral. Con sus argumentos y su estilo personal arrasó en las primarias con los otros 16 aspirantes de su partido. Los electores lo prefirieron de modo contundente y ahora las encuestas le dan alrededor de 40 por ciento de la intención general del voto en noviembre.
También es un hecho que el contenido del debate político en las campañas es llamativo. Están los temas inevitables como son: la situación económica, la inmigración, la seguridad, el entorno externo y la insatisfacción con la burocracia política.
Pero se han puesto en la mesa otros que indican el entorno crispado que prevalece en la política. Se trata acerca de los impuestos que paga o, más bien, que no paga Trump; la forma en que hace negocios; su relación con las mujeres y su postura ante los conflictos raciales en ese país; además están los aspectos relativos a la migración, las expresiones de apoyo a Putin o las ideas poco convencionales sobre las relaciones exteriores.
Trump no es un hombre avezado en las cuestiones de Estado, es burdo en sus concepciones, muchas de las cuales se basan en crasos errores de información y de juicio. A veces parece que la elección se trata más de la personalidad trumpiana, cosa de la que no puede desentenderse ningún análisis político.
Su campaña ha colocado en el debate una idea de la pésima situación que prevalece en ese país. Ha conseguido imponer esa visión en su discurso, aunque no se corresponda con lo que realmente sucede. Y eso no significa negar los problemas sociales que se han recrudecido en la última década.
La fuerte crisis económica desde 2008 ha preparado el terreno para el candidato Trump. Esta experiencia se vivió en Europa, en las condiciones propias de esa época, en la década de 1930.
Hoy reaparecen muchas de esas mismas posturas en esa región: Brexit, los partidos más radicales en Alemania, Hungría, Polonia, sólo para señalar unos casos. El escenario es riesgoso, lo vemos desenvolverse de frente.
Y lo que falta en la campaña por la presidencia será aun más estridente. Ya se anunció con el asunto de la miss universo Alicia Machado, en el reciente debate, y que de plano sacó a Trump de sus casillas. Y viene ya la avalancha sobre las infidelidades de Bill Clinton. Y el espectáculo de la política electoral se empobrece en plena crisis económica, guerra en Medio Oriente, con la salvaje destrucción de Siria y otros lugares, refugiados por millares que llegan a Europa.
Trump ha conseguido ya parte de su objetivo, tal vez no premeditado, pero en todo caso uno que es efectivo. Se trata de exponer lo que considera como el secuestro de la política por la burocracia de Washington. Y Clinton la representa de modo total. Quienes apoyan a Trump le perdonan todos sus deslices, pero lo soportan porque supuestamente representa una alternativa. Ese apoyo está localizado en términos demográficos y económicos de los electores pero, cuando menos a estas alturas del combate electoral, es relevante. En este sentido Trump pegó en el clavo en términos mediáticos, al decir en aquel debate que Clinton tiene, efectivamente, mucha experiencia pero que esta es una mala experiencia.
Ante el candidato Trump lo que aparece es una mala candidata Clinton, en el sentido de lo que significa contender en una elección para presidente en la situación interna de Estados Unidos y la del mundo en general. Ella misma lo reconoció en la convención que la nominó, cuando dijo que lo suyo no era el escenario de lo público. Pues ahora esta es una verdadera desventaja. No debe olvidarse a este respecto que Sanders mantuvo una propuesta electoral muy crítica en torno del carácter del quehacer político y de su propio partido.
El resultado de la elección de noviembre es aún incierto. Las próximas semanas serán determinantes. Y no lo serán por el contenido el discurso, pues en esa mesa las cartas ya están echadas, sino que al parecer dependerá de los aciertos o de los traspiés de cada uno de los candidatos. Tendrá que ver con lo que los votantes perciban como fuerzas y debilidades del temperamento más que de las habilidades. No es un buen asidero para un proceso democrático.
Y sobre este último asunto, es decir, el que tiene que ver con la contradicción esencial entre la autoridad del Estado y la autonomía moral del individuo, me parece interesante advertir cómo proliferan los argumentos acerca de la conspiración para administrar hoy el poder, en este caso en Estados Unidos.
Las versiones conspiratorias siempre acomodan los sucesos para ser convincentes. No hay política sin conspiración. Esta tampoco necesita de una teoría. Pero hay otras fuerzas que mueven a la historia. Considerar los hechos relevantes, armar sus significados, ubicar las circunstancias que van apareciendo, desarrollar formas para considerarlas, controlar los prejuicios y darle cabida a la perenne contradicción creativa entre la necesidad y el azar me parecen condiciones imprescindibles para un modo de pensamiento útil.

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